Hechizo fallido, romance garantizado.

CAPÍTULO 57 — Cuando el bosque despierta.

No había pasado ni una hora desde que las sombras aparecieron…
cuando todo se descontroló.

Mi abuela insistía en que descansara, pero algo en mi pecho ardía.
Mi magia estaba inquieta, vibrando, como si quisiera advertirme algo.

Luna también estaba rara:
sentada delante de la puerta, con el lomo erizado, cola inflada y ojos enormes.

—Eso es mala señal —murmuró Leo, poniéndose su daga en el cinturón.

—¿Qué sientes? —pregunté.

No me respondió.
Pero le vi el rostro:
alerta, tenso, como si todos sus sentidos estuvieran escuchando algo que yo no podía oír.

Mi abuela entró al cuarto.

—Prepárense. Algo viene.

No tuvimos tiempo de preguntar.

La ventana del costado explotó de repente, astillando la madera hacia adentro.
Luna dio un salto de dos metros.

—¡¡POR QUÉ SIEMPRE ROMPEN MIS ENTRADAS FAVORITAS!! —gritó.

Del bosque surgió la cosa más aterradora que había visto en mi vida.

No era exactamente una sombra.
No era exactamente humana.
Era… varias siluetas, moviéndose como si fueran una sola.
Ojos blancos.
Movimiento rápido.
Demasiado rápido.

Leo me empujó detrás de él sin pensarlo.

—¡Nara, atrás!

—¡No! ¡Voy a pelear!

Pero no me dio tiempo.

La primera sombra atacó.

Leo levantó la daga justo a tiempo.
El choque produjo un destello de luz plateada que lo empujó hacia atrás.

Mi abuela lanzó una ráfaga de energía que iluminó la sala, pero las figuras se dispersaron como humo, reapareciendo a los lados.

Eran inteligentes.
Coordinadas.
Y estaban probando nuestras defensas.

—¡Son rastreadores! —exclamó la abuela—. ¡Los enviaron para medir tu poder!

Mi sangre hirvió.

¿Otra vez usándome como experimento?

No.
No ahora.

Una sombra se lanzó hacia mí.

Mi corazón gritó.
Mi magia respondió.

Y estallé.

Una onda de energía salió de mi pecho sin que yo la llamara.
La sombra fue lanzada contra la pared, deshaciéndose por segundos antes de recomponerse.

Leo me miró como si nunca hubiera visto algo tan… brillante.

—Nara… tu luz…

Pero no podía escuchar.
Mi magia rugía como un río desbordado.

Otra sombra saltó sobre Leo.
Él la esquivó, rodó por el suelo y la cortó con un movimiento limpio.
La silueta chilló como aire desgarrado.

La voz volvió a escucharse en mi cabeza.

“Estás creciendo… demasiado rápido.”

—¡Cállate! —grité.

Mi grito hizo vibrar las ventanas.
La sombra retrocedió.

Pero entonces…

Todo se puso peor.

Tres sombras más entraron al mismo tiempo desde el bosque, atravesando la pared como si no existiera.

Luna gritó:

—¡ABUELA DE NARA, HAZ ALGO! ¡YO SOLO MIDO 20 CENTÍMETROS!

La abuela levantó ambas manos.

Y algo… antiguo… salió de ella.
Una energía densa, de color cobre, que se expandió como un círculo protector alrededor nuestro.

Las sombras golpeaban desde afuera.
Una.
Otra.
Otra.

Cada golpe hacía temblar la casa.

Leo se puso a mi lado, respirando agitado.

—Nara… necesitas usar lo que aprendiste.

—¿Qué cosa? ¡Solo sé levantar rocas!

—Entonces levanta esto.

Señaló la pared completa.

—¿QUÉ? ¡Eso pesa toneladas!

—Tu poder no —dijo él—. Tu poder pesa lo que sientes.

Me temblaron las manos.

Pero si no intentaba algo más fuerte…
iban a entrar.
Y no sabíamos cuántas vendrían.

Cerré los ojos.
Respiré profundo.
Recordé la esfera de luz.
La roca flotando.
El sello en mi mano.

Y pensé en Leo.

En mi abuela.

En Luna.

En lo que podía perder.

—No voy a dejar que nos toquen —susurré.

Mi cuerpo se encendió.

Literalmente.

Una luz dorada salió de mi piel, subiendo por mis brazos como fuego líquido.
El suelo tembló.
La casa tembló.

Las sombras se detuvieron.

Parecía que… dudaban.

La abuela retrocedió asombrada.

—Imposible…

Leo susurró, sin apartar sus ojos de mí:

—Eso es… poder puro.

Yo levanté las manos.

La luz se acumuló en mis palmas como un sol naciendo.

Las sombras atacaron todas a la vez—

Y yo lancé el estallido.

La onda dorada atravesó la casa, el bosque, el aire.

Las sombras se evaporaron como humo al contacto.

Leo cayó sentado en el suelo.

La abuela se cubrió los ojos.

Luna gritó:

—¡¡MIS BIGOTES!! ¡Casi se me queman los bigotes!

Yo me desplomé de rodillas.
El fuego se apagó.
Mi respiración era un desastre.

Leo corrió a sostenerme.

—Nara… eso no fue normal.
Eso fue—

La abuela lo interrumpió.

—Fue un aviso… para ellos.

—¿Qué significa? —pregunté, todavía mareada.

La abuela me miró con una mezcla de orgullo y miedo.

—La luz que acabas de liberar…
fue tan grande que la sintieron en todo el territorio.

Leo tragó saliva.

—Entonces… esos rastreadores no eran el ataque real.

—No —dijo la abuela—.
Eran solo el preludio.

Mi corazón dio un vuelco.

Luna se subió a mi hombro, temblando.

—Amor… creo que acabas de encender un faro gigante sobre tu cabeza.

La abuela respiró hondo.

—Nara, prepárate.
Después de ese destello…

todos los cazadores oscuros, los más fuertes vendrán por ti.




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