Cada día que pasaba en el centro iluminaba mi vida como nada que hubiera hecho antes. La decisión de estar allí no podía haber sido más correcta a excepción de esos terribles días en que los pequeños con cáncer no podían siquiera levantarse de la cama por los terribles dolores.
Esos días mi alma lloraba de impotencia. Tenía tantas ganas de hacer algo para ayudar pero no había nada que pudiera hacer aparte de brindarles mi amistad. Aquel no fue un día de esos. Habían pasado unos pocos días desde las quimioterapias y ya sus terribles efectos habían llegado al punto de ser soportables para la mayoría de los que se encontraban acostumbrados.
Mientras hablábamos mi amigo y yo sobre sus planes de pintar un mural para los niños una pelota saltarina entró botando a la habitación deteniéndose en el regazo de Theo que la miró asombrado. Segundos después una línea veloz se detuvo frente a nosotros.
Era un niño. Tenía el rostro de facciones adorables e infantiles pálido y las mejillas hundidas. Los ojos demasiado grandes y dulces para su rostro tenían el color de la miel. Vestía una larga bata azul claro y los brazos y el cuerpo delgados y frágiles que parecía que se romperían hicieron que mi corazón diese una sacudida pero lo que me dejó en shock fue su cabello o más bien la falta de este. Lo deduje.
Tenía cáncer.
- Hola me llamo Tomas pero mis amigos me llaman Tomie. – dijo con una voz dulce que me puso casi al borde de las lágrimas. – Podría por favor darme mi pelota.
- Si claro. Toma. – dijo Theo entregándosela. – Mi nombre es Theodore.
- ¿¿Theodore?? – dijo él niño con los ojos color miel abiertos a más no poder. Sonreí. – Ese es un nombre muy viejo.
- Puedes llamarme Theo. – dijo mi amigo riendo. – Ella es Jessica pero puedes llamarla Jess.
- Tú novia es muy guapa. – dijo dedicándome una sonrisa abierta en la que mostraba dos dientes faltantes. Me sonrojé. Theo me miró sonriendo.
- Si que lo es. – respondió a lo que yo le golpeé el brazo juguetona.
- Oh aquí estabas Tomie. Te anduve buscando. – dijo una enfermera llegando apresurada.
- Estaba hablando con mis nuevos amigos. – dijo él haciendo un puchero que convirtió en una sonrisa. – El es Theodore, se llama así pero le puedes decir Theo que no se molestará y ella es su novia Jess. ¿A qué es guapa?
- Si, pequeño si lo es. – dijo ella riendo divertida y mi rubor tomó niveles astronómicos. – Ahora vamos. Tenemos mucho que hacer.
La enfermera que creo que se llamaba Tanya tomó al pequeño por la mano y se fueron alejando. Tomie se giró hacia nosotros nos dedicó una sonrisa desdentada y agitó una mano en señal de despedida.
Sentí a mi corazón romperse. Ese niño no tendría más de 8 años y estaba allí. Casi al borde de la muerte. Nunca me acostumbraría a la presión que sentía en el corazón cuando razonaba sobre sus jóvenes vidas acondicionadas por el cáncer. Me acurruqué a Theo y él como si supiera lo que sentía me envolvió en un fuerte abrazo pegándome a sí. Consolándome con su sola presencia.