Hechicera de sangre

Mil

El bosque estaba sumido en una oscuridad tan profunda y opresiva que parecía un manto pesado y asfixiante, envolviéndome en un abrazo frío y no deseado. Las sombras danzaban en una danza macabra, el silencio ensordecedor solo interrumpido por el sonido de mis pasos desesperados y la respiración jadeante. La única luz provenía de la luna, un hilo plateado y distante, su tenue brillo apenas lograba penetrar la cubierta de hojas del bosque, iluminando el sinuoso camino frente a mí con una luz fantasmal.

La tierra bajo mis pies estaba blanda y húmeda, cubierta de hojas caídas que amortiguaban el sonido de mis pasos. El olor penetrante del musgo y la humedad de la noche impregnaba el aire, mezclado con el olor a azufre, y podía saborear el miedo en mi boca. Los Rotadores, criaturas que habitaban los rincones más oscuros de las pesadillas, estaban tras de mí, sus siniestras presencias acercándose cada vez más, como una sombra gélida que se extendía sobre mi alma.

Mi corazón latía a un ritmo frenético, cada pulsación un recordatorio del terror que me impulsaba hacia adelante. De repente, una sombra inmensa y amenazadora surgió frente a mí. Era un Rotador, más grande y feroz que los otros, sus ojos brillando con una luz malévola que parecía emanar de las profundidades del infierno. Bloqueó mi camino, y podía sentir la energía maligna que vibraba en él, haciendo que el aire a mi alrededor pareciera más frío y pesado.

Sin dudarlo, levanté mi arco, sintiendo la energía de mi sangre pulsar en mis venas, un calor ardiente que contrastaba con el frío de la noche. "¡Por la vida que aún corre en mí, caiga!" grité, mi voz rasgando el silencio del bosque como un trueno. Liberé una flecha que brillaba con una luz roja intensa, cortando el aire con un silbido mortal que anunciaba la llegada de la muerte.

La flecha golpeó al Rotador de lleno, y se desintegró en una nube de cenizas. Partículas brillantes se disiparon en la oscuridad, como estrellas que habían perdido su lugar en el cielo. Sin embargo, no había tiempo para celebrar; otros se acercaban, atraídos por el ruido de la lucha.

Recité otro encantamiento, mis palabras un susurro feroz en la noche, una promesa de protección de un peligro inminente. "¡Sangre que me protege, sé mi armadura!" Una aura carmesí me envolvió, formando un escudo luminoso que repelía los ataques de los Rotadores.

Vinieron en oleadas, garras afiladas y dientes puntiagudos buscando mi carne, ojos brillando con hambre y malicia. Me movía con una gracia desesperada, cada golpe de mi arco un ballet mortal, cada movimiento una danza con la muerte. "¡Hoy no, malditos!" grité, lanzando mi voz contra la oscuridad, un desafío para las criaturas que buscaban mi vida. Cada flecha encontraba su blanco, cada impacto una sinfonía de destrucción.

La lucha parecía interminable, cada Rotador que caía era reemplazado por otro, como sombras multiplicándose en la oscuridad. Pero no podía darme por vencida. Con cada gota de sangre que sacrificaba, sentía cómo mi fuerza disminuía, pero mi determinación solo aumentaba, un fuego indomable que ardía dentro de mí, alimentado por el deseo de sobrevivir y la esperanza de ver el amanecer una vez más.

Con la respiración jadeante y la mirada determinada, sostenía firmemente mi arco, mi mano temblorosa por el agotamiento. Las flechas que preparaba no eran comunes; estaban forjadas a partir de mi propia sangre. Cada flecha era un sacrificio, una parte de mi esencia dada a cambio de poder. Con un movimiento fluido y preciso, tensaba la cuerda del arco, y al liberarla, una flecha de sangre se materializaba, brillando con una luz roja y vibrante.

Susurraba un encantamiento, y la flecha se disparaba hacia los Rotadores, su trayectoria marcada por un rastro luminoso. Al golpear a un Rotador, la flecha de sangre explotaba en una cascada de energía, destrozando a la criatura en una lluvia de cenizas. La lucha era intensa, y con cada flecha lanzada, una oleada de agotamiento me golpeaba, nublando mi visión.

La sensación que me invade es abrumadora e ineludible, una sensación de calor abrasador que recorre mis venas como un río incandescente, una consecuencia de haber utilizado demasiada sangre en los hechizos que lancé. Este calor, intensificándose con cada movimiento desesperado que hago, cada paso apresurado que doy hacia un potencial refugio, sirve como un recordatorio constante de la amenaza que se acerca inexorablemente y de mi creciente falta de energía para más hechizos.

Los Rotadores, figuras imponentes y amenazadoras, están por todas partes, sus siniestras presencias saturando el aire, una señal luminosa de que mi fin puede estar cerca. Se mueven a través del bosque denso y oscuro, el sonido de su aproximación resonando de manera perturbadora, haciendo eco entre la vegetación exuberante, llenando el ambiente con una melodía de terror que instiga el miedo en mi corazón.

Siento mi corazón latir acelerado, cada latido un gongo retumbante que amplifica el terror que siento, cada pulsación aumentando el ritmo frenético de mi carrera desesperada. Puedo sentir los latidos en mis oídos, un sonido ensordecedor, casi como un tambor de guerra, que parece estar en sincronía con el ritmo amenazador de los Rotadores.

Entonces, en medio de la oscuridad opresiva del bosque, mis ojos captan la visión de una salvación improbable: una abertura en el suelo. Sin un momento de vacilación, corro hacia ella, la esperanza renovada inflamando mi determinación y dándome fuerzas para continuar. A mi alrededor, el bosque parece cobrar vida, sus sonidos intensificándose en un crescendo ensordecedor, reflejando la proximidad de los demonios Rotadores. Con un último esfuerzo, me lanzo a la abertura, el impacto de la caída enviando una onda de dolor por todo mi cuerpo, pero al mismo tiempo, proporcionando un alivio temporal de la amenaza inminente.

Los Rotadores arañan frenéticamente la entrada de la abertura, sus garras afiladas desgarrando la tierra en un intento desesperado de alcanzarme. Pero la abertura es demasiado pequeña para ellos, y estoy a salvo por ahora. Rápidamente, tomo la linterna de mi bolsa y la luz revela una visión que me hace suspirar de pavor: una serpiente gigante, enrollada y herida, ocupando casi todo el espacio del agujero.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.