Hechizo fallido, romance garantizado.

Capítulo 30 — La mujer del vestido negro.

El silencio de la habitación me envolvía como una manta demasiado pesada.
Mis ojos ardían por haber llorado tanto, la herida en mi mano seguía palpitando, y la ventana abierta dejaba entrar un aire frío que hacía temblar la cortina… o tal vez era yo la que no dejaba de temblar.

Entonces escuché unas patitas rápidas en el pasillo.

Luna.

La puerta se abrió de golpe sin que nadie la tocara, y por ella entró mi gata negra, con los ojos enormes y brillantes.

—¿Nara? —su voz salió bajita, temblorosa. Nunca la había escuchado así.

Cuando sus ojos vieron mi mano sangrando, su expresión cambió.
Toda su picardía habitual desapareció.
Sus orejas se bajaron.
Su cola cayó hasta el piso.

Se acercó despacio, como quien camina por un suelo frágil.

—Nara… ¿qué te hicieron…? —dijo con voz rota.

Ese tono.
Esa tristeza.
Me partió el corazón más que la herida.

Yo intenté sonreír, pero mis labios solo temblaron.

—Luna… estoy bien… solo… solo fue—

—¡No estás bien! —me gritó con un maullido quebrado—. ¡Hueles a dolor! ¡A miedo! ¡Tu magia está bajísima! ¡Tu pulso… tu pulso está raro!

Se subió a la cama de un salto y presionó su cabeza contra mi brazo, muy suave, como si acariciara a un bebé herido.

Sentí sus pequeñas vibraciones.
El ronroneo más triste que había oído en mi vida.

Sus lengüetazos empezaron a limpiar las lágrimas de mi mejilla.
Después lamió cuidadosamente el borde de la herida, como si intentara curarla ella misma.

—No me hagas esto, por favor —susurró bajito—. No me asustes así otra vez.

Sus palabras, sus caricias, su calidez…

Mi cuerpo simplemente se rindió.

El agotamiento, el dolor, el miedo…
todo me hizo hundirme en la cama.

Y ahí, con Luna pegadita a mí, dándome caricias torpes con sus patitas y lamidos suaves en la mano herida…

me quedé dormida.

El sueño.

El vacío me envolvió al principio.
Negro.
Silencio.
Un frío extraño… pero familiar.

Entonces una figura apareció caminando desde la oscuridad.

Una mujer.

Alta.
Esbelta.
Piel pálida como luna llena.
Un vestido negro de otra época, con encaje oscuro que parecía tragarse la luz.
Cabello largo, ondulado, tan negro que hacía sombra incluso en el sueño.

Sus ojos…
Dios.
Eran profundos.
Tristes.
Y poderosos.

Ella se detuvo frente a mí, como si me hubiera estado esperando toda la vida.

—Nara —su voz era calmada, melódica… pero cargada de siglos—. Finalmente te encuentro.

—¿Quién… quién eres? —pregunté, sintiendo cómo mi cuerpo temblaba incluso en sueños.

La mujer no respondió.
En vez de eso, alzó lentamente las manos.

Un libro apareció flotando entre nosotras.

Antiguo.
Cubierta negra.
Símbolos dorados que se movían como si respiraran.
Lo reconocí sin haberlo visto nunca:

Era un grimorio.
Un grimorio de sangre.

Ella lo acercó hacia mí.

—Aquí está —susurró—. Lo que vas a necesitar.

El libro se abrió solo.

Las páginas se movieron rápido, como si supieran cuál era la indicada, hasta detenerse en una hoja donde brillaba un símbolo que nunca había visto…

pero que sentí…
dentro de mí.

—¿Por qué… por qué me lo das? —pregunté con un nudo en la garganta.

La mujer sonrió.
Una sonrisa triste.

—Porque la oscuridad ya te encontró.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

—Y porque tú… —continuó ella, tocando mi mejilla suavemente— no puedes seguir huyendo.

Su mano estaba fría… pero dulce.

—¿Quién eres? —repetí, casi suplicando.

La mujer inclinó la cabeza.
Su voz se volvió un susurro:

—Soy la última que tuvo tu vínculo.

Mi corazón se detuvo.

—Y ahora… —sus ojos brillaron con un dolor profundo— te toca a ti.

La luz estalló.

El suelo desapareció.

Y abrí los ojos con un jadeo.

Despertar.

Luna estaba dormida encima de mi pecho, hecha una bolita, pero levantó la cabeza sobresaltada al escucharme despertar.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Por qué estás pálida? —preguntó de inmediato.

Miré mi mano herida.

El corte seguía ahí.

Pero encima…

había una marca nueva.

Pequeña.
Negra.
Como el símbolo del libro.

Y pensé en la mujer.

En su voz.

En sus palabras.

“Lo que vas a necesitar.”

“La oscuridad ya te encontró.”

“Soy la última que tuvo tu vínculo.”

Mi respiración tembló.

Algo acababa de empezar.

Algo enorme.

Algo inevitable.




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