El libro estaba abierto sobre la mesa del comedor.
Sus páginas parecían moverse con cada respiración que yo daba, como si estuviera observándome… esperando algo de mí.
Mi abuela estaba en el jardín recogiendo hierbas.
Luna dormía boca arriba sobre una silla, con las patas abiertas como si el mundo no fuera más que un spa felino.
Y yo…
Yo llevaba una hora intentando hacer el primer ejercicio del grimorio.
Fortalecer el centro de la magia interior.
Era simple.
En teoría.
En práctica… parecía imposible.
—Concéntrate en tu pecho —susurré repitiendo las instrucciones—. Siente tu luz. Ordénala. Dirige tu energía…
Moví mis dedos como decía el dibujo del libro.
Una chispa apareció en la palma de mi mano.
—Sí… sí… ¡eso es! —susurré emocionada.
Luna abrió un ojo.
La chispa tembló.
Tembló más.
Y luego explotó en un puff triste de humo que me llenó la cara de ceniza.
—¿Eso es todo? —preguntó Luna, bostezando—. Pensé que ibas a invocar un dragón mínimo.
Me limpié la cara, frustrada.
—Lo intenté.
—Tu intento huele a fracaso —comentó sin tacto.
Rodé los ojos.
Pasé a otro ejercicio:
Respirar dentro del sello.
Permitir que la marca guíe el flujo.
Inhalé.
El símbolo en mi muñeca brilló…
Por un segundo.
Luego se apagó de golpe.
—¡UGH! —golpeé la mesa con las manos—. ¡¿Por qué no funciona?!
El libro respondió girando la página solo.
Un mensaje apareció en tinta roja, como si hubiera esperado este momento:
“La magia sigue al corazón.
El corazón roto se niega a avanzar.”
Me quedé helada.
Tragué saliva.
—¿En serio…? —susurré—. ¿También tú?
Luna saltó a la mesa, miró el mensaje y dijo:
—Tiene un punto. Y mira que yo no defiendo libros poseídos.
Yo apreté mis manos en puños.
—Estoy tratando. De verdad. ¡Quiero ser fuerte!
Mi voz resonó por toda la casa.
Demasiado fuerte.
El aire cambió.
El calor de la chimenea retrocedió.
Un frío leve, casi imperceptible, se deslizó por mi espalda como una mano invisiblemente helada.
Luna se erizó al instante.
—¿Sentiste eso…? —susurró con voz mucho más baja de lo normal.
Yo dejé de respirar.
Un susurro…
No dentro de la casa.
Dentro de mi cabeza.
Muy suave.
Muy cerca.
“Frustración…
te hace más fácil de alcanzar…”
Mi cuerpo se congeló.
La herida en mi muñeca ardió, un ardor frío, como si la cortada volviera a abrirse desde adentro.
Luna saltó frente a mí, arqueando la espalda.
—¡Atrás, sombra barata! ¡Aquí no es tu casa, mal aire acondicionado demoníaco!
Pero la presencia no se detuvo.
La temperatura cayó.
El libro se cerró de golpe, como si lo hubieran empujado.
Mi respiración se aceleró.
—No… no… —retrocedí—. No ahora…
“Tus paredes se rompen…
tu magia tiembla…”
La voz era un silbido oscuro, como hojas secas arrastrándose.
Luna bufó con fuerza.
—¡Nara, suéltate de esa emoción! ¡Te está agarrando porque estás triste! ¡Piensa en algo feliz! ¡Piensa en helado! ¡En Leo sin camisa! ¡EN LO QUE SEA!
—¡Luna! —grité roja.
Pero la entidad se rió.
No en voz alta.
Solo dentro de mí.
La ventana del salón vibró.
Las sombras se extendieron por el piso como dedos alargándose hacia mis pies.
No me tocaban.
Pero estaban cerca.
Demasiado cerca.
“Cuando dudes… entraré.”
La herida ardió como fuego helado.
Mi magia, ya frágil, se agitó como un pájaro atrapado golpeando las paredes de su jaula.
—No… —susurré con la voz quebrada—. No vas a… entrar…
La entidad se detuvo un segundo.
Y luego su voz rasgó el aire de mi mente:
“Ya estoy más cerca de lo que crees.”
Luna rugió (bueno, rugió versión gato, pero igual fue intimidante).
—¡Fuera de mi bruja, sombra de tercera categoría!
La sombra se replegó apenas.
Como si la luz interior de la casa la empujara.
Los dedos oscuros retrocedieron.
La ventana dejó de vibrar.
El frío se desvaneció lentamente.
Pero no se fue del todo.
Estaba ahí.
Mirando.
Esperando mi próximo error.
Mi respiración volvió a mis pulmones a tropezones.
Luna se subió a mi regazo, temblando un poquito aunque intentara ocultarlo.
—¿Estás bien? —preguntó con su voz más suave.
Yo asentí.
Un poco.
Quizás mentira.
Quizás verdad a medias.
Miré el libro.
Las palabras en tinta roja brillaban de nuevo:
“El corazón roto abre la puerta.
Solo tú decides si se cierra…
o si se abre del todo.”
Y entendí algo.
Algo que nunca había querido admitir:
No podía volverme fuerte si mi corazón seguía sangrando por dentro.
No podía avanzar si seguía huyendo del dolor.
No podía luchar si seguía rompiéndome un poco más cada día.
Y esa entidad…
Estaba esperando exactamente eso.