Llegué a casa con el cerebro frito, el corazón corriendo maratón y la muñeca todavía brillando como si tuviera WiFi propio.
Subí a mi habitación y cerré la puerta de un portazo.
Tenía que desahogarme con alguien.
Con alguien que no fuera humano.
Eso dejaba exactamente una opción.
—Luna… —suspiré.
Mi gata estaba estirada en mi cama, panza arriba, como si su día hubiera sido extremadamente estresante… durmiendo.
Era toda negra, esponjosa, con cara de que en otra vida fue una diva de Hollywood.
—Necesito contarte algo —le dije, dejándome caer a su lado.
Luna ni siquiera volteó a verme.
Solo levantó una patita y la bajó otra vez, como diciéndome “continúa, sirvienta”.
Respiré hondo.
—Hice un hechizo de TikTok —empecé.
Nada.
Ni un parpadeo.
Mi gata era la definición viva (¿gatuna?) del desinterés.
—Y… bueno… sin querer invoqué a mi vecino.
Luna giró la cabeza lentamente.
Muy lentamente.
Como si procesara mis palabras con retardo por lo estúpidas que eran.
—No me mires así —me quejé—. ¡Yo tampoco me lo esperaba!
Ella me clavó los ojos dorados.
Y entonces…
—Eres una vergüenza para la magia.
Grité.
Salté de la cama.
Me agarré del pecho.
—¡HABLASTE! —chillé.
Luna bostezó, larguísimo, exagerado.
—Por fin usas tus oídos. Creí que te habían salido de adorno.
—¿Pero… pero… tú…? ¿Cómo…?
—Ay, Nara, por favor. Tu abuela hablaba conmigo todo el tiempo. Y tu madre con su perro. ¿De verdad nunca te pareció raro?
—Pensé que estaban solas demasiado tiempo…
—Qué adorable. Y qué tonta.
—¡Oye!
—Cariño, si voy a ser tu guía mágica, necesito que entiendas algo desde ya: mi personalidad NO incluye la delicadeza.
La miré, todavía temblando.
—Ok… ok. Respira, Nara. Respira. Estás hablando con tu gata.
—No, mi ciela. Estás hablando con tu gata MÁGICA. Hay una diferencia.
—¿Desde cuándo puedes… hablar?
—Desde siempre. Pero antes estabas ocupada ignorando todo lo útil.
—¿Útil? ¿Tú?
—Soy tu soporte emocional. Tu GPS espiritual. Tu Siri mística.
—Luna… ¿qué soy yo?
Ella se sentó con toda la elegancia del mundo, la cola enroscada como si posara para una revista.
—Eres una bruja, cariño. O mejor dicho… una brujita. Nivel principiante. Nivel “hago hechizos de TikTok y creo que no van a funcionar”.
Me llevé las manos a la cara.
—Entonces… ¿el vínculo con Leo…?
Luna puso los ojos en blanco.
—Sí, lo creaste tú. Con ese “ritualcito inocente”.
—Yo… solo quería aprobar un examen.
—Y en cambio te conseguiste un hombre pegado mágicamente a ti. Mira, hay brujas que pagan por eso.
—¡Luna!
—¿Qué? No voy a juzgar.
Me senté de golpe, aturdida.
—Entonces… ¿Leo siente lo que yo siento porque…?
—Porque están conectados, obvio. Como dos USB mágicos. Pero con hormonas.
—Esto no puede ser real…
—Ah, sí, preciosa. Es muy real. Bienvenida a tu linaje.
Se acercó y me dio un golpecito con la cola.
—Y prepárate… porque esto apenas empieza.