Hechizo fallido, romance garantizado.

Capítulo 32 — La casa a la que siempre pertenecí.

El silencio entre mi abuela y yo era espeso, como si la habitación estuviera reteniendo el aire a propósito.
Ella seguía mirando la marca en mi piel, sin tocarla, como si temiera que su dedo también se quemara.

Finalmente, respiró profundo y dijo:

—Nara… hay algo que debí contarte hace mucho tiempo.

Me quedé quieta.
Mi corazón tenía un ritmo raro, como si supiera que estaba a punto de escuchar algo grande.

Mi abuela se sentó frente a mí.
Su mirada no tenía regaños, ni enojo.
Solo una mezcla de tristeza… y decisión.

—Nosotras —dijo lentamente— tenemos una casa. En el bosque.

Luna, que estaba recostada en mi pierna, levantó la cabeza.

—¿Una casa? —pregunté confundida—. ¿Qué clase de casa?

Mi abuela entrecerró los ojos, recordando algo lejano.

—Una antigua. Muy antigua. Construida por tus antepasados cuando nuestra familia aún vivía unida… y orgullosa de su magia.

Me quedé muda.
Sabía que veníamos de brujas, pero nunca pensé que existiera un lugar especial para eso.

—Tu madre creció allí —continuó ella—. Tu bisabuela, tu tatarabuela, todas… vivieron entre esos muros. Era la casa del linaje.

—¿Y por qué se fueron?

Mi abuela suspiró, como si esa fuera la pregunta que menos quería responder.

—Porque tu madre… tenía miedo.
Tras ciertos sucesos… decidió alejarse de la magia.
Ofrecerte una vida normal.
Una vida sin secretos, sin responsabilidades, sin peligros.

—Pero la magia igual me encontró —murmuré.

—Porque siempre lo haría —respondió mi abuela con suavidad—. La magia no se pierde solo porque decidas negarla. Especialmente la magia que llevas escrita en la sangre.

Luna asintió con la cabeza.

—Exacto. No eres una tostadora, eres una bruja. Las tostadoras sí se pueden apagar.

Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír un poquito.
Solo un poquito.

La abuela tomó mi mano con cuidado, tratando de no tocar la herida.

—En esa casa —susurró— aún están los objetos de nuestras brujas antiguas. Libros. Amuletos. Herramientas. Recuerdos. Todo lo que se heredaba de madre a hija.

Mi pecho se estrechó.

—¿Y… por qué me lo dices ahora?

—Porque tu magia está débil —respondió sin rodeos—. Porque estás herida.
Porque te atacaron de verdad.
Y porque la entidad ya cruzó una línea que no debía cruzar.

Tragué saliva.

Ella continuó:

—Nara… ese lugar puede ayudarte.
En esa casa la magia corre en las paredes, en el piso, en la tierra misma.
Tal vez allí puedas fortalecer tu luz…
recordar quién eres.

—¿Quieres que vayamos? —pregunté en un susurro.

—Sí. —Sus ojos brillaron con decisión—. Este fin de semana iremos tú, yo… y esa bola de pelos dramática.

—¡Oye! —protestó Luna—. Soy un ser místico. Un ser místico hermoso, además.

La abuela me sonrió, pero había preocupación escondida en esa sonrisa.

—Allí podremos empezar a entrenarte de verdad. No hechizos tontos, ni trucos de principiante.
Magia real.
Magia antigua.

Mi corazón dio un salto extraño, como miedo mezclado con emoción.

—¿Crees que… que pueda recuperar mi magia? —pregunté.

Ella me tomó el rostro con una ternura que casi me deshace por dentro.

—Sí, Nara. Si hay un lugar donde puedas levantarte… es esa casa.

Luna ronroneó suave, tocando mi brazo vendado.

—Y si no funciona, siempre podemos hacer un exorcismo light. O quemar salvia. O golpear la sombra con escobas. Estoy abierta a ideas.

Mi abuela soltó una risa cansada.

Yo… respiré.

Por primera vez desde el ataque… sentí un hilo de esperanza.

Pequeño.

Frágil.

Pero vivo.

—Entonces iremos —dije finalmente.

Mi abuela asintió.

Y aunque no lo dijo en voz alta… pude sentirlo:

“Porque si no recuperas tu magia allí… quizás no la recuperes nunca.”




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