Hecha de Estrellas

47. Espíritu Adolescente

Enrollarme con Will no entraba dentro de mis planes, pero sería estúpido decir que aquello no se estaba poniendo bueno. Me abrió la boca con besos, tocó mi lengua con la suya y tomé aire. Entonces, dejé escapar un gemido entrecortado.

     —Joder —murmuró Will entre dientes.

     Su boca perfecta me recorrió la garganta y ahogué otro suspiro. Colocó los labios en la porción de piel que se le antojaba. Me encendí por dentro. Aquello estaba mal, pero se sentía bien. Cada toque era lento, provocaron que mi corazón latiera más rápido. Bajó por mi clavícula hasta el nudo de la capa, enredó un dedo en el bucle y sonrió mostrando los colmillos.

     —¿Se supone que eres Caperucita Roja?

     —Al fin, alguien lo dice.

     —Llevo toda la noche pensando si esto era por mí —dijo antes de tirar del cordel para deshacer el nudo con facilidad. La prenda cayó por mi espalda.

     —Podría decir lo mismo —respondí con los labios hinchados por la intensidad del momento.

     Hice lo mismo con el pañuelo, terminé por quitárselo. Así pude hacer lo que tanto quería, enterrar los dedos en su espeso cabello y disfrutar. Definitivamente, Will me gustaba demasiado. Nos besamos con una nueva intensidad, espoleados por el deseo de calmar el calor que sentíamos. Seguí con ese balanceo, un dulce placer para mí y una pequeña tortura para él. La parte más íntima y sensible de mí rozó su necesidad.

     Me agarró de la cintura y me detuvo las caderas. Nos separamos con las respiraciones hechas un caos, nuestras narices se rozaron y ambos nos miramos. El oxígeno de la habitación se agotó. La oscuridad me salvaba de mis inseguridades, pero seguía viendo a Will y cómo este devoraba cada curva de mi cuerpo. Me desarmó, no pude evitar sentir un cosquilleo en el vientre al percibir ese brillo de deseo. Nunca imaginé que alguien pudiera verme de esa forma.

     —No me hagas esto —susurró con la voz afectada.

     —¿No quieres continuar? —cuestioné, el alcohol hablaba por mí.

     Me apretó contra su entrepierna y escuché cómo gruñía. Tragué duro, también me di cuenta de la prueba de lo mucho que le gustaba mi cuerpo. Los pantalones de cuero no le daban oportunidad de ocultar su erección.

     —Ahora mismo, todo lo que puedo pensar es en acariciarte y besarte. Pero estás borracha y ya nos hemos dejado llevar demasiado.

     ¿Por qué tenía que poseer un mínimo de decencia humana?

     Me alejé un poco y eché un vistazo a su torso sin ninguna tela que lo ocultase. Los pectorales eran planos y cuadrados, con los contornos redondeados. Además, la piel tenía cicatrices dispersas que creaban surcos irregulares. Conté demasiadas.

     —Estoy segura de que no me arrepentiré de esto mañana.

     Las palabras flotaban en el aire. Mi palma siguió el recorrido de una de las marcas, un roce vacilante y tembloroso. Iba a seguir explorando, pero su mano me detuvo. Dejé de respirar en ese momento. Recuerdo que me pregunté si acabaría por tirarme de su regazo. En lugar de alejarme, Will me tomó la muñeca, la atrajo hacia sí y me besó la palma.

     —Entonces, ¿estás lista? —me preguntó con un aire juguetón.

     Los recuerdos oscuros de mi primera vez con Peter poco o nada tenían que ver con aquello. A pesar de eso, una batalla se estaba librando dentro de mí. Había tomado alcohol y malas decisiones; sin embargo, una parte de mí quería que Will besara, lamiera y mordiera mi piel. La otra, me decía que me bajara antes de agravar el error.

     —¿Tú lo estás? —Intenté no mostrar mi nerviosismo.

     —No —respondió, se pasó su lengua por la comisura de los labios—, pero dame unos minutos. —Se levantó conmigo aún encima, como si solo pesara un par de kilos—. O unos segundos si vuelves a gemir así.

     Enrollé las piernas alrededor de él y experimenté una mezcla rara de miedo y excitación. Me sostuvo con fuerza, moviendo su boca sobre la mía de una manera feroz y exigente. No sabía a dónde se dirigía hasta que noté la superficie del colchón contra la espalda.

     «Oh, por Dios».

     Me hizo volver a la realidad. Empecé a ser consciente de la situación y sentí un nudo en el estómago. Se acomodó sobre mí y permitió que sintiera parte del peso de su escultural cuerpo sobre el mío, tan grande y cálido...

     Un escalofrío me recorrió la columna.

     Giré el rostro y cerré los ojos, tensé cada fibra muscular y mi corazón amenazaba con romperse. Quería dejarme llevar, pero era incapaz. Tampoco ayudaba los rumores de Will como que podría destruir el cuerpo de una chica y su vida para que luego ella dijera ¿lo repetimos mañana?

     Docenas e imágenes llegaron a mi cabeza: Peter sobre mí, el recuerdo del dolor intenso entre las piernas, la sensación de ser desgarrada por dentro, la humedad de la sangre en las sábanas o los siguientes días sin poder ir al baño. Temblaba, pero de miedo.

     Will lo notó.

     —Rubita —murmuró, volviendo a pegar los labios a mi cuello y lamió la base de mi garganta—. Mírame.

     Negué con la cabeza. Necesitaba mantener los nervios a raya y no pensar en todos esos momentos que me asaltaron de pronto.

     Me agarró del mentón y sentí su frente contra la mía. Entreabrí los ojos y miré los suyos. El deseo se reflejaba en sus pupilas, esa intensa mirada juguetona que portaba anteriormente había sido sustituida por una salvaje que consumía su iris.

     —Will... —dije, mi voz sonó estrangulada.

     Traté de acercarle hacia mí, pero me mantuvo quieta. Conservó la distancia, burlón.

     —No, amor —dijo tras apartarse un poco—. Si decides pasar una noche conmigo, no será un polvo rápido. Quiero que lo recuerdes y te haré gritar.

     Me desplomé sobre la cama y abrí tanto los ojos como la boca. Estaba vergonzosamente excitada, tenía el pensamiento nublado y mis bragas debían estar húmedas. ¿Me había hecho subir a mi cúspide hormonal para dejarme caer en picado?




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