Hecha Pedazos: Diario de una chica Rota

Página III

Pasó un día, tres, siete, catorce y no podía dejar de ir a verlo. No importaba la hora o el día, a veces me escabullía de clases para hacerlo y cuando llegaba el me obsequiaba una atractiva sonrisa y una regañina por mis faltas. No le gustaba que fallara en las notas y por eso me esforzaba al máximo para ver su alegría dirigiendose a mi. 
Las tardes pasaban veloces. Entre risas y comentarios. Entre libros de Neruda y Poe. Entre películas como It o Yo antes de ti. Amábamos pasar tiempo en silencio. En el bendito silencio que él me obsequiaba y no me incomodaba en lo absoluto. Amaba no tener que cubrir el silencio con charlas estúpidas que podrían herirme. 
Hablábamos de todo y nada a la vez. Siempre “¿No crees que esta da más miedo?
«No, es mejor el Espantapájaros»”. Nunca “¿Qué es lo que más miedo te ha provocado?
«Permitir que me toquen»” 
Nunca un roce de manos. Nunca una caricia inesperada. Nunca nada más que un hola y una forzada sonrisa. Nunca nada que significara tanto que ya lo había olvidado porque nunca lo había tenido. Aún así con él me sentía mejor que con cualquier persona. Incluida mi madre a quien de vez en cuando encontraba dirigiéndome miradas preocupadas.
Las horas volaban como si fuesen segundos y apenas nos dabamos cuenta de la diferencia. A veces me sentaba al lado de la ventana con el cerca y leíamos. Dickens, Austen, Bronte o Shakespeare; no importaba. Nos perdíamos en las palabras, en los sentimientos y navegabamos juntos por algo que no queríamos decir en voz alta. 
Luego de un día lleno de travesuras por nuestra parte ayudé a acostarlo. Con voz suave me pidió: 
- ¿Puedo apoyar mi cabeza en tu regazo? - temblé por dentro como si un gran terremoto hubiese sacudido los escombros de lo que quedaba de mi. Me tocaría más de lo que sería adecuado. Mantenlo impersonal me dije. Tomé una profunda respiración. 
Asentí con seriedad y así lo hice. Su respiración se hizo mas profunda mientras acariciaba las hebras finas que componían su cabello. 
Murmurando para mí recordé una frase de Historia de dos Ciudades que hice mía. 
- “Soy un desilusionado... No me importa nadie en el mundo y a nadie le importo yo" - dije con voz trémula pero al mirar ese rostro aniñado e inocente mientras dormía supe que algo si me importaba. Él y mi madre que a pesar de sus equivocaciones seguía allí.
¿Cómo una frase que solo pocos días atrás significaba tanto ahora era desestimada con plena facilidad?
¿Por qué me sentía tan cómoda al lado de alguien que no tenía nada en común conmigo?
Con sorpresa ohí a esa voz grave murmurar otro verso de Dickens que hizo que todo mi interior comenzara a reconstruirse de forma lenta pero segura. 
- "Todavía siento la debilidad de desear que sepáis con qué fuerza encendisteis en mí algunas chispas a pesar de no ser yo más que ceniza, chispas que se convirtieron en fuego, aunque a nada conduce, pues arde inútilmente." 
El silencio volvió a surgir entre los dos y no pude evitarlo, me dormí arrullada por su acompasada respiración y con un alivio que no había sentido en mucho tiempo. 
 



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En el texto hay: amor esperanza vida

Editado: 25.05.2020

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