Hechizo fallido, romance garantizado.

Capítulo 12 — La abuela, la mentira y el desastre mágico

Pasado el mediodía, cuando yo ya había rechazado suficientes llamadas de Leo como para parecer una fugitiva emocional, escuché la puerta abrirse de golpe.

—¡Nara! —la voz de mi mamá sonó tensa, apurada—. ¿Estás despierta?

Me incorporé en el sillón como si no hubiera estado fingiendo estar muerta emocionalmente.

—Sí, mamá… ¿qué pasa?

Ella entró al salón todavía con la chaqueta puesta y unas ojeras que parecían dibujo artístico.

—No tengo tiempo —dijo, y eso ya era raro—. Tengo que viajar fuera del país.
Una reunión urgente. Cosas de trabajo.

Abrí los ojos.

—¿Ahora? ¿Hoy?

—Sí, dentro de unas horas. Ya tengo el taxi reservado.

Luna se acomodó en mi regazo con expresión de “ah, esto se va a poner bueno”.

—¿Y yo? —pregunté.

—Te vas a quedar con tu abuela —respondió mamá, sacando su teléfono para comprobar la hora—. Ya viene en camino. No quiero dejarte sola si te sientes mal.

Genial.
La abuela.
La mujer más intuitiva del planeta.
La mujer que me miraba y sabía si había mentido, llorado, copiado la tarea o respirado raro.

Yo estaba perdida.

—Estoy bien, de verdad —mentí.

Mi mamá me dedicó esa mirada que atravesaba almas.

—No, no lo estás.
Y te conozco suficiente para saber que algo te preocupa.
Pero hablaremos cuando regrese, ¿sí?

Sonrió, me besó la frente y se fue a preparar su maleta.

Luna estiró la cola.

—Tu madre tiene radar. No sabe qué pasa, pero huele el desastre desde kilómetros.

—Luna, no empeores esto…

—Relájate. Tu abuela es peor.
Hizo una pausa dramática.
—Mucho peor.

Me quedé helada.

—¿Qué?

—Tiene magia —dijo Luna como si fuera obvio—. No activa. Pero… vieja. Como viento guardado.

Me dio un vuelco el estómago.

—¿Y yo nunca me enteré?

—Porque tu familia es rara y secreta. Pero eso ya lo sabíamos.

Antes de que pudiera procesarlo, sonó el timbre.

“¡Nara, amor, soy yo!”

Ay. No.

La abuela entró con una sonrisa enorme, un olor a perfume floral y ese abrazo que parecía envolver el alma entera.

—¡Mi niña! —me apretó las mejillas—. ¿Por qué no fuiste a la escuela?

Yo aún estaba pensando en cómo inventarle una mentira convincente cuando Luna saltó encima del sillón como si fuera parte del comité de bienvenida.

—Ay qué bien, llegó la reina madre.

—¡LUNA! —susurré con horror.

La abuela frunció el ceño.

—¿Dijo algo la gata?

—NO —respondí demasiado rápido—. O sea… sí. Pero no… o sea…

Luna bostezó.

—Qué manera de mentir, por favor.

—¡CÁLLATE! —bufé.

La abuela parpadeó lentamente.

—Nara… ¿estás hablando con la gata?

Yo reí. Reí fatal. Reí como alguien que ha perdido control de su vida.

—¡¿Quién haría eso?!

La abuela abrió la boca para responder pero entonces…

la marca en mi muñeca brilló.
Brilló fuerte.
Brilló como si se hubiera ofendido de que yo intentara seguir fingiendo que nada pasaba.

Mi abuela lo vio.
Clarísimo.

Su expresión cambió como si hubiera visto un fantasma antiguo.

—Nara… ¿qué es eso?

—Oh, no… —murmuré.

Y en ese preciso instante crítico, la lámpara del comedor —que no estaba ni encendida— explotó en chispas.

Mi abuela dio un salto hacia atrás.

Luna me miró con resignación felina.

—Bueno, ya qué. Se acabó el secreto.

Nara, oficialmente:
fallo nivel experto.

La abuela tomó aire.
Mucho aire.
Más del que una persona normal debería.

—Nara…
Necesito que me digas la verdad.
Toda.
Ahora.

Y yo supe que el momento había llegado.

El que llevaba evitando desde que mi vida se volvió una novela mágica…
con un chico que no puedo dejar de sentir
y una gata que habla demasiado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.