Todavía tenía el teléfono temblando en la mano cuando colgué.
Leo me miraba como si tratara de descifrar qué demonios acababa de pasar entre nosotros.
Yo abrí la boca para decirle algo, lo que fuera, pero entonces…
—¿Todo bien por aquí? —dijo una voz femenina detrás de nosotros.
Me giré.
Ella.
La chica perfecta del pasillo.
Con brazos cruzados, cejas levantadas…
y una mirada que iba directamente de mí a Leo
y de Leo a mi muñeca
y de mi muñeca a nuestras caras.
Como si hubiera visto más de lo que debía.
O como si sospechara algo que no entendía.
Leo dio un paso atrás, incómodo.
—Emma… no es lo que parece.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Ah, no? Porque desde aquí parecía que tú y ella estaban a punto de…
Cerré los ojos.
Quería evaporarme.
Desmaterializarme.
Convertirme en átomo.
Leo se puso tenso.
—No es así.
Emma nos miró fijamente.
No con celos…
No con enojo…
Con intriga.
Curiosidad peligrosa.
De esa que no quieres en tu vida cuando tu magia explota lámparas.
—Ya veo —dijo muy lento—. Muy… interesante.
Y se fue caminando, pero antes de desaparecer entre la gente, se giró una vez más.
Su mirada se quedó clavada en mí.
Fría.
Analítica.
Como si intentara unir piezas de un rompecabezas que aún no sabía que existía.
Un escalofrío me recorrió.
Leo frunció el ceño.
—No le hagas caso. Ella… tiene una obsesión rara con todo.
Pero no sonaba convencido.
Y yo sabía que esa escena no iba a ser la última vez que Emma se metía donde no debía.
Porque algo en su mirada decía que había notado la energía entre nosotros.
Aunque no entendiera qué era.
Más tarde, en casa…
La abuela me esperaba en la sala con expresión seria pero cálida.
—Nara, tu magia reaccionó hoy. Debemos empezar ya.
—¿Ahora?
—Ahora mismo.
Luna apareció caminando como una reina ofendida.
—Al fin. Se estaba tardando. Nuestra brujita necesita entrenamiento antes de que accidentalmente prenda fuego a la escuela o haga explotar un baño.
—¡Luna, eso no va a pasar!
—Yo no apostaría mis bigotes, cariño.
La abuela colocó algunas velas, un cuenco con agua y… tomó un peluche gigante de gato que yo tenía desde niña.
—¿Para qué es el peluche? —pregunté.
La abuela sonrió.
—Para practicar movimiento energético. Es una figura inofensiva.
—Y torpe —añadió Luna—. Perfecta para ti.
Rodé los ojos.
—¿Qué tengo que hacer?
—Solo concéntrate —dijo la abuela—. Imagina que el peluche se mueve.
Suave.
Despacito.
No lo fuerces.
Respiré hondo.
Miré al peluche gigante, con su carita de gato idiota.
Extendí la mano.
Y dije:
—Muévete.
Nada.
Lo intenté otra vez.
—Muévete. Vamos. Arriba. Algo.
Nada.
La abuela sonrió.
—Tranquila, mi niña. Esto toma tiempo. Solo piensa en energía. En flujo. En vida. Dale un empujón de magia… leve—
Y fue como si mi magia escuchara “leve” y entendiera “HAZ UN SHOW”.
El peluche se sacudió.
Luego se levantó.
Luego abrió los brazos como si quisiera un abrazo.
—Abuela… —susurré— creo que… funciona.
Pero entonces el peluche giró su cabeza enorme…
Y miró a Luna.
Luna abrió los ojos como platos.
—No. No, no, no. NO.
Ese peluche me está mirando raro.
¡ABUELA, DETÉNLO!
—Yo no lo estoy haciendo —dijo mi abuela, sorprendida.
El peluche dio un paso hacia Luna.
Ella retrocedió.
El peluche dio otro paso.
—¡AY, NO! ¡SE ENAMORÓ DE MÍ! ¡ESTÁ ENAMORADÍSIMO!
Gritó Luna saltando al sofá.
—Es un peluche, Luna —dije— no puede enamorarse…
—¡¡¡ME QUIERE SEDUCIR!!!
El peluche comenzó a correr hacia ella.
Luna corrió por toda la casa gritando cosas como:
“¡NO QUIERO RELACIONES CON ALGO QUE HUELE A PLÁSTICO!”
y
“¡ABUELA, AYUDA, ME ESTÁ DECLARANDO AMOR ETERNO!”
Yo entré en pánico.
—¿CÓMO LO APAGO? —chillé.
—Deshaz el flujo —respondió mi abuela—. Retira tu energía. Piensa en calma. En quietud.
Pero yo estaba demasiado ocupada corriendo detrás del peluche para pensar.
—¡PARE, GATOTE, PARE! ¡NO ME SIGAS! —seguía gritando Luna.
Finalmente, respiré profundo, puse las manos hacia el peluche y dije:
—Vuelve a dormir.
El peluche se congeló.
Luego cayó al suelo como una bolsa de papas.
Luna se quedó encima del sofá jadeando como si acabara de correr una maratón.
—Voy a demandarlas a ambas —murmuró—. Moralmente, físicamente y espiritualmente.
Yo me dejé caer en el suelo, exhausta.
La abuela aplaudió suavemente.
—Lo hiciste muy bien.
—¿Muy bien? —dijo Luna, indignada—
¡Un peluche intentó cortejarme!
La abuela sonrió con ternura.
—La magia siempre encuentra maneras divertidas de manifestarse.
—¡DIVERTIDA PARA QUIÉN! —gritó Luna— ¡A MÍ CASI ME SECUESTRAN A UN MUNDO DE AMOR DE PELUCHE!
Y aunque estaba cansada, confundida y muerta de vergüenza…
Me reí.
Porque por muy desastrosa que fuera mi magia…
se estaba despertando.
Y no estaba sola.