Hecha de Estrellas

52. Despertar

La luz del sol se colaba por la ventana y calentaba un dormitorio que no era mío. Me desperté cuando Káiser me lamió la mano que sobresalía del colchón. Me removí entre las sábanas, desubicada. Tardé unos segundos en recordar lo que pasó la noche anterior.

     Will.

     Juntos hicimos cosas increíbles y sin testigos de por medio. Contuve el aire y me giré para verle. Mi corazón se estremeció un poco porque nadie se encontraba al otro lado de la cama. Parpadeé tan rápido como el aleteo de un colibrí, me senté sobre la cama y me cubrí el rostro con las manos. Me molestaban las lentillas. No te recomiendo dormir con ellas, acaban secas y me picaban los ojos.

     Los recuerdos de la noche anterior me invadieron. Tenía muchas emociones bajo la piel, pero la sensación de abandono predominaba. No le había pedido que amaneciera acurrucado a mi lado y dejamos claro que solo era una noche; sin embargo, yo me sentía como un juguete usado y tirado. Debía transicionar de nuevo a la realidad.

     Me conformé con dar los buenos días a Káiser, salir de la cama y pensar en qué hacer. Dejé el móvil en la cocina, así que me levanté con el perro siguiéndome detrás. Arrastré los pies hasta marcharme de la habitación, aún con la pequeña esperanza de encontrarme con Will. En su lugar, me topé con otra persona.

     Sammy iba de un lado a otro en la cocina. Llevaba una camiseta de tirantes, unos pantalones cortos de algodón y un moño despeinado. Aún podía apreciarse el delineado rosa mal desmaquillado. Se dio cuenta de mi presencia y cruzamos miradas.

     —Oh, encanto —dijo cerrando un armario.

     —Buenos días —le saludé y me abracé a mí misma, un poco incómoda por la situación—. No sabía que estabas aquí.

     —Yo sospechaba que tú sí.

     —¿Ah?

     —Me levanté en mitad de la noche para ir al servicio y te escuché. —Tosió falsamente—. Es decir, os escuché.

     Tardé un segundo en entenderla, dos en sonrojarme y tres en reaccionar. No medí para nada mis gemidos mientras estaba en la habitación. Quise que un monster truck me arrollara y luego diera marcha atrás para asegurarse de que estuviera muerta.

     —Oh no.

     —Oh sí.

     —Yo... es decir —balbuceé—, nosotros...

     —Vivo con tres compañeras de piso. No es para tanto.

     —Lo siento —dije, intenté no mirarla a la cara.

     —Un consejito: ocúpate de la ropa del baño. Heather está harta de este tipo de problemas, pero aún no se ha levantado.

     Mi cara pasó de rojo a blanco. no podía tener ni una noche tranquila sin consecuencias. Susurré el gracias más patético de la historia antes de salir corriendo hacia el cuarto de baño. Al llegar, encendí la luz y no encontré nada por el suelo. Allí no estaba la camiseta, ni los vaqueros y tampoco mis bragas. No me caracterizo por ser una persona que pierde su ropa interior. ¿La culpa era de mi maldición con los servicios?

     Si antes me daba vergüenza que Sammy pudiera sospechar que ocurría algo, ahora tenía la cara caliente y pensaba que me derretiría como una figura de cera. Por suerte, ella lucía mucho más despreocupada y se sirvió un vaso de leche. Me senté junto a ella en uno de los taburetes al lado de la barra de madera oscura.

     —¿Por casualidad sabes dónde está Will?

     —No, me acabo de levantar y ¨preparado¨ el desayuno —dijo con hastío y dio un sorbo a la leche—. Tienen una naranja verde en la nevera, es lo único que no está envasado al vacío.

     Al rato llegó Heather, quien lo primero que hizo fue ir hasta Sammy y besarle la mejilla. Yo solo quería eso, ¿era mucho pedir? Después, me saludó con un gesto.

     —Diez dólares —dijo, sonriendo de lado a Sammy.

     La peliarcoíris refunfuñó y se levantó del asiento.

     —Siempre igual —se quejó mientras iba al dormitorio.

     Clavé la mirada en ellas y puse las manos en las caderas.

     —¿Qué? —pregunté, mientras Sammy llegaba con un billete y lo dejaba en la barra.

     —Ella dijo que ibas a pasar la noche en la casa. Yo dije que era demasiado pronto.

     Se me cortó la respiración y el color huyó de mi rostro. No supe cómo reaccionar, me debatía entre dos ideas sobre Heather: hizo esa broma porque le caía bien y teníamos confianza o solo quería reírse de otra chica que pasó la noche con su hermano.

     —¿Habéis apostado sobre mi relación con Will?

     —Nosotras no lo diríamos así —contestó Heather. Esa ligera mirada de culpabilidad desmentía sus palabras—. Solo ha sido una vez.

     —¿No os habéis apostado si Will me dejaría tirada esta mañana?

     No me sentó nada bien. Me pregunté cuántas chicas habrían pasado por esa clase de bromas. Me entraron ganas de ponerme unos pantalones y correr a mi casa entre lágrimas. Hice un drama digno de un culebrón.

     Ambas me miraron con pena y sin saber qué hacer. Sammy abrió la boca para hablar, pero Káiser ladró y salió en dirección a la puerta. Luego, se escuchó el sonido de una llave en la cerradura. Will entró junto al perro despreocupadamente, llevaba una bolsa blanca en la mano.

     La cocina parecía enfriarse.

     —¿Qué me he perdido? —preguntó al cabo de unos segundos.

     Se me erizó el vello de la nuca y me encogí en el taburete. Él usaba una camiseta negra ajustada, vaqueros oscuros y botas. Con solo eso, era necesario utilizar el superlativo de guapo para describirle. En cambio, yo debía lucir como un zombi.

     —Buenos días —solté lo primero que me vino a la mente mientras él se acercaba y dejaba la bolsa en la barra.

     ¿Qué se hace en esta situación? ¿Ese era el momento en el que decía que debía marcharse porque iba a una cita importante? No tenía ni idea de lo que él estaba pensando hasta que me agarró de las caderas y me besó en la frente.




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