La semana pasó rápido.
Mi abuela me entrenó todos los días, con paciencia, té de hierbas y Luna criticando todo como entrenadora no oficial.
Y yo, milagrosamente, estaba mejorando.
Podía encender velas sin incendiar nada.
Mover objetos sin atacar a Luna.
Y mi peluche gigante ya no estaba enamorado de nadie.
—Progreso —dijo Luna—. Finalmente no temo por mi vida todos los jueves.
En la escuela
Cuando llegué al patio, la vi.
Emma.
Siempre Emma.
Pegada a Leo.
Con una sonrisa demasiado dulce y un helado rosa en la mano.
Vi cómo levantaba su mano para tocarle la cara.
Y sentí el tirón en mi muñeca.
La magia.
Instintiva.
Protectoramente instintiva.
Antes de poder detenerla…
¡PLOP!
La bola de helado se viró sola y terminó cayendo encima de Emma.
Ella gritó como si le hubieran caído ácido.
Leo abrió los ojos sorprendido.
Miró el helado caído.
Miró a Emma.
Y luego…
me miró a mí.
Y esa mirada me heló la sangre.
No era duda.
No era confusión.
Era… reconocimiento.
Como si él entendiera perfectamente lo que había pasado.
Yo fingí no ver nada y me fui.
Detrás del gimnasio.
Leo me alcanzó.
—Nara —dijo con esa voz que me dejaba sin oxígeno—, ¿podemos hablar?
Me giré lentamente.
—No hice nada —dije, mintiendo como una bebé que rompió un florero.
Él levantó una ceja.
—Nara… sé lo que vi.
—Puede haber sido un accidente.
—No lo fue.
Se acercó un paso.
Mi marca vibró.
El aire entre nosotros cambió.
—Sé lo que pasa cuando alguien con magia se altera —dijo suavemente.
Me quedé congelada.
Él sí sabía.
Sabía más de lo que debería.
Pero NO me dijo nada.
Nada de su familia.
Nada de lo que realmente era.
Solo agregó:
—Conozco cosas. He leído. He visto… cosas raras antes.
Y tú… reaccionaste para proteger algo.
Yo tragué saliva.
—No estaba protegiendo nada.
Él dio otro paso.
Tan cerca que podía sentir el calor de su piel.
—Entonces… ¿por qué tu magia actuó cuando Emma intentó tocarme?
Mi corazón colapsó internamente.
—No lo sé —susurré.
—Yo sí —murmuró él—.
Porque tú sientes algo.
Y yo también.
Y me besó.
El primer beso.
El mundo dejó de existir.
Sus labios contra los míos fueron una explosión suave pero intensa.
Un incendio dulce.
Electricidad recorriéndome la piel.
Mi marca brillando bajo la manga como si celebrara.
Él me sostuvo la mejilla con una mano temblorosa.
Yo me aferré a él sin poder evitarlo.
Sentí calor.
Magia.
Y algo más profundo.
Algo que no tenía nombre.
Cuando me separé, estaba jadeando.
—No… —susurré— No puedo. Aún no.
Y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello.
Esa noche.
No pude dormir.
No pude respirar sin recordar ese beso.
Hasta que escuché:
Toc. Toc. Toc.
En mi ventana.
Me giré.
Era Leo.
Sentado en el marco, iluminado por la luna.
—Sentí que necesitabas verme —susurró—.
Y… yo necesitaba verte también.
Mi corazón se derritió.
—Leo, no deberías—
—Lo sé —dijo entrando por la ventana—.
Pero no puedo estar lejos de ti.
No después de lo de hoy.
No después de lo que siento.
Se acercó despacio.
Sus ojos verdes brillaban con una sinceridad que me asustaba.
—Siento algo por ti, Nara —dijo bajito—.
No tiene nada que ver con tu magia.
Ni con… lo que yo conozco.
Es… mío.
De aquí.
Tocó su pecho.
Y mi alma se apretó.
Luna apareció en mi escritorio como enviada del caos.
—Bueno, bueno… ¿otra vez drama romántico en MI habitación? Me niego a presenciar besos innecesarios.
—Luna, sal —le dije.
—No pienso—
La cargué y la puse fuera del cuarto, cerrando la puerta.
—Bueno —escuché del otro lado—.
Me voy.
Pero sepan que están siendo muy obvios.
Leo rió suave.
Yo quería morirme de vergüenza.
Pero cuando volví hacia él…
Él abrió los brazos, tímido y vulnerable.
Yo caminé hacia él.
Me apoyé en su pecho.
Su abrazo me envolvió como una manta cálida.
La conexión vibró dulce.
Calma.
Segura.
Nos acostamos sin planearlo.
Con su brazo alrededor de mi cintura.
Mi cabeza en su cuello.
—No te vayas —susurré sin pensar.
—Nunca —murmuró él.
Y así nos quedamos dormidos.
Juntos.
Respirando al mismo ritmo.
Como si hubiéramos nacido para encajar así.