Hechizo fallido, romance garantizado.

Capítulo 4 — No hay forma de huir de un hechizo

Dormí fatal.
Bueno, dormir es una palabra generosa. Pasé la noche dando vueltas, mirando la marca brillante en mi muñeca como si fuera una cuenta regresiva hacia el caos.

Cada vez que cerraba los ojos, sentía un tirón extraño, como si algo me llamara.
Y no sé qué era peor: la sensación mágica o el hecho de saber que estaba “conectada” con mi vecino.

Mi odioso vecino.

Cuando salió el sol, me prometí que todo había sido una pesadilla.
Un mal sueño con velas, viento, y chicos que aparecen en ventanas.
Nada más.

Hasta que bajé a desayunar.
Y el corazón de mi muñeca empezó a brillar otra vez.

—No —susurré, escondiendo la mano bajo la mesa—. Hoy no, universo, tengo examen.

El desayuno fue un intento de normalidad fallido.
La tostada se me quemó, el café sabía a venganza, y mi colgante de estrella vibraba como si tuviera WiFi.

Para cuando llegué a la escuela, ya había decidido olvidarme del asunto.
Solo faltaba sobrevivir al examen.

Pero claro… el destino tiene un sentido del humor pésimo.

Entré al aula, busqué un asiento, levanté la vista… y ahí estaba él.
Leo.
En mi clase.
Apoyado contra el escritorio del profesor, con esa cara de “esto no puede estar pasando”.

Nuestros ojos se cruzaron.
El corazón de mi muñeca —y el real— dieron un salto al mismo tiempo.

—No —dije en voz alta.
Tres personas me miraron raro.

Intenté girar hacia la puerta, pero Leo ya venía directo hacia mí.
Y sí, en plena aula llena de alumnos, el chico más molesto del planeta decidió perseguirme.

—Nara, espera —dijo, bajando la voz—. Tenemos que hablar.

—No aquí, no ahora, no nunca —contesté, apretando el paso.

—Lo que pasó anoche no fue normal —insistió.

—¡Lo sé! Normal sería si me hubieras mandado un mensaje tipo “hola, aparecí mágicamente en tu cuarto, saludos” —repliqué, sin girarme.

Él suspiró, siguiéndome entre los pupitres.
—Escucha, hay algo raro con esto. Siento… cosas.

—Espero que te refieras a cosas mágicas, porque si no, esta conversación se complica.

Él me agarró suavemente de la muñeca, y la marca brilló.
Un pequeño resplandor rosado iluminó el espacio entre nuestras manos.

Toda la clase se quedó mirándonos.
Yo solo pude decir lo primero que se me ocurrió:

—¡No es lo que parece! Es… ¡una reacción química! ¡De laboratorio!

El profesor levantó una ceja.
Leo se tapó la cara.
Y yo, oficialmente, quería que me tragara la tierra.




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