El receso llegó más rápido de lo que quería.
Pasé los primeros 10 minutos fingiendo que revisaba mis apuntes, pero la marca en mi muñeca latía suavemente, como si supiera que él estaba cerca.
Y sí.
Lo estaba.
Leo me encontró en el patio, bajo el mismo árbol donde suelo sentarme cuando quiero fingir que estudio.
—¿Podemos hablar? —preguntó, casi con timidez.
Mi corazón hizo una voltereta olímpica.
—Sí… claro.
Se sentó frente a mí, lo suficientemente cerca para inquietarme, pero no tanto como para que me volviera un desastre nuclear.
—Nara… —dijo— Ayer me ignoraste todo el día.
Apreté los labios.
—No me sentía bien.
—Lo sé —respondió él, y bajó la voz—. Lo sentí.
Mi estómago dio un vuelco.
—Leo… por favor. No me digas esas cosas.
—¿Por qué? Es verdad.
No tenía respuesta.
Porque parte de mí sabía que él decía la verdad.
Intenté cambiar de tema.
—¿Y tú? ¿Estás… bien?
Él me miró.
Con esos ojos verdes que deberían estar prohibidos por ley.
—Estoy preocupado por ti.
Y entonces ocurrió.
Primero fue un tirón leve en la muñeca.
Luego un segundo.
Luego una corriente cálida que me atravesó como un latido eléctrico.
Leo abrió los ojos, sorprendido.
—¿Sientes eso? —preguntó.
—Sí… —susurré, sin aire.
Y antes de que pudiera moverme…
algo nos jaló hacia adelante.
Nuestros cuerpos chocaron suavemente, como dos imanes que llevaban demasiado tiempo separados.
Su mano rozó la mía.
Su pecho quedó pegado al mío.
Y nuestras bocas…
Dios.
Estaban a un suspiro.
A medio centímetro.
Sentí su respiración mezclarse con la mía.
El calor de su piel.
El temblor leve en sus dedos.
Mi corazón se disparó.
No sabía si era la conexión o… yo.
Leo tampoco parecía entenderlo.
—Nara… —murmuró, casi rozando mi labio.
Apenas escuché la palabra, una oleada de emociones me invadió:
calor, nervios, electricidad, miedo, deseo, confusión…
Un caos perfecto.
Y justo cuando pensé que el universo nos empujaría un milímetro más…
BRRRR— BRRRR— BRRRR
Mi teléfono empezó a sonar desesperado.
Nos separamos como si alguien hubiera tirado un balde de agua fría encima.
Saqué el celular con manos temblando.
Era la abuela.
—¿Hola? —pregunté, todavía sin poder respirar bien.
Su voz salió apresurada, nerviosa, preocupada.
—Nara… ¿estás bien? ¿Dónde estás?
Me enderecé de golpe.
—En la escuela… ¿por qué?
La abuela tardó un segundo.
Y su voz bajó a un tono serio que nunca le había escuchado.
—Sentí algo. Un tirón muy fuerte.
Como si tu magia hubiese reaccionado a algo.
Como si… estuvieras en peligro.
Miré a Leo.
Él también me estaba mirando.
Ambos pálidos.
Ambos respirando rápido.
Ambos sabiendo que sí… algo acababa de pasar.
—No estoy en peligro —mentí.
Mi abuela suspiró, pero con un temblor extraño.
—Ten cuidado, Nara.
Tu magia está despierta.
Y cuando reacciona así… no es por nada pequeño.
El escalofrío que me recorrió no fue por la brisa.
Fue por la sensación de que algo…
algo más profundo…
algo que no entendíamos…
acababa de despertar con nosotros.