Nunca había visto la cocina de la casa del bosque tan silenciosa.
La abuela había puesto mapas viejos sobre la mesa.
Laura tenía un cuaderno lleno de notas y símbolos que parecían runas mezcladas con códigos de cazadores.
Leo estaba afilando su daga en silencio.
Y yo… bueno, yo trataba de no mirar por la ventana, para no cruzarme con las figuras que seguían afuera.
Luna saltó a la mesa, empujando un mapa con su cola.
—Bien, ¿ya empezamos la reunión o sigo durmiendo?
Laura le dio una mirada severa.
—Bájate de la mesa. Esto es serio.
—Exacto —dijo Luna sentándose aún más cómoda—. Por eso estoy aquí, señora daguita. Sin mí, este equipo se viene abajo.
Leo suspiró.
Yo intenté no reír.
La abuela comenzó:
—Tenemos tres problemas principales.
Primero: las figuras que observan afuera.
Segundo: la cantidad desconocida de rastreadores que podrían llegar.
Y tercero—
—Tu nieta brilla como una lámpara nuclear —interrumpió Luna señalándome con su patita.
—¡Luna! —protesté.
—¿Qué? ¡Es verdad! Eres como un cartel luminoso que dice “vengan por mí”.
La abuela asintió, ignorando el tono dramático.
—Luna tiene razón. Tu último destello mágico amplificó tu ubicación para cualquier ser oscuro en la zona.
—¿Cuánto… amplificó? —pregunté.
Laura entrelazó las manos sobre la mesa.
—Bastante. No solo los que ya estaban cerca vienen. Otros más… están en camino.
Sentí un nudo en el estómago.
Leo dejó la daga a un lado y me tomó la mano bajo la mesa, apretando con fuerza.
—No vamos a dejar que te toquen.
La abuela continuó:
—Necesitamos levantar tres barreras alrededor de la propiedad. Una física, una mágica y una espiritual.
—¿Espiritual? —repetí—. ¿Eso cómo funciona?
—Con runas antiguas —dijo la abuela— y con la ayuda del grimorio.
Luna se estiró como si se estuviera preparando para una sesión de yoga.
—Propongo agregar una barrera felina.
Yo me siento en la puerta. Si alguien entra, le muerdo los tobillos.
Leo se tapó la cara.
Laura tomó un lápiz y comenzó a dibujar un círculo protector.
—Nos dividiremos así: yo me encargo de la barrera física.
Leo, tú vigilas el perímetro.
Nara, tú estarás conmigo reforzando la energía.
Y tú —miró a la abuela— harás la barrera espiritual.
La abuela asintió.
—De acuerdo.
—¿Y yo qué? —preguntó Luna ofendida—. ¿Me dejan de adorno?
Laura respiró hondo.
—Bien. Tú… puedes vigilar por si escuchas algo raro.
—¡Perfecto! —dijo Luna inflando el pecho—. Yo escucho TODO. Menos cuando duermo. Pero fuera de eso, TODO.
Leo soltó una risa suave.
Yo también, a pesar de los nervios.
La reunión siguió durante una hora.
Planes.
Mapas.
Estrategias.
Estimaciones de ataque.
Códigos de señales.
Mi cabeza giraba, pero también sentía algo extraño dentro de mí:
propósito.
Por primera vez, no estaba huyendo.
Estábamos preparando una defensa real.
Entonces escuchamos el ruido.
Un crujido fuerte.
En seco.
Como si una rama enorme hubiera sido aplastada.
Pero no venía del bosque.
Vino del techo.
Todos nos quedamos congelados.
Leo se levantó primero.
Laura sacó otra daga.
Mi abuela tomó un amuleto del bolsillo.
Luna se metió debajo de mi silla.
—Yo no me escondo por miedo —susurró—. Me escondo por estrategia.
ESTRATEGIA.
El crujido volvió a sonar.
Más fuerte.
Más cerca.
Algo caminaba… sobre la casa.
Sin ocultarse.
Sin prisa.
Solo anunciándose.
Leo levantó la vista hacia el techo.
—Sea quien sea… ya sabe que estamos listos —dijo en voz baja.
La abuela cerró los ojos.
—Y nosotros también deberíamos estarlo.
La tensión en el aire era tan gruesa que casi se podía tocar.
Y ahí, justo ahí, terminó la reunión.
No porque quisiéramos.
Sino porque el enemigo había decidido que el silencio… se había terminado.