(Dos años antes de que el mundo colapsara)
La sala blanca, estéril y fría, contrasta marcadamente con mi piel desnuda y vulnerable. La sensación de frío recorre cada poro, cada nervio, provocando una molestia que envuelve todo mi cuerpo. Mis brazos están estirados por encima de mi cabeza en una posición incómoda, las muñecas atadas y atrapadas por cadenas que cuelgan del techo alto. Parecen suspendidas en el aire, como si estuvieran colgadas de nubes, demasiado lejos para que yo pueda alcanzarlas o escapar.
Mi cabello cae desordenadamente sobre mi rostro, formando una cortina enmarañada que oculta mis ojos del mundo exterior. El olor a sangre es penetrante, casi insoportable, llenando cada rincón de la sala con un aroma metálico que invade mis fosas nasales y me dan ganas de vomitar. Bajo la mirada y veo el suelo blanco, antes inmaculado, ahora manchado con el rojo oscuro de mi propia sangre. Parece que hay más sangre ahí, esparcida por el suelo, que en mi propio cuerpo.
Los cortes por todo mi cuerpo, recuerdos agonizantes de la tortura que he sufrido, han dejado de sangrar, pero aún no se han cerrado por completo. Puedo sentir un leve hormigueo, una señal de que la curación se está produciendo, pero a un ritmo mucho más lento del que me gustaría. Entonces, oigo un sonido que corta el silencio como una afilada cuchilla: la puerta abriéndose. Levanto la cabeza con esfuerzo para ver quién entra en mi pequeño infierno.
El líder del grupo, un hombre de apariencia engañosamente benigna, va al frente. Una sonrisa de satisfacción se extiende por su rostro arrugado, una sonrisa que no llega a sus ojos fríos y calculadores. Si no fuera por las incontables horas que ha dedicado a cortarme, a torturarme, a degradarme, podría llegar a creer que es solo un buen anciano. "Ya casi llegamos al objetivo", afirma, su voz suena como un trueno en medio de la quietud de la sala, mientras mira al otro hombre a su lado.
"Mil, ya casi estás lista", dice, mientras camina hacia mí con pasos firmes y decididos. Empieza a dibujar algo en mi muslo con su afilada cuchilla, el metal frío desgarra mi piel. El dolor, antes insoportable, ahora es casi imperceptible, mi cuerpo aún se está recuperando de la sesión de tortura de la mañana.
Después de lo que parece una eternidad, retrocede, pareciendo satisfecho con su macabro trabajo. "¿Cuándo podremos traer al lobo?" pregunta uno de los más jóvenes, su voz temblorosa de entusiasmo. El simple pensamiento de la perspectiva hace que mi estómago se revuelva de miedo. "Lo haremos mañana", responde el líder, su voz suena más como un trueno que como palabras. Cierro los ojos, intentando bloquear la realidad de mi cruel destino que se acerca.
"Mil, te estás volviendo más fuerte y tenemos que tomar precauciones para que no pierdas el control como los otros antes que tú", continúa, su voz suena como una sentencia de muerte. "Vamos a vincularte a un lobo alfa que podamos controlar, así él será un canal entre nosotros y tú". La idea de estar vinculada a un lobo, de que me arranquen mi autonomía, me llena de pavor.
El viejo saca algo del bolsillo: el maldito collar. Lo vuelve a colocar alrededor de mi cuello con una sonrisa cruel. Inmediatamente, siento una ola de debilidad inundando mi cuerpo. Este maldito collar me impide curarme rápidamente. Sin él, mis heridas sanarían más rápido que las de un humano normal. Pero con él, solo puedo prepararme para una noche larga y llena de dolor.
Salen de la sala, dejándome sola con mis pensamientos y dolores. No pasa mucho tiempo antes de que la puerta se abra de nuevo. Esta vez es Bel quien entra. Es una loba, una de las muchas esclavas del complejo. Controlan a los lobos con el mismo collar que yo llevo, impidiéndoles transformarse y dejándolos tan vulnerables como un humano.
"Esta vez se han ensañado contigo", murmura mientras me suelta de las cadenas. Con cuidado me ayuda a sentarme, asegurándose de que no me caiga al suelo. Se aleja y regresa con una manguera, y aunque sé que el agua fría va a causar más dolor, la idea de estar limpia, aunque sea por poco tiempo, es muy tentadora. Lava mi cuerpo con cuidado, sus movimientos tan suaves como es posible dadas las circunstancias. El agua fría arrastra la sangre y la suciedad de mi cuerpo.
Respiro hondo, sintiendo el dolor palpitar en cada fibra de mi ser mientras el agua fría de la manguera lava la sangre y la suciedad de mi cuerpo. Bel, con sus ojos gentiles y tristes, me mira con una expresión de simpatía. "Cada vez van más lejos", murmura, sus ojos encontrándose con los míos. "No sé cómo sigues soportando esto después de tanto tiempo".
Me encojo de hombros, un movimiento mínimo que aun así provoca una oleada de dolor. "No tengo opción", respondo, con la voz ronca. "Van a hacer lo que quieran de todos modos. Al menos así... evito que otros sufran". Estoy cansada de ver morir a más y más niños y mientras yo sea una excepción, no traerán a más niños para empezar todo de nuevo, intentando acertar donde fallaron.
Ella niega con la cabeza, un mechón de pelo cayendo sobre sus ojos. "Eres más fuerte que todos los demás, Mil. Ese viejo... te tiene miedo. Por eso va a hacer eso de vincularte con un alfa que puedan controlar, amenazando a su compañera".
"¿Miedo?" Me río, un sonido áspero y vacío. "Él no me teme. Me ve como un objeto, una herramienta para usar y desechar".
Bel termina de lavarme y me ayuda a levantarme. "No", dice firmemente. "Teme en lo que te puedes convertir. Teme lo que eres". Lo que soy. Me pregunto. Ella desvía la mirada, pero no la culpo. Sé lo que soy y en lo que me han estado convirtiendo a lo largo de los años. "Eres especial, Mil. Ningún otro niño ha llegado tan lejos como tú". Habla, sus ojos encuentran los míos y, por un momento, veo la verdad en sus palabras. Entre innumerables niños, yo fui la única que ha sobrevivido tanto tiempo.
La seda suave del vestido que Bel me entrega es un deleite contra mi piel. Se desliza sobre mí como la brisa, la tela es un recordatorio de la delicadeza que el mundo puede ofrecer, un contraste gritante con la expresión dura e inflexible que Bel lleva ahora en su rostro. Sin pronunciar una sola palabra, sostiene la puerta abierta para mí, su figura alta e imponente haciendo sombra sobre la mía. Me conduce de vuelta a mi celda, un pequeño espacio confinado que se ha convertido en mi hogar no deseado. Este es el lugar donde estoy destinada a permanecer hasta el próximo ciclo de pruebas.
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Editado: 21.09.2025