Soledad. ¿Cómo podemos definirla? Creo que la única forma de hacerlo sería como la ausencia total o parcial de contacto con más personas. En mi caso, elegida. Como una capa gruesa de silencio rodeándote hasta el punto de ser asfixiante.
Llegar a casa es undirse más en el ahogante silencio. La oscuridad la nubla y una extraña calma me invade. La falta de sonido provoca que un molesto pitido aturda mis oídos. En realidad nunca se puede estar lo suficientemente callado hagas lo que hagas. Cualquier sonido por más nimio que parezca destruirá la calma de tu deseada soledad.
La puerta de mi habitación está cerrada exactamente como lo estaba desde que me fui al colegio. Un pos-it está pegado a ella. Mi madre solía hacerlo.
“Cariño, voy para mi turno de la noche. Llegaré en la mañana. Te dejé en el frigorífico helado de chocolate y galletas. No comas tanto no quiero que enfermes de virus estomacal. Besos para mi princesa de mamá.”
Sacudí la cabeza y sonreí sin reparos. Mamá no dudaba en consentirme pero a la vez me regañaba. Con ansias busqué mi merienda y entré a mi cuarto tarareando Californication.
Reí al recordar donde fue que esta melodía se me había contagiado. Ivy no se cortó en cantarla hoy a viva voz junto a varios de los otros niños del centro. Era increíble lo que sabía a su edad.
Me detuve frente al espejo y unos ojos del color de las almendras me devolvieron la mirada. El cabello recogido en una desordenada coleta hizo que me ruborizara al recordar la larga mirada de Theo esta mañana. Sin duda creería que me veo como una pordiosera.
- ¿Por qué debería importarme lo que piense él? ¿No eras tú la que estaba tan dañada como para considerar nada que no fuera tu dolor y recuperación de importancia ?
“Te importa porque el te gusta. Te gusta todo lo que ha hecho por ti. Lo que ha logrado en ti. Te está curando tonta. Y aunque lo niegues lo estas amando.” Dijo el entrometido de mi subconsciente. Crucé los brazos sobre mi pecho y arrugué el ceño enojada. Genial, ahora discutía conmigo misma. Soledad; me agradabas más cuando eras más silenciosa sin la intervención de mi odiosa mente.
El sonido de mi teléfono me hizo apartarme de mi reflejo y alejarme de mis crudos pensamientos hacia mi muy honesta mente. Como no tenía apenas contactos (podía contarlos con los dedos de las manos) y los que usualmente me escribían eran mi madre y Theo y ella estaba trabajando mi corazón latió desenfrenado al deducir quien era el remitente.
“Nuevo mensaje de Theo” destellaba en la pantalla. Con rapidez me lancé a la cama y abrí el tan inesperado pero deseado mensaje. Al terminar de leer una gigantesca sonrisa hizo que mi rostro casi se dividiera en dos.
“Estaba recordando el último episodio de The Walking Dead y me preguntaba. Si los zombies te atacaran que preferirías que se comieran primero ¿Tu cerebro o tus tripas”
“Definitivamente el cerebro.” respondí. En menos de un minuto me llegó el mensaje de un emoticon enamorado. Reí.
Oh sí querida Soledad, mi subconsciente tiene razón. Y le estoy agradecida por ello.