Cuando nuestros labios se separaron, todavía sentía el temblor en mis manos.
No sabía si era por el beso… o por lo que se encendía dentro de mí como un fuego antiguo.
Leo respiraba igual que yo: rápido, profundo, como si no entendiera lo que acababa de pasar pero tampoco quisiera que terminara.
Su frente seguía apoyada en la mía.
—Nara… —murmuró—. Esto… fue…
Nunca llegó a terminar la frase.
Porque el aire cambió.
No un cambio normal.
No un viento.
No un escalofrío.
Fue como si el bosque contuviera la respiración.
Sentí un tirón en el vientre, un latido caliente, como si mi magia se despertara de golpe.
Se expandió por mi pecho, mis brazos… y explotó en mi piel como una corriente eléctrica.
Leo reculó un paso, sorprendido.
—¿Qué fue eso? —preguntó él.
—No… no lo sé —susurré.
Entonces lo escuché.
Un susurro.
Cerca.
Demasiado cerca.
Naraaaa…
Mi nombre.
Pronunciado como si una voz rota lo arrastrara por la tierra.
Leo giró hacia el bosque, en posición defensiva.
Yo me paralicé.
La sombra estaba ahí.
Entre los árboles.
Más definida que nunca.
Una figura alta, delgada, con los bordes de su cuerpo vibrando como humo negro.
Sin rostro.
Solo ojos rojos como brasas apagadas.
Leo puso un brazo delante de mí.
—Atrás de mí —ordenó en un susurro urgente.
Quise moverme pero mis piernas estaban clavadas al suelo.
El ente dio un paso.
La tierra bajo sus pies se oscureció como quemándose.
Leo sacó la daga.
La hoja brilló en azul intenso, como si sintiera la presencia del enemigo.
La sombra habló otra vez.
Serás mía.
Mi corazón se detuvo por un segundo.
Leo avanzó un paso hacia la figura.
—No la toques —dijo con una voz que nunca le había escuchado.
La sombra se inclinó, como si lo reconociera.
Hijo de cazadores…
No puedes detener lo que ya despertó.
Y entonces la magia dentro de mí explotó.
Literalmente.
Un destello blanco salió de mi pecho sin que yo lo controlara.
Como si mi cuerpo dijera “basta”.
La sombra retrocedió un paso.
Solo uno.
Pero fue suficiente para que Leo me mirara horrorizado.
—Nara… eso salió de ti.
Yo temblaba.
No podía detenerlo.
Mi piel ardía.
Mi respiración era fuego.
La sombra gruñó, un sonido que rasgaba el aire.
Leo corrió hacia mí y me abrazó por la cintura, empujándome hacia atrás mientras su madre aparecía desde la casa gritando:
—¡LEO! ¡NARA!
Pero la sombra levantó una mano.
El bosque se estremeció.
Y de su voz salió una frase que me heló los huesos:
“Él te quebrará… como lo hizo con todas.”
Leo rugió.
—¡CÁLLATE!
Corrió hacia la sombra, daga en mano, y la atacó.
La hoja brilló tan fuerte que por un segundo iluminó todo el bosque…
…pero la sombra se desvaneció como humo justo antes del impacto.
Leo quedó jadeando, mirando a todos lados.
—¡Vuelve! —gritó.
Solo el silencio respondió.
La abuela corrió hacia mí y me sostuvo la cara.
—Nara, ¿te lastimó?
—No… —mentí—. No me tocó.
Leo volvió a mi lado, respirando con dificultad.
Su mirada pasó de la daga… a mí.
—Nara —susurró, tocándome el brazo con cuidado—… ¿qué fue esa luz?
No supe responder.
Yo también quería saberlo.
Antes de que pudiera decir nada, Luna salió del porche con expresión horrorizada.
—¿SE PUEDE SABER POR QUÉ SIEMPRE PASAN COSAS CUANDO ME DUERMO CINCO MINUTOS?
Leo, la abuela y yo la miramos sin saber si reír o llorar.
Luna nos observó a todos… y luego a la daga brillando en la mano de Leo.
—¡Ay, genial! El cuchillito azul ya tiene vida propia. ¿Qué sigue? ¿Va a hablar?
La abuela me abrazó fuerte.
Leo guardó la daga.
Yo respiré hondo… y sentí algo nuevo bajo mi piel.
No solo magia.
Poder.
El beso había despertado algo.
Y la sombra lo sabía.