Hecha de Estrellas

50. Una Noche (+18)

Gloria se enfadó más por llamar tan tarde que por decir que quería estar con mi novio. Reconozco que, dentro de la impulsividad, hice bien en avisar a otra persona sobre dónde podía encontrarme. Además, ella me prometió que diría a mi padre que pasaría la noche en casa de Emily (de quien me aproveché demasiado de su teléfono).

     Problemas resueltos.

     Metí las pizzas en el frigorífico, me cuestioné cinco veces si Ned Flanders aprobaría mis conductas y me acerqué a la puerta del baño. Mi estómago estaba en modo centrifugado. Hasta Káiser me miró con pena o eso intuí.

     Escuché el sonido del agua corriendo. Tragué saliva con dificultad, respiré un par de veces y piqué la puerta. No obtuve respuesta.

     —Will —le llamé—. Quería preguntarte si…

     —No te oigo muy bien —dijo por encima del sonido del agua—. Entra, no me importa.

     Eso era lo que pretendía. Abrí muy despacio y me deslicé al interior del cuarto de baño. Distinguir su silueta a través de la mampara de la ducha.

     —¿Hay algo tan importante que no podías esperar?

     Me abracé a mí misma, con los ojos como platos e inquieta. Tenía los labios entreabiertos, temblando. Cada vello estaba erizado y daba golpecitos con el pie para paliar la ansiedad creciente en el estómago.

     —¿Puedo ducharme contigo?

     Me tomó un segundo decir aquello; sin embargo, mis palabras sonaron extrañas, como si el vapor y las paredes de mármol pulido las deformaran.

     —Lo mejor es que no —respondió. El agua amortiguó su voz, pero percibí la seriedad.

     No me esperaba esa contestación, tal vez porque deseaba un ¿qué haces ahí todavía? Will había sonado antes tan juguetón hacía solo unos minutos que no supe cómo proceder.

     —Yo pensaba que tú… —Me detuve, asimilando el rechazo.

     —Si entras, no voy a poder solo ducharme —dijo en un tono pausado, casi de advertencia—. No pienso sentirme como si te presionara y tampoco permito que una chica haga algo que no está segura.

     Tragué duro y mi estómago se contrajo otra vez. Nadie me había enseñado a cómo comportarme en aquella situación.

     Abrí la boca, aunque decidí callar y actuar. Me quité las botas largas y los vaqueros. Cuando me saqué la sudadera, me quedé únicamente con las bragas. Intenté esquivar mi reflejo en el espejo, pero este me robó la atención. Los defectos resaltaban bajo esa luz. Will había visto docenas de chicas con más pecho, menos vello y sin estrías. Me sentí estúpida, no iba a dejar que mis inseguridades vencieran. Exhalé de broma breve y sonora.

     Aún con las bragas, me acerqué a la ducha y deslicé la mampara. Examiné su espalda, hombros anchos y torso largo, reluciente por las gotas de agua. Me invadieron muchas emociones, pero una ganó a las demás: sorpresa.

     —Dios, ¿esos arañazos son…?

     —¿Tuyos? Sí, el regalito que me hiciste en la piscina.

     Qué salvajismo, pero no me arrepentí de ver ese espectáculo. Tuve la necesidad de ponerme de rodillas y dar gracias al cielo.

     Se giró en mi dirección. Aparté la vista, no fui capaz de mirar a los ojos ni de cintura para abajo. Me ofrece la mano para ayudarme a entrar en la ducha. Hice lo que pude para cubrirme con el otro brazo mientras Will me hizo un hueco bajo la cascada artificial.

     Clavé la vista en la mampara. Una sensación de calor se me acumulaba en el vientre.

     —Ey no —susurró, apoyó las manos en mis caderas—. ¿Qué está mal?

     Alcé el rostro, Will me miraba con ojos entornados. Estaba concentrado en mi expresión. Me quedé fascinada con las gotas de agua atrapadas en sus pestañas.

     —Estoy segura, es solo que…

     —¿El qué? —dijo sin que sus ojos dejaran los míos.

     Las manos se deslizan por la curva de mi cintura y caderas. De arriba abajo. De dentro hacia fuera. Sus dedos estaban sobre las pequeñas marcas de perder peso. Pensé en todos los motivos: quedar en ridículo delante de él, que pudiera hacerme daño y también…

     —Me aterra no darte tanto como estás acostumbrado —dije con la cara ardiendo.

     —¿A qué crees que estoy acostumbrado?

     —Las chicas entran y salen de tu camerino desnudas.

     —Una chica salió casi desnuda de mi camerino —me explicó.

     Tomó mi rostro entre sus manos y agachó la cabeza. Me besó la frente, luego la nariz y acercó la boca a mis labios. Sus ojos eran impenetrables, oscuros y ardientes.

     —Eres preciosa. —Su aliento quemaba más que el agua.

     Me besó con los labios entreabiertos y empecé a relajarme un poco, tanto la temperatura como la compañía eran perfectas. Atrapó mi labio inferior entre los dientes y tiró de él. Eso siempre lograba excitarme. El físico de Will era más notable en ese momento que estaba casi desnuda. Riachuelos de agua serpenteaban por su piel.

     Toqué su clavícula, se sentía como una barra de hierro. Descendí con las palmas abiertas por su pecho. Will extendió una mano y noté un repentino cambio en el agua. Chillé al sentir el frío y me pegué a él de la impresión.

     —¡Will! —chisté y aferré a su cuello.

     Él rio y sentí cómo me envolvía. Me estrechó contra su torso, la nula distancia entre ambos me estremeció. Estaba rodeada de vapor y músculos mojados.

     —Mucho mejor —se burló y sonrió contra mi hombro.

     —Tienes un sentido del humor horrible.

     —Sí, pero te gusto.

     —No. —Me puse de puntillas—. Me encantas.

     Le besé. Una. Dos. Tres… incontables veces.

     Me dedicó una embelesada sonrisa, se agachó para tocar mi cuello con sus labios. El calor de Will era tan placentero. El corazón me latió muy rápido. ¿Pudo oírlo? ¿Sabía lo fácil que era provocarme?

     Descendió hasta mis pechos. Arqueé la espalda cuando sentí su boca alrededor del pezón y su mano masajeó mi otro seno. Contuve el aliento y me mordí el labio para no dejar escapar un jadeo. Algunas partes sensibles y olvidadas de mí cobraron vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.