Hechizo fallido, romance garantizado.

CAPÍTULO 54 — Cuando El Mundo Duerme.

La casa estaba completamente en silencio.

La abuela dormía en su cuarto.
Laura también.
Incluso el bosque parecía haber decidido darnos una tregua por una noche.

Yo estaba despierta… aunque lo intenté.
El beso, la luz, la sombra, lo que me dijo la abuela…
Todo giraba dentro de mi cabeza como un remolino inquieto.

Me tapé hasta la barbilla e intenté respirar profundo.

Nada funcionó.

Hasta que escuché un crujido en la ventana.

Me congelé.

Otro crujido.

Y entonces supe quién era.
Lo sentí, igual que siempre.

La ventana se abrió despacio y la silueta de Leo apareció recortada por la luz de la luna.
Entró con cuidado, como si no quisiera despertar ni al aire.

Yo me incorporé de golpe.

—¿Leo? ¿Qué haces aquí?

Cerró la ventana tras él.
Se quedó mirando al piso un segundo, respirando en silencio, hasta que levantó la vista.

Sus ojos estaban llenos de algo que nunca le había visto.

Algo vulnerable.
Algo que dolía… pero bonito.

—No podía dormir —susurró.

—Leo… —tragué—. No deberías…

—Lo sé —dijo, dando un paso hacia mí—. No debería estar aquí.
—Entonces por qué…
—Porque te amo.

Mi corazón se detuvo.

Literalmente sentí cómo dejaba de latir y luego golpeaba tan fuerte que temí que él pudiera escucharlo.

—Te amo, Nara —repitió, más seguro esta vez.

Yo abrí la boca, pero no salió sonido.

Él siguió acercándose, despacio, como si tuviera miedo de asustarme.

—Lo supe el día que te mudaste.
Lo supe cuando te defendí.
Lo supe cuando te perdí y volviste a mí.
Y hoy… cuando vi esa luz… —su voz tembló apenas—. Supe que nunca podría alejarme de ti.

Mi garganta ardía.
Mis ojos también.

—Yo jamás te haría daño —agregó, tocándome la mejilla con la punta de los dedos—. Aunque el mundo entero me dijera que debería.
—Leo…
—Nunca. —Sacudió la cabeza—. No me importa mi linaje, ni mi entrenamiento, ni las reglas de los cazadores. Yo… solo te elijo a ti.

Una lágrima cayó y él la secó con el pulgar.

—¿Me escuchas, Nara? —susurró—. Te elijo a ti.

No pude contenerlo más.

Le agarré la cara con ambas manos.

—Yo también te amo.

Sus ojos se abrieron apenas.
Como si no lo creyera.

—¿De verdad…?
—Sí —dije, sin temblar—. Te amo, Leo. Desde antes del primer beso. Desde antes de esta magia. Desde antes de saber quién eras.
Él exhaló como si le hubieran quitado un peso enorme del pecho.

Y me abrazó.

No un abrazo suave ni de consuelo.
Uno profundo.
Cálido.
Que me rodeó por completo.

Su frente quedó contra la mía.

—Gracias —susurró él—. Gracias por no tenerme miedo.

—Nunca te tuve miedo —respondí.

Nos quedamos así largo rato, respirando juntos, sin necesidad de hablar.

Luego Leo se subió a la cama con cuidado, como si fuera un lugar sagrado, y yo me acomodé a su lado.
Él me abrazó por detrás, su brazo rodeando mi cintura, su pecho cálido contra mi espalda.

Podía sentir su corazón.

Podía sentir cómo su respiración coincidía con la mía.

Justo cuando pensé que el momento no podía ser más perfecto…

Un bulto peludo saltó sobre nuestras piernas.

—¿En serio? —murmuró Luna—. ¿Se creen que voy a dormir sola mientras ustedes hacen telenovela?

Leo rió bajito contra mi cuello.
Yo lo sentí vibrar por dentro.

—Luna, por favor… —susurré.

—Ah, no. Yo duermo aquí —dijo la gata, acomodándose entre nosotros—. Soy el relleno oficial de este emparedado de amor.

Leo se echó a reír otra vez, cansado pero feliz.
Me apretó más contra él.

—No la muevas —susurré.
—No pienso hacerlo —respondió él.

Y así, los tres juntos, acurrucados bajo el mismo cobertor, con la luna iluminando la habitación…

Me quedé dormida por fin.

En paz.
En brazos de alguien que me amaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.