El sol apenas comenzaba a asomarse por la ventana cuando algo cálido rozó mi mejilla.
Tardé unos segundos en entender:
no era el sol.
Era el aliento de Leo.
Él estaba dormido, abrazándome por la cintura, con la cara enterrada en mi cabello como si fuera lo más natural del mundo.
Y la peor parte era que yo…
me sentía bien.
Demasiado bien.
La marca en mi muñeca vibraba con un calor suave, como un latido compartido.
Me quise mover, pero Leo me apretó sin despertarse.
—No te vayas —murmuró en sueños.
Mi corazón se volvió gelatina.
Y en ese momento exacto…
la puerta se abrió.
—Nara, ¿quieres desayun—?
La voz de mi abuela se cortó en seco.
Me quedé congelada.
Leo también.
Él despertó de golpe y se incorporó tan rápido que casi se cae de la cama.
—¡Señora! —dijo, rojo como un tomate— ¡Yo… no es… yo no… no fue lo que parece!
Mi abuela levantó una ceja tan alto que parecía magia avanzada.
—¿Ah, no? —preguntó con calma mortal.
Luna entró detrás de ella, se sentó y murmuró:
—Ja. Drama de adolescente. Mi desayuno favorito.
Yo me tapé la cara con las manos.
—Abuela… puedo explicarlo.
—Por favor, explica —respondió ella—. Estoy muy interesada en saber por qué encontré a un chico en tu cama al amanecer.
Leo tragó duro.
—Es mi culpa —dijo él rápidamente—. Yo vine. Por la ventana. Ella no me llamó.
—Peor —susurró Luna—. Un Romeo moderno. Qué cliché.
La abuela lo observó.
Con calma.
Demasiado calma.
Y entonces, sin decir nada, se acercó unos pasos más…
Y miró nuestras muñecas.
Yo seguía con la manga medio subida.
Leo también.
La abuela vio la marca de ambos.
Brillante.
Vibrante.
Como si estuvieran conectadas…
sincronizadas.
Sus ojos se abrieron apenas.
Muy poco.
Pero lo suficiente para que yo lo notara.
Leo se puso nervioso.
—Señora… yo no quiero hacerle daño a Nara. Se lo juro.
La abuela no respondió al principio.
Solo observó.
El silencio fue tan pesado que hasta Luna se quedó quieta.
Finalmente, ella dijo:
—Leo, ¿verdad?
—Sí.
—¿Entiendes que lo que estás haciendo es peligroso?
Yo abrí los ojos grande.
—¡Abuela! ¡Él no hizo nada malo!
Leo bajó la mirada.
—Yo solo… no quería que ella estuviera sola.
La abuela respiró hondo, largo, profundo, como quien guarda preguntas para más adelante.
—Nara, baja a desayunar cuando estés lista —dijo en voz suave.
Luego miró a Leo.
—Y tú… vuelve a tu casa por la ventana por donde viniste.
Por favor.
Leo asintió.
Se levantó despacio.
Tomó mis manos sin pensarlo… y me miró.
Sus ojos verdes decían todo lo que no podía decir en voz alta.
Yo apreté su mano, sin querer soltarlo.
Luna dijo:
—Dioses mágicos, qué intensidad. ¿Puedo retirarme antes de que se besen otra vez?
La abuela cerró la puerta detrás de ella y Luna.
Leo suspiró.
—Lo siento —murmuró.
—Por venir —pregunté— ¿o por irte?
Él me miró como si la respuesta fuera obvia.
—Por tener que irme.
Mi corazón hizo boom.
Leo subió a la ventana.
Antes de irse, me tocó suavemente la mejilla.
—Nos vemos más tarde —susurró.
Y saltó afuera.
Yo me quedé sola.
Con las sábanas revueltas, la marca brillando…
y el corazón a punto de salirse del pecho.
Bajé a desayunar y encontré a la abuela preparando café, seria como nunca.
—Abuela… yo—
—No estoy molesta —interrumpió—. Estoy preocupada.
—¿Por qué?
Ella me miró directo.
—Porque tu vínculo está avanzando… demasiado rápido.
Más rápido de lo normal.
Y cuando ese tipo de lazos se adelantan…
la magia despierta cosas que no deberían despertarse tan pronto.
Un escalofrío me recorrió.
—¿Qué cosas?
La abuela suspiró.
—Ya hablaremos de eso… pronto.
Por ahora, mantente cerca de Leo.
Pero sin dormir juntos, ¿está claro?
Me sonrojé tanto que casi prendí fuego a la mesa.
—¡ABUELA!
Ella sonrió por primera vez en todo el día.
—Uno nunca sabe con las conexiones mágicas. Son… intensas.
Luna saltó a la mesa.
—Intensas y molestas. Quiero dormir hoy sin escucharlos suspirar.
La abuela me tocó la muñeca.
—Y recuerda, Nara…
algo está despertando.
No sé si es bueno… o no.
Y ahí terminó el capítulo de mi mañana caótica.
Pero por dentro, una cosa era segura:
Mi vínculo con Leo acababa de cambiar… para siempre.