Hecha de Estrellas

57. Nunca bromeo sobre besarte

Cabalgar media hora significa quemar unas 250 calorías. También fortalece los glúteos, el tren superior y el abdomen. Era un buen método para seguir en forma y entretenerse durante los meses de verano. La brisa cálida me revolvió el cabello al salir de la casa. Mi hermana estaba junto a la valla blanca. Se movía de un lado a otro con el móvil en alto y una expresión de hastío.

     —¿Sin cobertura? —pregunté, sabiendo que eso podría tenerla frustrada.

     —Sí. —Soltó un suspiro exagerado—. Es día 2, publican el nuevo capítulo de uno de mis manhwas BL. Tengo que esperar tres días. ¿Cómo se supone que quieren que me entretenga sin internet?

     —Ven conmigo —le propuse—, podemos dar un paseo a caballo hasta el río como hacíamos con mamá.

     —No puedo, la abuela ha puesto a Eric con mi poni y papá le está dando una vuelta.

     Blanca señaló hacia los susodichos. Mi hermanito reía mientras papá lo ayudaba a montar. Algo se me removió por dentro con el recuerdo de mamá subiéndome al poni, enseñándome a estar recta y a no caerme. Eso costó más de lo que crees.

     —¿Por qué no tomas un caballo? —sugerí mientras colocaba un pie en la valla, me impulsé para saltarla y llegar al otro lado—. A tu edad, yo ya llevaba un año montando a Dálmata.

     —Cada persona tiene su propio ritmo de maduración. Me lo dijo el psicopedagogo.

     Sacudí la cabeza y vi a Dálmata acercarse. Me despedí de mi hermana para ir con el animal. Se trataba de una yegua appaloosa, su manto era blanco con manchas negras y oscuras. Relinchó con una vitalidad burbujeante cuando la acaricié. Tomé las riendas y tiré de estas para llevarla hacia el establo.

     A lo lejos, Will estaba hablando con Alex. Se me encogió el estómago por alguna inexplicable razón. Sentí la misma sensación como cuando ves un fuego cerca de un bidón de gasolina. Me acerqué a ellos y Alex sonrió al verme. Era alto, delgado y atlético. Su cara siempre me recordaba a un chico digno de protagonizar una serie en Disney Channel. Entonces, me abrazó con decisión. Me pilló por sorpresa.

     —¡Aurora, me alegro de verte! —exclamó.

     —Hola, Alex. Cuánto tiempo.

     —Estás muy guapa —dijo, observándome de arriba abajo. Sentí un rubor en mis mejillas.

     Terminó por soltarme. Dejó un brazo amistoso por encima de mis hombros. Me alegró ver a Alex, pero me sentí algo incómoda. No pude evitar notar la mirada atenta de Will, con sus ojos impenetrables y una expresión seria.

     —Parece que ya conoces a Will —intenté romper la tensión, señalando al pelirrojo—. Es mi chico.

     Ambos se observaron detenidamente. El aire podría cortarse con un cuchillo.

     —Los rumores eran ciertos —contestó Alex con un tono casual que no ocultaba su ligera animadversión—. Al fin has traído a alguien.

     —¿Y de qué estabais hablando? —pregunté a Will.

     La atmósfera se volvió como una tormenta silenciosa. Noté que su expresión no había cambiado y que continuaba observándonos con atención.

     —Sobre vosotros —murmuró él y se encogió de hombros—. He descubierto algo interesante. Resulta que una vez os pillaron en una situación comprometida.

     —¿Por qué le cuentas eso? —Fulminé con la mirada a Alex.

     —Por el curso de la conversación —respondió él, con una sonrisa burlona.

     —Déjale terminar —intervino Will con calma, aunque su voz no carecía de una suave advertencia. Una sutileza amenazante.

     —Bueno, teníamos unos 12 años —comenzó a explicar Alex, como si no se diera cuenta de la tensión o solo quisiera intensificarla—. Era el Cuatro de Julio, así que hubo fuegos artificiales. Fue muy romántico, nuestro primer beso.

     Me alejé de Alex y fui junto a Will, quien no tardó ni un segundo en envolverme la cintura con su brazo.

     —Y el último —lo dejé caer—. Éramos unos críos. Todo muy inocente.

     Will dejó escapar una pequeña risa y su mirada se posó con una confianza casual en mí antes de mirar a Alex de reojo.

     —Los primeros besos son lindos —comentó Will con un tono de voz despreocupado—, pero si supieras cómo lo hace ahora, estarías asombrado. Aunque, claro, es una cuestión de experiencia.

     Sentí cómo el agarre de Will en mi cintura se volvía un poco más firme, como una afirmación sutil de su presencia. Era como estar en un campo con minas. Las miradas de Will y Alex chocaban. Yo me encontraba en el medio, sin saber cómo manejar la situación. Sí, a mí siempre me han gustado los imbéciles. Cambié de tema y pregunté a Alex por su familia, la facultad de veterinaria y el trabajo en la casa cuidando a los caballos. 

     Al final, se marchó y yo pude presentar a Dálmata en condiciones. La esquina de su boca se levantó cuando supo el nombre.

     —Tú imaginación me deja pasmado —se burló Will.

     —Era una niña, lo raro es que no la llamara Manchitas. —Le clavé la mirada—. ¿Vendrás a dar un paseo o prefieres seguir sacando información íntima sobre mí a Alex?

     —Quiero aclarar que fue él quien sacó el tema. Fue patético.

     —¿Por qué querría hablar de eso contigo?

     —Es natural estar intrigado por lo que no puedes tener.

     Puse el pie izquierdo en el estribo y me impulsé para pasar la pierna derecha por encima de la grupa. Me recoloqué en la silla. Will se montó elegantemente sobre uno de los caballos. No me sorprendió que eligiera el negro azabache. Sus movimientos eran fluidos, parecía muy familiarizado cuando salimos del lugar.

     Sonreí mientras cabalgábamos por el sendero. Me fijé en el paisaje verde. Los árboles debían medir cinco o seis metros de alto, formando un dorsel de hojas por encima de nuestras cabezas. Algunos rayos de sol se colaban entre los huecos de las ramas. El camino iba hacia el sur por la parte más frondosa. El aire estaba cargado por el olor a tierra húmeda, vegetación y madera.




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