Hechizo fallido, romance garantizado.

CAPÍTULO 55 — Amanecer Entre Brazos .

Desperté envuelta en calor.

Un brazo firme rodeaba mi cintura, cálido, protector.
Y un bulto peludo aplastaba mis piernas como si fuera la reina de la cama.

Abrí los ojos lentamente.

Leo dormía detrás de mí, respirando suave contra mi cuello.
Su abrazo era… perfecto.
Como si llevara toda su vida durmiendo así, pegado a mí.

Y Luna…

Estaba acostada encima de nosotros dos, estirada como fideo al vapor, roncando sin vergüenza.

—Es en serio… —susurré.

Luna abrió un ojo, lo cerró, murmuró:

—Cinco minutos más, humana…

Me reí bajito… y Leo apretó el brazo inconscientemente, como si sintiera mi risa incluso dormido.

Me quedé así, mirándolo.
Tan tranquilo.
Tan diferente al chico que siempre carga el peso del mundo.

Mi corazón dio un salto.

Hasta que la puerta se abrió.

—Nara, ¿ya est…? —dijo mi abuela.

La frase se murió en el aire.

Leo abrió los ojos de golpe.
Luna se sentó como una esfinge.
Yo… quería morirme.

La abuela nos miró a los tres.
Luego suspiró.

—Bueno… por lo menos están vestidos.

—¡ABUELA! —protesté, muerta de vergüenza.

Leo casi se cae de la cama.

Luna levantó la pata:

—Si no estuvieran vestidos, YO no dormiría aquí. Tengo estándares.

La abuela ignoró a la gata.
Se acercó a mí con ese rostro serio que hace que me dé un mini infarto.

—Nara. Muéstrame la mano.

—¿Mi mano? ¿Qué hice ahora? —pregunté nerviosa.

Extendí la mano derecha.

Había un nuevo sello.
Un pequeño trazo dorado, como fuego suave bajo la piel.

No estaba anoche.

Leo lo vio y su respiración se cortó.

—¿Qué… significa? —pregunté.

La abuela exhaló lento.
Me miró.
Luego miró a Leo.

—Significa que el vínculo antiguo que Nara y tú ya tenían… se está fortaleciendo.

Leo abrió los ojos sorprendido.

Yo sentí un vuelco en el corazón.

La abuela continuó:

—Ese lazo nació antes de que ustedes existieran. No se creó anoche… ni hace días.
Pero cuando dos almas destinadas empiezan a acercarse… a elegirse… el vínculo despierta aún más.

Leo tragó saliva.

Yo sentí que mi pecho se encendía suave, como cuando la magia vibra sin avisar.

—La Llama del Origen —siguió la abuela— solo responde a conexiones verdaderas, predestinadas.
Y cuando esos sentimientos crecen… deja señales.

Tocó mi sello.

—Esta marca no nació del miedo. Ni del peligro.
Nació del amor.

Mi corazón se aceleró.

Leo me miró como si yo fuera lo único real en el mundo.

—Entonces… —susurré— ¿no fue un error?

—Nada que nace antes de nacer puede ser un error —dijo la abuela sonriendo con tristeza hermosa—. Pero ahora este lazo… es visible para quienes lo buscan.

Un escalofrío recorrió mi espalda.

La abuela enderezó la espalda.

—Dense prisa. Hoy entrenamos todos. Les hará falta.

Luna saltó de la cama.

—¡Sí! Entrenamiento, amor, predestinación… ¡y yo en medio supervisando todo!

Leo se tapó la cara.

—¿Por qué tu gata siempre tiene mejores diálogos que yo? —gruñó.

Luna lo miró con superioridad.

—Porque tengo talento, cariño.

La abuela salió.
Luna detrás, haciendo comentarios.

Leo y yo quedamos solos.

Él tomó mi mano con cuidado, como si el sello fuera sagrado.

—¿Antes de nacer… ya eras mía? —susurró.

—Y tú mío —le respondí.

Leo apoyó su frente en la mía.

—Entonces nunca fue casualidad.

—Nunca —dije.

Y nos quedamos así… en ese amanecer que cambió algo entre los dos.
Algo antiguo.
Algo inevitable.




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