Hechizo fallido, romance garantizado.

Capítulo 31 — La marca que no debería existir.

Apenas bajé las escaleras, todavía con Luna pegada a mis pies como sombra protectora, escuché a mi abuela en la cocina moviendo tazas.
El sonido me pareció cálido por un momento.

Normalidad.

Una normalidad que ya no tenía.

Entré despacio.

—Abuela… —mi voz salió ronca, como si no fuera mía.

Ella se giró, y apenas vio mi expresión, dejó la taza en el aire. Literalmente.
La magia la sostuvo.

—Nara… ¿qué ocurrió? Estás blanca como papel.

La palabra se me atoró… pero logré decirla.

—Soñé.

Sus ojos se entrecerraron.

—¿Qué soñaste? ¿Fue un sueño… o una visión?

Tragué saliva.

—Había una mujer. Vestido negro antiguo… Y me habló. Me dijo cosas que no entiendo y me enseñó un libro…

La taza cayó y esta vez ni su magia la sostuvo. Se hizo añicos en el piso.

—Nara, acércate. Ahora mismo.

Obedecí. Sentí mis manos temblar.

La abuela tomó mis muñecas… y vio el corte.

Su rostro cambió.

No como cuando una abuela común ve a su nieta lastimada.

No.

Se puso pálida.

Como si hubiera visto un fantasma.

—¿Quién te hizo esto? —susurró, su voz baja, rota.

—La… la sombra —respondí con la garganta apretada—. Salió del espejo. Me tocó… y… me cortó.

La abuela llevó una mano a su boca, horrorizada.

—No. No puede ser. No tan pronto… No con tanta fuerza…

Sus dedos temblaban.

Entonces vio la marca.

El símbolo negro recién grabado en mi piel.

Sus ojos se abrieron como si hubiera visto el fin del mundo.

—¿De dónde…? ¿Cómo apareció esto?

Sentí un nudo enorme en el pecho.

—La mujer del sueño. Me mostró un libro. Un grimorio. Era como si… como si me lo diera. Y luego desperté con esto.

Mi abuela apoyó la mano en la mesa para no caerse.
Por primera vez en mi vida la vi verdaderamente asustada.

—Esa marca… no debería existir —susurró—. Nara… eso es un sello ancestral. De sangre. De destino. Solo las brujas más antiguas… las más poderosas… podrían dejarlo.

Silencio.

Un silencio helado.

—Pero yo no soy poderosa —susurré—. Ni siquiera puedo controlar bien mi magia…

Mi abuela levantó la vista.

Y sus ojos tenían lágrimas.

—Lo eres. —Su voz se quebró—. Lo serías… si no estuvieras tan rota, Nara.

Mi respiración se cortó.

—¿Ro… rota?

Ella tocó mi pecho, justo donde el vínculo con Leo vibraba débil, como si intentara sobrevivir.

—Tu magia no se debilitó por el ataque —dijo suavemente—. Se debilitó porque tu corazón se quebró.

Las lágrimas me subieron de golpe a los ojos.
Sentí cómo mi garganta ardía.

—Abuela… yo… yo no…

—No necesitas decirme nada —susurró ella—. Lo siento. Puedo sentirlo todo en ti.

—¿Sientes qué?

Sus ojos brillaron, tristes.

—Dolor. Desilusión. Miedo. Pérdida… —tocó mi herida—. Esta cortada demuestra que ya puede tocarte, Nara.
Que el mal está más cerca de ti que nunca.

—Pero… ¿por qué? ¿Por qué yo?

Mi abuela inhaló profundo antes de responder, como si fuera a soltar un secreto demasiado grande.

—Porque las brujas con un vínculo verdadero… siempre han sido objetivo.
Y tú… tienes un destino más antiguo de lo que crees.

Luna saltó a la mesa, celosa de la atención, y se acurrucó junto a mí.

—¡Sí, bueno! ¡Pues que esperen en fila! ¡Yo la protejo! —dijo indignada, aunque su cola seguía baja por la tristeza.

Mi abuela me tomó de los hombros.

—Nara… te lo diré sin rodeos.
Si tu corazón sigue roto… tu magia seguirá muriendo.
Y si tu magia muere…

No terminó la frase.

Porque no hizo falta.

El silencio lo dijo todo.

Yo bajé la mirada.
La herida ardió.
La marca brilló apenas, como un susurro de algo inevitable.

Y sentí miedo no por la sombra…

Sino por mí misma.




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