Hechizo fallido, romance garantizado.

CAPÍTULO 58 — Entre la luz y la nada.

No sé en qué momento dejé de ver.

Un segundo estaba de pie, jadeando, con la luz aún ardiendo en mis manos…
y al siguiente, el mundo giraba como si me hubieran arrancado el piso.

Escuché voces distantes.

La de Leo.
La de mi abuela.
Y… otra más.

La de su madre.

Pero todo sonaba como si estuvieran bajo el agua.

Caí.
Creo que Leo gritó mi nombre.
No lo sé.
Solo sentí un calor en el pecho…
y luego nada.

---

Cuando desperté, olía a romero y metal.

Abrí los ojos despacio.
Estaba acostada en el sofá, con una manta cálida cubriéndome.

Y junto a mí…
la madre de Leo.

Laura.

Con una concentración tan intensa que parecía operar un corazón.

—No te muevas —ordenó sin verme abrir los ojos—. Aún estás débil.

Parpadeé.

—¿Qué… pasó?

Leo apareció a mi lado al instante, arrodillado, sosteniendo mi mano como si fuera lo único que lo mantenía vivo.

—Te desmayaste. No respirabas bien. Creí que… —tragó saliva—. Creí que te perdía.

Laura lo empujó con una mano en la frente.

—Déjala respirar, hijo.

Leo rodó los ojos, pero hizo caso.

Me forcé a incorporarme.

Todo mi cuerpo temblaba.
Mis manos, mis piernas, incluso mis labios.

Laura puso una mano firme en mi hombro.

—La sacudida que liberaste habría agotado a una bruja con décadas de experiencia. Lo que hiciste… no es normal para alguien que lleva semanas entrenando.

—¿Eso es… malo? —susurré.

—Eso es peligroso —respondió.

La abuela, que estaba preparando infusiones al fondo, asintió.

—La magia en bruto puede ser tan mortal como la oscuridad.

Leo tomó mi mano con más fuerza.

—No vuelvas a forzarte así.

—No lo forcé —murmuré—. Solo… salió.

Luna apareció saltando al sofá y se acostó sobre mi estómago con preocupación dramática.

—Pensé que morías, humana —dijo—. ¿Te imaginas? ¿Yo con Leo? ¿Quién me daría mis croquetas gourmet? ¡Una tragedia!

—Gracias por el apoyo, Luna… —susurré.

La abuela entró con un vaso de infusión.

—Bebe. Te ayudará a estabilizar tu energía.

Lo intenté, pero mi mano temblaba tanto que Leo tuvo que sostener el vaso conmigo.

Su mirada estaba cargada de miedo.

Un miedo que nunca le había visto.

---

Fue entonces cuando lo escuché.

Un golpe.

No en la puerta.

No en la ventana.

En el cuarto del fondo.

El cuarto donde estaba el grimorio.

Laura se levantó de inmediato.

—¿Lo escucharon?

La abuela palideció.

—No puede ser…

Leo sacó su daga.

—Voy a ver.

Pero Laura lo detuvo bruscamente.

—No. Yo primero.

Su voz no dejaba espacio a discusión.
Era una cazadora experimentada…
y por primera vez lo mostraba sin tapujos.

La seguimos a paso lento por el pasillo.

Yo aún temblaba, pero me aferré a Leo.
Él no me soltó.

Cuando entramos al cuarto, casi dejo de respirar.

El grimorio estaba abierto.
No donde lo dejamos.
No en la página anterior.

En otra distinta.

Una llena de símbolos rojos que parecían moverse.

La abuela se cubrió la boca.

—No… esto no debería haber ocurrido aún…

—¿Qué dice? —pregunté con un hilo de voz.

Laura, con los ojos clavados en el libro, respondió:

—Significa que tu explosión de luz no solo llamó a los rastreadores.

Me quedé helada.

Leo me abrazó por los hombros.

—¿Quién más pudo sentirla?

Laura pasó la mano sobre la página.
El símbolo rojo brilló…
y ella dio un paso atrás.

—Todos.
Todas las facciones.
Todas las sombras.
Todos los que esperan…
a que la bruja del linaje puro despierte.

Mi corazón se detuvo por un segundo.

—Pero… yo no estoy lista. —Mi voz se quebró.

La abuela se acercó y me tomó el rostro entre las manos.

—Lo sé, niña. Y por eso te vamos a proteger.

Laura añadió, seria como una noche sin luna:

—Y por eso yo me quedo.

Leo respiró hondo.

—¿Qué significa esa página exactamente?

Laura la miró con ojos oscuros.

—Esta es una advertencia antigua.
Cuando el grimorio se abre solo…
significa que la guerra ha comenzado.
Y que la elegida… ya está marcada.

Tragué saliva.

—¿La elegida?

Laura me miró sin suavidad, sin disfraz, sin mentiras.

—Tú, Nara. Ellos vendrán por ti… y no van a parar.

Leo apretó mi mano.

—Entonces tendrán que pasar sobre todos nosotros primero.

Luna levantó la cola.

—Y sobre mí también, que yo soy chiquita pero muerdo.

A pesar del terror, no pude evitar una pequeña risa.

Pero la verdad seguía allí.
Pesada.
Real.
Helada.

La abuela cerró el libro con cuidado.

—Desde este momento… ya no hay vuelta atrás.

Y supe, mientras mis manos seguían temblando, que tenía razón.

La luz dentro de mí había despertado.

Y ahora…
todos venían a buscarla.




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