Hecha de Estrellas

58. Me vas a volver loca

Todo estaba saliendo a pedir de Milhouse. A lo largo del día, disfrutamos de los pequeños placeres en semejante lugar: caminar por los viñedos, comer carne marinada, visitar las bodegas o probar vino. Mi abuela aprovechó para contar sus años como musa de algunos diseñadores de renombre.

     Blanca no quería despegarse de Will. Después de descubrir que le gané, mi hermana parecía obsesionada con la idea de superarle en algo. Sacamos nuestro arsenal de juegos de mesa, pero ella no obtuvo ninguna victoria. Jugué con ellos hasta que me cansé de quedar siempre en último lugar. Entonces, decidí ayudar a mi abuela con los preparativos de la fiesta.

     La bodega estaba impregnada del aroma a roble y uvas maduras. En las estanterías exhibían botellas cuidadosamente alineadas. Me senté en una mesa de cata de vinos junto a Mary, rodeadas de copas de cristal y una selección de vinos tintos y blancos. Examiné las etiquetas de las botellas mientras escuchaba a mi abuela. Algunas de mis tías confirmaron que vendrían y eso me hizo ponerme nerviosa.

     Después, salimos a la acogedora terraza. La luz de la tarde daba al cielo un matiz anaranjado. Mi abuela volvió a contar historias que ya me había narrado en otras ocasiones. Un ritual que siempre parecía gustarle, casi me sentía tranquila. En esos viajes, poco podía hacer para controlar las cantidades de comida.

     —Blanca me preocupa mucho. Se comporta de una forma tan…

     —Tiene 14 —le recordé.

     —Tú sí sabías comportarte —dijo con un tono de reproche—. Siempre hacías lo que se te pedía.

     «Es que yo soy más sumisa.»

     Sacudí la cabeza y me callé, no valía la pena discutir. Ella me ofreció una segunda copa de vino tinto.

     —Estoy a dieta para la obra —la rechacé.

     —He notado que está más delgada —dijo, al tiempo que sostuvo una copa—. Recuerdo cuando era bailarina: apenas probaba un bocado. Así podía beber los fines de semana.

     Levanté la vista y me encontré con la mirada perspicaz de Mary. 

     —Ahora tengo que estar en la mejor forma posible —me justifiqué.

     —Comprendo —respondió. Mientras apuraba la bebida, su mirada se mantuvo atenta en mí—. Siempre estaba muerta de hambre. Apenas comía y, aun así, tuve que adelgazar para algunos castings. No estoy orgullosa de ciertas cosas.

     Parpadeé sorprendida. Me vino a la cabeza lo increíble y hermosa que se veía en sus fotos. Siempre había admirado la confianza que irradiaba, como si las puertas del éxito, la fama y el dinero se abrieran ante ella sin apenas sacrificios. 

     —¿En serio?

     —No quiero que sufras. —Esbozó una sonrisa triste—. Pero debes entender que tendrás que renunciar a muchas cosas.

     —¿Qué quieres decir?

     —Quiero decir que, en mi caso, mi físico me permitió llegar lejos. Tú eres talentosa y muy linda, pero este camino es muy duro. Espero que para ti sea un poco más fácil.

      Asentí, absorbida por sus palabras.

     —Estoy dispuesta a llegar más lejos —respondí con decisión.

     —¿Más lejos que quién?

     —Más lejos que mamá.

De repente, escuchamos un grito y miramos hacia abajo. Desde ahí pudimos observar la piscina rectangular. El sol de la tarde hacía que la superficie del agua brillara como diamantes líquidos. Blanca corría por el borde y saltó en plancha. Will estaba nadando. Sus músculos se flexionaban con cada brazada. No pude evitar seguir sus movimientos.

     —Entonces —dijo Mary, sacándome de mi ensoñamiento—, nunca te cases con el primer chico guapo que veas.

     —Ey —chisté yo.

     —Aunque sea sumamente atractivo, alto y tenga un cuerpo tan…

     —Abuela, deja de mirarlo así.

     —Diviértete, pero nunca lo pongas como prioridad.

     Quizás, vi ese momento como reconfortante porque podía hablar de algo que me atormentaba sin que me juzgaran. Tenía a una persona que me entendía. Sin embargo, puede que estuviera normalizando un comportamiento que no está bien.

     Me despedí de Mary y bajé las escaleras de piedra blanca rumbo a la piscina. Me acerqué hacia las tumbonas de madera, agarrándome de los codos. Contemplé el espectáculo con fascinación.

     Ambos salieron de la piscina. Blanca se echó sobre una toalla. Tuve un poco de envidia por mi hermana, ella se encontraba feliz en bañador y sin preocuparse (sin miedo a las estrías, al vello, a los pensamientos intrusivos ni a la grasa abdominal). Por otro lado, estaba Will.          




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