Hecha de Estrellas

54. Fingir que me quieres

Mi padre no me preguntó por lo que hicimos, directamente. Insistió en la importancia de los métodos barrera, los múltiples casos de embarazo en chicas de mi edad que atendió y la posibilidad de recetarme pastillas anticonceptivas. Sé que era lícito que se preocupara, pero me hubiera gustado tener decisión sobre la cena. Él vio la oportunidad de conocer más a Will y la aprovechó.

     Me encontraba mareada y sin fuerzas. No había dormido demasiado la noche anterior, aunque no me arrepentía de ello. Visto desde un punto de vista falocentrista, no hubo sexo. Sin embargo, hubiera sido muy naíf considerar que lo que tuvimos solo fueron besos y caricias. Se trató de uno de los momentos más intensos de mi vida.

     Notaba una presión sorda y un leve mareo que me impidió probar bocado a la hora de comer. Decidí que lo mejor era compensar. Estaba tan cansada que solo quería meterme en la cama, cerrar los ojos y dejar pasar el día. Al menos, el hambre desapareció durante unas horas. Viéndolo en retrospectiva, creo que nadie se daba cuenta de mis conductas porque yo siempre tenía una dieta diferente y solía comer en mi habitación.

     Sabía que dormir para evitar el hambre no era la solución más saludable; sin embargo, tampoco tenía otro plan. Además, sentía que no podía hablar de ello con otra persona sin que me juzgara. Pensé que nadie iba a aceptar mis métodos para verme mejor, pero sí el resultado. En ese punto, debí darme cuenta de que si debía mantener algo oculto a mis seres queridos, lo más probable es que fuese verdaderamente malo.

     Solo sería una vez más, después lo compensaría con una dieta estricta hasta el viernes. Ese día teníamos el vuelo a Sacramento y nos quedaríamos con mi yaya todo el fin de semana.

     Dormí hasta media tarde. Ya era la hora de ponerse en marcha cuando me desperté y fui al armario para cambiarme. No me quité la camiseta de Will hasta ese momento porque aún conservaba su olor. Esnifé la prenda como una adicta a la cocaína antes de guardarla. A menos que él me la pidiera de vuelta, yo no pensaba deshacerme de ella. Ladrona, pero no tonta.

     Me puse un jersey ancho, unos vaqueros y, lamentablemente, las gafas de pasta. Decidí ponerme la gorra negra, ya que no podría quedármela más tiempo. Bajé las escaleras y, desde ahí, pude ver a Gloria andando de un lado a otro de la cocina, como pollo sin cabeza. Se quejó media docena de veces por no avisar con antelación y tener que preparar una cena especial cuando la mayoría de las tiendas estaban cerradas. Mi estómago se retorció de hambre por el olor a asado que estaba cocinando papá.

     Salí al porche y respiré hondo. La brisa nocturna acariciaba mi rostro, trayendo consigo el aroma fresco de las rosas del jardín. Necesitaba estar fuera, esperar a Wolf y preguntarle qué demonios íbamos a hacer.

     «Decir la verdad, por ejemplo», dijo mi consciencia. Tenía razón, pero yo no iba a dársela.

     A los pocos minutos, vi el Volvo plateado de Will cruzar la calle hasta detenerse cerca de casa. Él bajó del auto. Estaba sonriente, relajado e insoportablemente guapo.

     —Qué empollona tan sexi —dijo él en un tono juguetón.

     Le lancé una mirada envenenada mientras se acercaba. Antes de que pudiera replicar, Wolf me tomó del mentón y me dio un suave beso en los labios. Me quedé quieta en mi sitio, con el corazón martilleando en el pecho. Estaba boquiabierta, sonrojada y sin palabras.

     Cuando se separó de mí, dije con voz temblorosa:

     —Por favor, no me beses si no es necesario.

     Me ponía muy tontorrona si hacía eso. No era momento para perder la mitad de mi inteligencia. Me sentí más tímida de lo normal.

     —No pude resistirme —dijo con una sonrisa pícara en los labios—. Te ves muy bien llevando gafas, lo prometo. No sabía que las usaras.

     —Necesito descansar la vista después de la piscina y dormir con lentillas.

     —Y la ducha —añadió con descaro.

     —Ah —dije sin más, pero noté que se me calentaba el rostro con el recuerdo. Me subí el puente de las gafas y me obligué a no hablar sobre cómo hacía menos de 24 horas estábamos sin ropa—. ¿No estás nervioso?

     —Un poco más tranquilo y estaría muerto.

     —Mi padre va a hacerte miles de preguntas —le avisé y empecé a hablar muy rápido—, a mi hermanito le das miedo, Gloria está histérica y Blanca seguro que va a enseñarte todas sus figuritas. Además...

     Posó las manos en mis hombros y yo tomé aire.

     —De verdad, estás demasiado preocupada —habló en calma, con voz pausada y aterciopelada—. Solo va a ser una cena. No te dejaré sola en esto, ¿de acuerdo?

     Su tranquilidad me hizo replantearme si yo estaba exagerando. Se me pasó por la cabeza pedirle que me abrazara como cuando tuve el ataque, respirar su fragancia en el estado más puro y no pensar. Sin embargo, me deshice de la idea.

     —Vale, que no cunda el pánico.

     Entonces, él se inclinó y me susurró al oído:

     —Por cierto, tengo algo para ti.

     Abrió su chaqueta de cuero y sacó una cajita blanca del bolsillo interior. Me quedé paralizada como una estatua de sal. Estaba desconcertada al ver que se trataba del modelo más reciente de iPhone. Lo miré y remiré.

     —¿Perdón? —pregunté sin entender al pasarme el ¨regalo¨—. Dime que esto es una broma.

     Me miró como si le estuviera ofendiendo, evaluando mi reacción.

     —Te pasan muchas cosas. No quiero que estés sin poder llamar a nadie. Además, yo tengo registrado este teléfono en una cuenta en caso de que necesite saber dónde estás.

     Intenté tragar saliva, pero tenía la boca seca. Wolf lucía demasiado serio como para ser una broma.

     —No haces que esto suene nada normal. —Mi voz era cualquier cosa menos alegre—. ¿Qué pasa si yo no quiero que sepas dónde estoy?




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