Hechizo fallido, romance garantizado.

Capítulo 37 — La magia y la gata no combinan.

A la mañana siguiente, me desperté con Luna acostada encima de mi pecho, mirándome como si hubiera pasado la noche entera juzgando mis decisiones.

—¿Lista para entrenar? —preguntó con esa voz de “soy más sabia que tú”.

—Ni siquiera he abierto los ojos del todo —murmuré.

—Pues ábrelos. La magia no espera a las dormilonas.

La abuela ya estaba despierta, sentada en la mesa del comedor con una taza de té y la expresión de quien ha visto demasiadas generaciones de adolescentes brujas para sorprenderse por algo.

—Hoy empezaremos con lo básico —dijo apenas me acerqué—. Respiración. Control. Enfoque.

Luna bufó.

—Tres cosas que Nara no tiene.

—Luna —resoplé.

—¿Qué? Es información útil para la maestra.

La abuela sonrió apenas y me indicó que me sentara frente a ella.
Encendió una vela pequeña entre nosotras.

—La magia sigue al corazón, Nara. Si estás calmada, fluye. Si estás distraída…

—Explota —interrumpió Luna, subiendo a la mesa.

—No explota —corrigió la abuela—. Bueno… casi nunca.

Yo tragué saliva.

—Genial. Qué motivador.

Cerré los ojos y respiré profundo.
Inhalar.
Exhalar.

Intenté sentir la energía, eso que la abuela siempre describía como un hilo tibio moviéndose entre las costillas.

Puedo hacerlo, pensé.

Hasta que escuché un ruido.

Abrí un ojo.

Luna estaba mordiendo la planta del rincón como si fuera lechuga.

—¿Qué haces? —pregunté.

Ella se detuvo con la hoja colgándole de la boca.

—Probando si es comestible. ¿Tú puedes concentrarte mientras estás muriendo de hambre?

—¡No estás muriendo de hambre! —repliqué.

—Es debatible.

—Luna, deja a Nara concentrarse —dijo la abuela, aunque yo juraría que reprimía una risa.

Intenté de nuevo.
Inhalar.
Exhalar.

Sentí la energía por un segundo… un segundo perfecto, mágico, donde el aire parecía vibrar…

Hasta que escuché:

—¿Y si hacemos un hechizo para multiplicar croquetas?

—¡LUNA!

La gata se encogió de hombros.

—Solo digo. Sería útil.

La abuela suspiró y me dio una palmada en la rodilla.

—Vamos a intentar algo práctico. De pie.

Me levanté.
La abuela colocó una piedra lisa frente a mí.

—Hazla levitar. Solo un poco.

—Bien —dije, decidida.

Extendí la mano.
Sentí un cosquilleo.
La piedra tembló… se elevó un centímetro… dos…

Y entonces Luna saltó encima de la mesa gritando:

—¡CUIDADO! ¡ESE BICHO SE MUEVE!

Salté del susto, perdí el control y la piedra salió disparada hacia la pared, rebotando y cayendo en el piso.

La abuela se llevó una mano a la frente.

—Bueno… técnicamente la moviste.

Luna infló el pecho.

—Yo ayudé.

—¡NO ayudes! —grité.

La gata se sentó y comenzó a acicalarse como si nada hubiera pasado.

—Ustedes las humanas no saben agradecer mi participación estelar.

La abuela respiró profundo.

—Tendremos que trabajar en… muchas cosas. Pero no te preocupes, Nara. Estás avanzando.

—¿En serio? —pregunté.

—Sí. Aunque sea un avance con… obstáculos.

Miró a Luna de reojo.

Luna levantó la cola, ofendida.

—Oye, yo soy un complemento dramático. Una bruja sin gata problemática no es bruja.

No pude evitar reír.

Por primera vez en días… me sentía ligera.
Incluso un poquito fuerte.

Especialmente cuando Luna dijo:

—Además… admitámoslo. Si tu piedra hubiera volado más rápido, podríamos usarla para espantar a muchachas metidas que se le acercan a Leo.

—¡LUNA!

—¿Qué? Yo solo protejo mis inversiones emocionales.

Rodé los ojos mientras mis mejillas ardían.
Pero… se sentía bien.
Se sentía vivo.
Era caos, sí…
mi caos.




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