Por un segundo, pensé que el silencio iba a matarme.
Ni un grillo, ni un auto, ni el tic-tac del reloj. Solo el sonido de mi propia respiración… y él, ahí parado, mirándome como si no entendiera el mundo.
Leo. En mi habitación. A medianoche.
Perfecto. Mi vida oficialmente se volvió una telenovela paranormal.
—Bien —dije al fin, intentando sonar lógica—. ¿Cómo entraste? ¿Saltaste la ventana o… te materializaste como un fantasma con problemas de actitud?
Él me miró con esa expresión de “no estoy para tus chistes”.
—No lo sé, Nara. Solo escuché algo, una voz… la tuya. Y aparecí aquí.
—Ajá —resoplé—. Claro. Teletransportación básica. Sucede todo el tiempo.
—No te creo —replicó él, cruzando los brazos.
—Perfecto, somos dos.
La vela, ya casi consumida, dejó escapar un último hilo de humo. El olor a vainilla flotaba en el aire, mezclado con algo nuevo… un leve toque metálico, como ozono.
Y entonces lo sentí: un ardor en mi muñeca.
—Ay —murmuré, frotándola.
Leo también hizo un gesto de dolor.
—¿Tú también…? —preguntó.
Levanté la mano y, bajo la luz débil de la luna, lo vi.
Una marca brillante, roja, justo en el centro de mi muñeca: un pequeño corazón, delineado como si estuviera hecho de fuego líquido.
Él me mostró la suya. Idéntica.
Mismo lugar. Mismo símbolo.
Nos quedamos en silencio.
El aire volvió a temblar entre nosotros, esa misma vibración que sentí cuando lo vi por primera vez.
—Esto es una broma —susurré, negando con la cabeza—. Es una maldita broma de TikTok.
—¿Qué dijiste que hiciste? —preguntó Leo, con tono serio.
—Un hechizo tonto —admití, al borde de la risa histérica—. “Hechizo para aprobar exámenes”, decía.
Leo me sostuvo la mirada.
—Pues parece que aprobaste algo más grande.
No supe si reír o gritar.
Solo sé que el corazón de mi muñeca latía al mismo ritmo que el suyo.
Literalmente.