Casi nunca pensaba en mi condición de adoptada. Principalmente porque para mi madre no tenía ninguna diferencia de haber nacido de su matriz. Yo nunca hablaba de ello y no porque me avergozara de mis desconocidos orígenes simplemente no me sentía diferente por serlo. Tenía amor más que suficiente.
Pero ese día volví a recordar mi estado de “intrusa”. La palabra me provocó un estremecimiento desagradable. Mi madre y yo decidimos que sería genial reorganizar todo el departamento para ver como acomodábamos un librero antiguo que ella había adquirido en una subasta.
Y como siempre dicen; reorganizar es como viajar al pasado. Él álbum de fotos contenía cientos de imágenes mías. Sonriendo, haciendo un puchero o llorando. Ninguna era extraña a mí, pero sí las pocas que se escondían debajo de estas.
Una pareja jovensísima casándose. La sonrisa de mi madre parecía partirle el rostro y la tímida de él demostraba cuán complacido se hallaba. Otra de ellos dándose un beso, ellos en un parque, delante de su primera casa. Todas felices. Hasta que aparecía yo por primera vez.
Los cabellos recogidos en dos coletas y unos grandes espejuelos en mi cara y sonreía tantísimo por tener una familia. Casi olvidaba que usé espejuelos. Al igual que olvidé lo que era no tener a nadie más. Mi madre estaba igual de feliz abrazándome, pero él no. Su expresión hosca siempre me aterrorizó. Para él siempre fui eso... Una intrusa en su casa. Los recuerdos de mi pasado no son nada agradables y que aparezcan de forma inevitable me hace estremecer.
“Hay un gran oso rugiendo afuera de mi habitación. El gran oso rodea a mamá. Mamá grita también. El oso la golpea con sus zarpas. Mamá llora. No me gusta que mamá llore. Cuando mamá se pone triste sus ojos se ponen opacos y no me sonríe. Me gusta que mamá sonría.
El oso ahora viene a por mí. Corro a mi cama y me oculto debajo de ella. No me gusta estar aquí. Hay mucho polvo y hace que estornude. Mi viejo conejo Bunny está aquí debajo. Lo abrazo. Pensé que lo había perdido. Los pasos pesados del oso se acercan. Me acurruco y lloriqueo. El oso me odia. Siempre me lo dice.
Su cara se asoma debajo de la cama. Veo como sus grandes dientes aparecen cuando sonríe.
- Te encontré mocosa. – dice el oso y me toma del pelo arrastrándome por el suelo.”
“Mamá llora en el sofá. El oso se ha ido. Un hombre vestido de azul se lo ha llevado. Me ha dicho que el oso no volverá a hacer daño a mamá y me ha acariciado el cabello. No sé porque llora mamá. Si el oso se fue no podrá hacernos más daño.
Trepo al sofá a su lado. Abrazo a mamá. Me gusta abrazarla. Me hace sentir feliz. También me gusta como huele. Mamá me mira y me sonríe. Yo también sonrío. ¡Que linda se ve mamá cuando sonríe! Mamá tiene una mejilla muy roja.
- Mamá te pintaste mucho. – digo con voz chillona. Mamá ríe suavemente.
- No volverá a suceder cariño. Nunca volveré a maquillarme así, jamás.”
¿Será que hay algo malo en mí? ¿Algo que reclama que sea dañada? ¿Acaso lo merezco? ¿Qué hice mal? Mamá se sienta a mi lado y me abraza contra su pecho. Siempre he amado que mamá me abrace. Me hace sentir amada. Me acurruco contra ella y dejo que la deliciosa colonia de jazmín me rodée clamándome para que regrese al ahora.
- No eres, fuiste o serás una intrusa cariño. Tu eres mi hija. Mi bebé. Y mi bebé pertenece conmigo.
Termino sonriendo contra su cuello.