Hecha de Estrellas

45. Inmadurez

Me quité el esmalte de uñas rojo y apliqué doble capa de negro. Mientras esperaba que se me secara la manicura, revisé los mensajes en el ordenador. Emily había faltado a clase porque Derek la invitó a un paseo en moto y no daba señales de vida. En mi opinión, el mejor canal para comunicar una infidelidad no es a través de un mensaje de texto, por lo que decidí hacerlo cuando la viera en la fiesta de Yin.

     Eres muy dulce, demasiado para mi gusto. Nunca podría estar con alguien como tú en la realidad, recordé y volví a sentir tanto fuego como dolor en mi pecho.

     No quería desenredar la maraña de emociones que Will me provocó la noche anterior. Por un lado, estábamos enfadados por la posibilidad de que el otro estuviera con alguien más. Detestaba la simple idea de que él se hubiera acostado con esa chica. Una cosa era que yo no fuese su tipo y otra muy distinta, mentir con descaro. Por último, nunca debes decir a una persona bajita que es enana. Durante años, había recibido comentarios en cuanto a mi físico: pequeña, pecosa y paliducha. La triple que odiaba con la intensidad de mil soles.

     Saqué la artillería pesada y con artillería, me refiero a los vestidos de mi abuela. Concretamente, el vestido ceñido de cuero negro. Un arma mortal. También las medias de rejilla y las botas stiletto hasta el muslo que utilizaba dos veces al año. Estaba harta de verme como una princesa y no pensaba permitir que el disfraz reflejara eso.

     Necesitaba ayuda, por lo que me crucé al otro lado del pasillo y me acerqué a la habitación de mi hermana. Había un cartel de prohibido el paso a los mundanos colgado en la puerta, pero aquello era un llamado de emergencia. Toqué antes de entrar. Nadie me respondió, así que entreabrí la puerta.

     Blanca estaba sentada en una posición extraña... para la mayoría. Tenía los pies en el sillón, inclinada sobre el escritorio mientras dibujaba en la tableta. Puede que esa postura fuera la culpable de sus futuros dolores de espalda.

     —¿Blanca? —la llamé.

     —No puedo hablar, concentrada —respondió sin mirarme.

     —Es que necesito que me hagas un favor.

     —No puedo.

     —Ni siquiera te he dicho qué es.

     —No.

     A ese ritmo, lo próximo sería el silencio. Miré la pantalla, ella tenía puesta toda su atención en un dibujo de lo que parecía un monstruo salido de una pesadilla lovecraftiana, un nuevo interés restringido. Le quité el auricular de la oreja. Entonces, frunció el ceño y yo sonreí.

     —Qué pena —dije antes de llevar las manos a la espalda—, iba a pedirte que me maquillaras. Bueno, en otra ocasión.

     —Espera. —Blanca se giró en la silla y me señaló con el lápiz—. ¿Qué me dejas hacer?

     —Voy a una fiesta y quiero lucir espectacular.

     —¿También puedo arreglarte el pelo?

     —Claro.

     —Tenías mi curiosidad, ahora tienes mi atención.

     Podíamos sacar provecho de las obsesiones. Blanca se deslizó en la silla y se movió por la habitación sin necesidad de levantarse. Sacó su arsenal de maquillaje, el cual solía utilizar para practicar sus cosplays a la mínima oportunidad. Fue como si yo me convirtiera en el hada de los dientes, Santa Claus y el conejito de pascua a la vez.

     Lanzó una diadema con orejas de gato a la cama deshecha y me indicó que fuera a sentarme. Hice lo que me pidió y me aparté el flequillo con la diadema.

     —¿De qué vas a ir? —me preguntó mientras colocaba su instrumental sobre un trapo, como una cirujana preparada para la operación a corazón abierto—. Tengo pensado un look de Spy x Family el año que viene.

     Tuve que recordarle que se trataba de una fiesta, no un salón manga. Llegamos a un acuerdo y empezó con la base mientras yo le contaba los detalles del disfraz.

     —Algo me dice que tiene que ver con Wolf. —Ella no disimuló su tono irónico.

     —Una pequeña indirecta.

     —Serán sombras negras y rojas.

     —Confío en ti.

     Blanca se puso manos a la obra de inmediato. Me sostuvo el rostro y me miró con la intensidad de una maquilladora profesional. Desplegó su legión de brochas y sombras, lo extendió sobre la cama y se tomó su tiempo para elegir la combinación correcta.

     —No estoy acostumbrada a maquillar a otros —dijo al tiempo que me aplicaba sombra sobre el párpado—. La última vez fue a mamá y tampoco fue mi mejor resultado.

     Mi hermana se mostró concentrada y resuelta, preparando el siguiente paso. Me sorprendió que sacara el tema. En general, ella no solía mencionar a mamá y yo no quería insistir por miedo a caminar sobre hielo demasiado fino.

     —Me acuerdo —comenté para darle ánimos—, pero los doctores decían que era la mejor arreglada.

     —No se me ocurría otra forma de animarla —terminó por decir—. Papá estaba casi todo el día en el hospital y Eric solo dejaba de llorar si tú lo tenías en brazos.

     Abrí los ojos y clavé la mirada en los de ella. Observé a mi hermana, quien cambiaba el peso de un pie a otro. Supe al instante que estaba un poco más seria de lo normal.

     —Hiciste que se sintiera mejor en un momento muy difícil. —Intenté poner aquel tono especial que usaba nuestra madre cuando Blanca se sentía mal—. ¿Lo sabes, cielo?

     Ella esquivó mi mirada.

     —Solo hice algo que se me da genial —dijo revoloteando a mi alrededor—. Gloria fue quien estuvo en casa y se comió la mayoría de mis teorías de Juego de Tronos.

     —Ella es fantástica, ¿no crees?

     —Lo es.

     Aquella conversación me produjo algo de tranquilidad. Aposté que, pasara lo que pasara entre papá y Gloria, mi hermana podría llegar a aceptarlo.

     Seguimos hablando. En ese punto, Blanca comenzó a meter sus temas: las series que estaba viendo, el libro que acababa de leer y su próximo cosplay. Me borró la cara con maquillaje, volvió a dibujarme los rasgos y continuó con mi cabello.




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