Hecha de Estrellas

49. Medianoche

La gente dice que la ciudad nunca duerme, pero puede quedarse muy silenciosa y apagada. Parecía que éramos los supervivientes de un apocalipsis zombi.

     —¿A dónde vamos? —pregunté tras un rato caminando.

     —A estas horas, tenemos pocas opciones.

     —Tampoco es que tenga muchas ganas.

     Alzó una mano y me señaló con un dedo.

     —¿Habías cenado antes? —inquirió.

     —No me dio hambre.

     —¿Se te olvidó otra vez? —cuestionó, su tono de voz dejó en claro que eso le molestaba.

     Puede que eso contribuyera a que el alcohol me afectara más, sumado a mi baja tolerancia por falta de costumbre. Las cuentas no me salían y ya me estaba imaginando al día siguiente, buscando en internet cuántos gramos de azúcar tenía todo lo que consumí. Otra discusión era lo último que quería, ya me sentía bastante culpable por tener que cenar después de consumir tantas calorías.

     —Esta noche se siente como un año —me quejé en voz baja e hice una mueca—Estoy agotada, ¿dónde prefieres cenar?

     —Es muy tarde, tú estás cansada y yo apesto a cloro. —Señaló con la cabeza un hacia su derecha, en dirección al parque—. Conozco un sitio que no está mal.

     Vi el camino. Empecé a deducir hacia dónde nos dirigimos y se me ocurrió un lugar. La sospecha me asustó. Me daba una extraña vergüenza solo de pensarlo.

     —¿Vamos a tu casa?

     —Sí, es la mejor opción —dijo, como si fuera algo normal.

     Detuve mis pasos y me quedé quieta. Aquello sonaba tan irreal que me pregunté si se trataba de una broma. ¿Me quería atraer a su casa con comida? ¿A esa hora? ¿Justo la noche que ambos...?

     —Es que me estás invitando a tu casa... —balbuceé—. Después de besarnos.

     —Sí, pero recuerdo que me devolviste el beso. Oye, deja de poner esa cara —Extendió la mano para apartarme un mechón, me alejé un palmo antes de que lo hiciera.

     Me entró una ansiedad horrible y de sopetón. Tragué saliva con dificultad. Will suspiró mientras bajaba el brazo y metió la mano en el bolsillo.

     —Te lo propongo porque si no, volverás a casa oliendo a alcohol y mojada. Entenderé que digas que no.

     Me hubiera negado ahí mismo de no ser porque tenía sentido lo que dijo. Aún me costaba pensar con claridad y mi pelo estaba mojado todavía. Por suerte, mi padre tenía de guardia en el hospital, no habría sido la primera vez que me quedaba hasta tarde en casa de un amigo.

     —Solo vamos a cenar juntos.

     —Pizzas y nada de sexo —dijo con ironía y una sonrisa torcida—. La definición de una noche perfecta.

     —Voy muy en serio.

     —Ir no implica que se nos vaya a ir de las manos otra vez.

     Estar a solas con Will era como encontrarme en una niebla que me nublaba el juicio. Mi cabeza puso cientos de reparos; sin embargo, mi corazón los barrió todos.

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Improvisar nunca se me ha dado bien, incluso en el baile. Era buena siguiendo los pasos preestablecidos, pero en aquel momento me dejé llevar por una decisión que tomé aún un poco bebida y sin saber qué esperar. ¿De verdad acababa de aceptar ir a su casa? ¿Por qué? Sacudí la cabeza, lo sabía en el fondo.

     Además, sentía que ocupaba un lugar que no era para mí: el asiento del copiloto de su coche. Vanessa debería estar ahí, no yo. Tuve la necesidad de morderme las uñas hasta llegar al hueso.

     Un profundo silencio volvió a reinar entre nosotros y continuó hasta que Will detuvo el coche frente al edificio. Me pedí a mí misma mantener la distancia segura, me ponía muy tontorrona cada vez que me tocaba. Caminamos algo separados y entramos al amplio pasillo hacia el ascensor.

     Yo estaba cumpliendo aquella petición como toda chica buena, pero Will metió la etiqueta que sobresalía por el cuello de la camiseta. Sentí sus dedos helados sobre la piel. Noté un escalofrío y me aparté de él.

     —Perdón, no he podido evitarlo.

     —No pasa nada.

     Me llevé las manos a la nuca, tenía el vello de punta. La verdad es que nunca me solía quejar de lo cariñoso que era conmigo, pero estábamos en una situación muy incómoda.

     —Por cierto, Yin me lo ha contado, sobre la canción —dije, en parte para aliviar la situación—. Enhorabuena.

     —Ah, ¿qué te ha parecido? —dijo antes de pulsar el botón y que las puertas se cerraran.

     Me concentré en pensar antes de hablar. ¨Me gustó¨ era un cumplido muy simple que cualquiera podía darle, a mí no me agradaba que alguien viera mi interpretación de una pieza y solo dijera que lo hice bien. Recordé lo que sentí en ese momento cuando escuché la canción.

     —Imaginé los pasos que haría: algo suave y dulce —respondí apoyándome en una barandilla y miré al suelo—. Muy diferente de lo que esperaba, tampoco me habías dicho que pudieras componer.

     Levanté la vista hacia Will, parecía esbozar una sonrisa de colmillos. Casi como si estuviera complacido. Intenté ignorar las palabras de Yin, no era tan egocéntrica como para sentir que yo tuve algo que ver con el proceso creativo de una canción tan bonita.

     —Es más entretenido hacer eso o dormir durante las clases de Anderson —dijo al tiempo que las puertas se abrían— y me ha permitido pagarme la universidad.

     ¿Cuánto ganaba para pagarse todos los costes? ¿Había estado besuqueándome con un rico y yo ni estaba enterada? En mi caso, tendría que recurrir a préstamos estudiantiles, además de una beca, solo para poder costearme los estudios en danza.

     Salimos de la cabina y nos dirigimos hacia la puerta principal. Unos ladridos me recordaron que Káiser estaba ahí. Will abrió la puerta, pero se detuvo.

     —¿Necesitas volver a abrazarme para protegerte? —se burló con sorna.

     Enarqué una ceja y empujé la puerta con la punta de los dedos. Káiser se encontraba justo detrás, estirado hacia delante y jadeando como si hubiera pensado que lo habían abandonado. Nos miré a ambos, pero se centró en mí.




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