Desperté antes que todos.
No sé si fue la emoción, el miedo o el recuerdo del abrazo de Leo… pero mi magia estaba despierta, vibrando bajo mi piel como si quisiera salir corriendo antes que yo.
Cuando bajé a la sala, mi abuela ya estaba lista.
—Hoy veremos qué tan fuerte estás, niña —dijo sin mirarme, mientras servía café.
Luna bostezó encima de la mesa.
—Yo también estoy lista —anunció—. Listísima para mirar sin hacer nada y criticarlo todo.
La ignoramos por salud mental.
Leo entró un minuto después con el cabello despeinado y esa sonrisa que casi me derrite.
Intenté no mirarlo mucho antes de derretirme yo sola.
Salimos al claro del bosque detrás de la casa.
El aire estaba frío, pero mi pecho ardía como si tuviera una hoguera adentro.
—Concéntrate en tu núcleo —dijo la abuela—. Siente la energía y déjala salir. No la empujes, no la fuerces.
Respiré.
Cerré los ojos.
Y entonces… sucedió.
Una ráfaga cálida explotó en mis manos, como si mi esencia hubiera despertado de golpe.
—¡¿Qué rayos?! —exclamé abriendo los ojos.
Una esfera luminosa flotaba sobre mis palmas.
Grande.
Fuerte.
Brillante.
La abuela abrió la boca sorprendida.
—Esto… esto no deberías poder hacerlo tan pronto.
Luna, desde una roca cercana, meneó la cola.
—Bueno, tampoco debería poder abrir la nevera, pero aquí estamos.
Leo se acercó para ver mejor.
—Nara… eso es impresionante.
Me puse roja.
La luz brilló aún más.
Genial. Ahora mi magia también se sonroja.
—Trata de moverla —ordenó mi abuela.
Le hice caso.
La esfera obedeció como si fuera una extensión de mi brazo.
Subió.
Bajó.
Giró.
Era… fácil.
Por primera vez en semanas… me sentí poderosa. De verdad.
—Ahora apágala —dijo la abuela.
Respiré.
La esfera desapareció sin explotar, sin temblar.
Solo… se esfumó como luz apagándose.
La abuela murmuró algo que no alcancé a oír, pero sonaba a “esto es demasiado”.
Leo también entrenaba con su madre en otro lado del claro. Escuché golpes, dagas chocando y maldiciones suaves de parte de él.
Luna se subió a mi hombro.
—Tu novio se ve bien cuando pelea —dijo mascando una hoja.
—No es mi novio.
—Claro, claro. Y yo no hablo.
Me reí.
Transformada por completo.
La abuela cambió de ejercicio.
—Ahora, levanta esa roca.
Señaló una piedra del tamaño de una silla.
Tragué saliva.
Pero lo intenté.
Y la roca se levantó.
No un poquito.
No temblando.
¡Voló como si fuera de papel!
Leo se giró al sentir el poder y casi deja caer la daga.
—¡Dios, Nara!
Yo grité emocionada.
—¡LO HICE!
Luna aplaudió con sus patitas.
—Gracias, gracias… el talento se hereda.
La roca cayó despacio cuando la solté.
Sentí mi corazón vibrando rápido… pero no por cansancio.
Era fuerza.
Vida.
Magia pura.
—Estás avanzando demasiado rápido —dijo mi abuela, mirándome con preocupación.
—¿Eso es malo?
—Eso es… inusual.
Leo caminó hacia nosotras, limpiándose el sudor.
—Es increíble. De verdad.
Nuestros ojos se encontraron y casi olvidé respirar.
Di un paso hacia él.
Él dio un paso hacia mí.
Luna se atravesó entre los dos.
—¡Paren ahí! Ley del bosque: nada de besos sin supervisión felina.
—Luna, ¡hazte a un lado! —protesté.
—Noooo —respondió arrastrando la o—. Los besos los cobro caros.
La abuela nos miraba como si fuéramos un circo ambulante.
Entonces…
Todo cambió.
Un escalofrío me recorrió la espalda como un latigazo.
La luz del claro bajó de golpe.
El aire se volvió pesado, helado, extraño.
Miré al bosque.
Allí.
Entre los árboles.
O una sombra…
O varias.
No se movían.
Pero sentía sus ojos clavados en mí.
Mi magia tembló.
No de miedo…
Sino de alerta.
Leo dio un paso adelante, como si también lo sintiera.
—¿Nara? —susurró.
La abuela levantó la mano, seria.
—No las mires directamente.
Pero ya era tarde.
Una voz… o un susurro… o un pensamiento frío se metió en mi cabeza:
“Tu luz ya no puede esconderse.”
Tragué saliva.
Parpadeé.
Y las sombras desaparecieron.
Como si nunca hubieran estado allí.
—¿Las viste? —pregunté, respirando rápido.
La abuela se acercó despacio.
—Sí.
Luna se escondió detrás de mi pierna.
—No me pagan suficiente para esto…
Yo apreté los puños.
Mi magia ardió otra vez.
—Estoy cansada de que me observen —susurré.
La abuela me tocó el hombro.
—Entonces tendrás que hacer algo que no hacías antes…
—¿Qué?
—Ser más fuerte.
Más rápida.
Más valiente.