Llegué a casa sin recordar realmente el camino.
Mis pies se movieron solos mientras mi cabeza repetía una y otra vez la imagen de Leo mirándome sin entender…
y yo alejándome para no romperme frente a él.
Una vez dentro, cerré la puerta con manos temblorosas.
La casa estaba en silencio.
Demasiado silencio.
Casi sentí que mis pensamientos hacían eco en las paredes.
Luna no había regresado aún y mi abuela seguía en la cocina, pero yo no quería hablar.
No quería pensar.
Solo quería… respirar.
Pero respirar dolía.
Mi pecho se sentía vacío.
Mi magia apenas era un movimiento leve, como una vela a punto de apagarse.
Subí a mi habitación y me dejé caer sobre la cama, sin siquiera quitarme los zapatos.
Una lágrima resbaló por mi mejilla… y luego otra.
Pero ya ni siquiera tenía fuerzas para llorar bien.
—Ya… basta —susurré para mí misma, apretando el colgante en mi cuello—. No voy a derrumbarme…
Pero mi voz se rompió.
Y entonces la habitación se enfrió.
No un frío normal.
Un frío… sucio.
Que entraba por mis huesos, como si alguien estuviera respirándome en la nuca.
Me incorporé despacio, el corazón latiendo desacompasado.
—¿Hola…? —pregunté, sabiendo perfectamente que no había nadie.
Las luces parpadearon.
Mi reflejo en el espejo se oscureció.
No por falta de luz…
sino porque una sombra se acercó detrás de mí.
Mi cuerpo se quedó paralizado.
Quise gritar, pero mi voz no salió.
Entonces, una mano—negra, alargada, imposible—salió del espejo como si el vidrio fuera agua.
La mano se dirigió directo hacia mí.
Traté de levantar magia, una chispa, un hilo, un susurro…
pero no había nada.
Mi magia estaba apagada.
—No… no… —murmuré retrocediendo torpemente.
La sombra avanzó hasta que esa mano fría me rozó la muñeca.
El dolor fue inmediato.
Agudo.
Cortante.
Grité.
Caí hacia atrás mientras la sombra se encogía de risa, una risa sin sonido, solo vibración.
Mire mi muñeca.
Un corte delgado, profundo, oscuro.
Como si algo me hubiera arañado desde adentro de la piel.
Sangre.
Mi sangre.
—No… —susurré temblando—. Esto no está pasándome…
Intenté retroceder más, pero mi espalda chocó contra la pared.
La sombra se acercó, tomando forma.
No humana.
No completamente.
Dos ojos blancos abrieron en la oscuridad.
Mirándome.
Reconociéndome.
Disfrutándome.
Mi respiración se cortó por completo.
La entidad habló.
No con voz…
sino dentro de mi cabeza, como un pensamiento ajeno arrancándome aire:
"Estás débil…"
Mis manos temblaban.
Las lágrimas caían sin permiso.
El corte ardía, como si la oscuridad siguiera dentro de él.
La entidad se inclinó más, casi tocando mi rostro.
"…y ya no puedes huir."
Toda la habitación tembló.
La luz parpadeó una última vez.
Y entonces, con una claridad helada, la entidad pronunció:
"Eres mía."
La sombra se desvaneció tan rápido como apareció.
Y yo quedé en el suelo, temblando…
con sangre en la mano…
y la certeza de que esta vez…
Ya no estaba lejos.
Ya no estaba esperando.
Ya no estaba observando desde la distancia.
Había venido por mí.
Y casi lo logra.