Hechizo fallido, romance garantizado.

Capítulo 2 — El hechizo de TikTok

Tenía el examen más importante del semestre al día siguiente y, por supuesto, mi cerebro decidió tomarse vacaciones anticipadas.
Nada, absolutamente nada, se me quedaba.

Eran casi las once de la noche y yo seguía frente al cuaderno, con los ojos irritados y una taza de café que ya sabía a desesperación. Afuera, el viento movía las ramas del limonero, y cada crujido me recordaba que estaba sola… y estresada.

Deslicé el dedo por la pantalla buscando un descanso mental y, como buena víctima del algoritmo, terminé en TikTok.
Un video me detuvo. Fondo morado, música inquietante, letras brillantes:

“Hechizo para aprobar exámenes (100% real, cuidado con lo que deseas )”

Rodé los ojos.
—Sí, claro. Y seguro también invoca milagros, ¿no? —murmuré, aunque no pude evitar quedarme mirando.

La chica del video mostraba una vela blanca, una hoja de papel y unas palabras en voz baja.
Instrucciones simples: escribir el nombre del examen, repetir el conjuro y dejar que “la energía fluya”.

No creía en esas cosas.
Bueno… no creía, hasta que mi colgante de estrella volvió a calentarse sin razón.
Fue solo un segundo, un cosquilleo contra la piel. Pero lo sentí.

—Está bien, TikTok —suspiré—. Si apruebo gracias a ti, te hago un altar.

Encendí una vela de vainilla (la única que tenía), tomé una hoja y escribí con letra torpe:
“Historia Universal, aprobar sin drama.”

Después, leí el hechizo del video:

> “Que el conocimiento venga a mí,
que la suerte me mire con ojos amables,
que la mente se aclare,
y el destino me guié… esta vez.”

La llama tembló.
Una corriente fría recorrió la habitación. Pensé que era el aire, hasta que noté que la ventana estaba entreabierta.

—Genial, ahora me resfrío —murmuré, levantándome para cerrarla.

Pero entonces lo sentí.
Una presión en el aire. Un zumbido leve, como electricidad estática.
Y una voz.

—¿Dónde… estoy?

Me congelé.
Allí, apoyado en el marco de la ventana, estaba Leo.
El nuevo vecino.
El idiota orgulloso con los ojos verdes.

Solo que ahora parecía tan confundido como yo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, aferrando la vela como si fuera un arma.

Él frunció el ceño, mirando alrededor.
—No lo sé. Estaba en mi habitación… y luego… —Se detuvo, observándome con esa mirada suya que parece atravesar la piel—. Escuché tu voz.

Tragué saliva.
La vela volvió a temblar.

—Perfecto —dije en voz baja—. Acabo de invocar a mi vecino.

Él arqueó una ceja.
—¿Me… invocaste?

—Olvídalo. Debo estar soñando.

Pero cuando la vela se apagó sola, dejando la habitación en penumbra, su silueta seguía ahí.
Y lo peor era que supe, con absoluta certeza, que no estaba soñando.




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