A veces odiaba ser chica. Principalmente esos días del mes en que el insufrible dolor menstrual me atacaba cada hormona del cuerpo volviéndome una máquina de mocos y lágrimas.
Tan desagradable como sonaba, era verdad.
Así que inevitablemente ver algo minimamente triste me ponía a llorar como una magdalena. No sé si acaso saben de la historia de Oscar Wilde, El ruiseñor y la rosa, pero desde pequeña mi madre me la leía junto a El fantasma de Canterville y se convirtió en una de mis favoritas. La historia en sí al principio me había parecido muy romántica y hermosa ahora me parecía demasiado triste y tonta. Y en estos días sensibles no pude evitar que un torrente de lágrimas silenciosas surcara mis mejillas cuando cedí a los deseos de Ivy y Lexy otra pequeña incorporación del centro de salud a leerles la lacrimógena historia de amor y sacrificio del ruiseñor.
Así que cuando salí de la habitación de las niñas con los ojos hinchados y enrojecidos y la cara manchada por las lágrimas lo menos que hubiera querido era toparme con Theo.
Sus ojos se abrieron alarmados y vi como se acercaba a mi con toda la rapidez que le permitía su silla de ruedas. Nunca antes un rostro me había provocado aquella clase de sobrecogimiento, de ternura. Sentir que se preocupaba por mi hizo que mi corazón roto se llenara de una ligera calidez parecida a la de un cuerpo humano rodeándome. Protegiéndome.
- ¿Qué ha sucedido? ¿Estás bien? – su voz suave me provocó un estremecimiento. Cerré los ojos. ¿Cuánta más vergüenza iba a pasar por causa de mi período? ¿No era suficiente que Theo me hallara cuando parecía más un pañuelo arrugado que una persona, sino también tenía que alarmarlo? Maldición. Esperaba que acabara pronto.
- No es nada. Ivy me convenció para que le leyera a ella y a Lexy El ruiseñor y la rosa. No pude negarme y ahora mira como estoy. Debo parecer un payaso. – dije volteandome para verme en el espejo del pasillo.
Solté un grito ahogado. La verdad es que me veía como un tomate aplastado. Mis ojos inevitablemente se llenaron de lágrimas. Malditas hormonas. De fondo escuché la risita de Theo que se apagó de inmediato al ver mis ojos cristalinos.La preocupación volvió a envolverlo y me maldije mentalmente por ser la culpable de ese sentimiento.
- ¿Quieres sentarte en mi regazo? – dijo con voz vacilante y realmente pude sentir como mis ojos casi se salían de mis cuencas a la vez que el rubor cubría las mejillas de mi amigo. La verdad es que no sabía que decir. Sentarme en su regazo era mil veces más íntimo que todos los toques que llevábamos hasta ahora y eso realmente me intimidaba.
- No muerdo. – dijo él haciendo que por un impulso que no sabía de donde salía me sentara sobre sus piernas y me acurrucara en el hueco de su hombro. El suave aroma de su perfume endulzaba mis fosas nasales pero la tensión no se iba.
- Creo que Ivy haría cualquier cosa contigo. Te tiene engatusada. – susurró contra mi cabello y a mi pesar las comisuras de mis labios tironearon en una sonrisa renuente. Theo sabía justo lo que debía decir para relajarme.
- Si. Ella me tiene en la palma de su mano. – me limité a contestar mientras finalmente me relajaba contra él sintiéndolo como una manta calentita a mi alrededor.