La abuela nos llamó a la cocina antes de que siquiera tocáramos el desayuno.
Tenía esa mirada seria…
la que solo sacaba cuando algo estaba realmente mal.
Leo se sentó despacio en la mesa, aún un poco pálido.
Yo me acomodé a su lado, nerviosa.
Luna estaba arriba del refrigerador.
Observándonos como una juez lista para dar sentencia.
La abuela inspiró hondo y comenzó:
—Nara… esa luz que liberaste anoche…
Me puse tensa.
—¿Fue mala? —pregunté con un hilo de voz.
—No, cariño —respondió ella con dulzura—. Fue extraordinaria. Demasiado extraordinaria.
Luna saltó del refrigerador.
—Traducción: fuiste tan poderosa que ahora todo el mundo lo sabe —dijo con total descaro.
—Luna —la abuela la miró con advertencia, pero no la contradijo.
Mi corazón se encogió.
—¿Qué significa eso… exactamente?
La abuela apoyó las manos en la mesa.
—Las brujas fuertes tienen energía que se siente a kilómetros. Pero lo que tú hiciste… —sacudió la cabeza— …no fue energía normal. Fue un estallido ancestral.
Los cazadores lo perciben.
Todos.
Los buenos… y los malos.
Tragué saliva.
Leo se tensó.
—Ellos vieron tu luz, Nara —continuó la abuela—. Y ahora saben que tú eres la que estaban buscando.
Un silencio cayó como un puñal.
Luna bajó la mirada.
Leo entrelazó sus dedos con fuerza, como si se preparara para algo que venía desde hace tiempo.
—No todos los cazadores son iguales —dijo, rompiendo el silencio.
Yo levanté la vista.
Él respiró hondo.
—Mi familia… —hizo una pausa— …mi familia caza brujas malas. No perseguimos a las que protegen, a las que sanan, ni a las que tienen buen corazón.
Mi voz salió temblorosa:
—Pero… escuché a tu mamá decir que yo era peligrosa.
Leo bajó la cabeza con culpa.
—Porque ella no entiende lo que yo entiendo.
Ella cree que todo poder grande es una amenaza.
Yo… —sus ojos se clavaron en los míos— …no pienso así.
Sentí algo aflojarse dentro de mí.
—Los cazadores que van tras ti —siguió Leo— no son como mi familia.
Son rebeldes.
Son crueles.
No tienen reglas.
No distinguen entre bruja buena o mala.
La abuela asintió.
—Los antiguos. Los que se separaron del orden original —dijo ella.
Leo la miró sorprendido.
—¿Usted lo sabe?
—Sé más de lo que te imaginas, muchacho —respondió con un gesto cansado—. Y sé que Nara está en peligro ahora. Porque anoche… —me miró con cariño— …Nara alumbró medio bosque. Fue como encender una antorcha en medio de la oscuridad.
Luna levantó una pata.
—Yo lo llamo: la gran bombilla mágica del terror.
—Luna, por favor… —murmuré.
Leo tomó aire y habló, por primera vez, sin dudar:
—No voy a dejar que te pase nada.
Mi corazón dio un salto.
La abuela cruzó los brazos.
—Lo dices porque la quieres.
Leo no reaccionó.
Ni se asustó.
Ni negó nada.
Simplemente respondió:
—Sí.
La abuela lo miró largo rato.
Y luego, para sorpresa de todos, suspiró.
—Entonces tendrás que quedarte aquí unos días —dijo finalmente—. No quiero que Nara enfrente esto sola.
Casi me atraganto.
—¿Aquí? —pregunté.
Leo abrió los ojos sorprendido.
Luna se cayó del refrigerador por la impresión.
—¿Vas a meter un humano en nuestra casa? —preguntó indignada—. ¡¿Y uno ENAMORADO encima?!
La abuela ignoró a Luna.
—No hay manera de protegernos si estamos separados —dijo, firme—. Y él…
él tiene parte de la clave.
Leo frunció el ceño.
—¿Qué clave?
La abuela lo miró con gravedad.
—Tu sangre, Leo.
Tu linaje.
Y algo que heredaste… y ni tú sabes usar aún.
Leo se puso rígido como piedra.
Yo sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo.
Luna levantó la cola, emocionada.
—Ay, no.
Otro dramático con poderes ocultos.
Nos vamos a morir todos, pero va a estar entretenido.