El bosque estaba tan silencioso que incluso mi respiración sonaba demasiado fuerte.
La abuela había apagado todas las luces, y solo la luna entraba en la sala por la ventana, iluminando el piso como una línea plateada.
Luna se subió a mi hombro, erizada.
—Esto no me gusta… —susurró, encogiéndose.
Yo tampoco podía negar el presentimiento.
Esa sensación de que alguien estaba justo afuera, mirándonos.
Esperando.
Entonces escuché de nuevo el sonido.
Un golpe suave.
Arriba.
Mi corazón se apretó.
La abuela levantó la cabeza bruscamente.
—No te acerques a la ventana —me dijo en un murmullo urgente.
Pero era tarde.
Mi cuerpo ya se movía solo, atraído por aquella presencia.
Levanté la vista.
Y ahí estaba.
El hombre del techo.
Negro como sombra sólida, de pie justo en el borde, mirándome con esos ojos grises que parecían romper la noche.
No parecía humano.
No se movía como humano.
Cada parte de mí sabía que estaba frente a algo… antiguo.
Y entonces, sin hacer ruido, bajó.
No saltó.
No cayó.
Simplemente descendió, como si el aire lo sostuviera, hasta quedar exactamente frente a mi ventana.
A diez pasos de mí.
Demasiado cerca.
Mi corazón martilló con fuerza.
Luna tembló detrás de mí.
El hombre inclinó apenas la cabeza, observándome con una calma helada que me erizó la piel.
—Así que… —su voz era grave, raspada, como si arrastrara siglos— por fin te veo de cerca.
No pude moverme.
No pude hablar.
Él sonrió apenas.
—Eres idéntica —continuó—. Cada rasgo. Cada gesto. Cada brillo en los ojos.
La misma luz que ella tenía… antes de que se apagara.
La abuela dio un paso hacia mí, pero el hombre ni siquiera la miró.
Solo a mí.
—¿Por qué me miras así? —pregunté, intentando que mi voz no temblara.
—Porque te conozco sin conocerte —respondió él, con una calma que daba miedo—. Vi a la bruja que llevaba tu magia antes que tú.
La vi pelear.
La vi arder.
La vi morir.
Mis manos comenzaron a arder con mi magia, pero él solo sonrió más.
—No temas, pequeña luz. Vine solo a comprobarlo.
Que realmente eras tú.
La renacida.
La destinada.
Sentí un escalofrío recorrerme entero.
—¿Destinada para qué? —pregunté.
Él clavó su mirada en la mía, profunda, como si pudiera ver mis pensamientos.
—Para destruirnos —respondió—. O para ser destruida.
Aún no está decidido.
Tragué saliva.
—No voy a dejar que me mates.
El hombre soltó una risa baja, casi… triste.
—No quiero matarte, Nara.
Quiero romperte.
Porque un corazón roto… —sus ojos brillaron— debilita tu magia más que cualquier herida.
Mi respiración se detuvo.
Él sabía.
Él sentía mi dolor.
La abuela apretó mi brazo.
—Nara, atrás —susurró.
Pero el hombre levantó una mano, como pidiéndome paciencia.
—La antigua bruja… tu antepasada… también amó. También confió. También se quebró. Y cuando su corazón cayó, nosotros pudimos acercarnos lo suficiente para destruirla.
Sentí mis ojos arder.
Era como si él hablara directamente de Leo.
De mi herida.
De mi ruptura.
—No eres la primera bruja con un corazón destinado a unir —continuó él—. Pero sí serás la última, si te derrotamos.
Luna se adelantó, temblando, pero desafiante.
—¡Aléjate de mi humana, escoba con patas! —le gritó.
El hombre la miró como si fuera un insecto.
Sin interés.
Sin importancia.
Luego volvió a mí.
—Eres más poderosa que ella —dijo—. Mucho más.
Por eso estamos aquí.
Por eso te estamos observando.
Dio un paso atrás.
—Y por eso vendremos por ti cuando estés lista… o cuando estés más rota que ahora.
Su figura se disolvió en la sombra.
No caminó hacia atrás.
No volteó.
Simplemente desapareció.
Como si nunca hubiera estado ahí.
Solo quedó el silencio brutal del bosque.
Y mi corazón latiendo demasiado rápido.
La abuela me tomó la mano.
Se la sentía fría.
—Ese ser… —susurró con miedo real, miedo que jamás la había escuchado tener— no debería estar vivo. No después de lo que hizo hace siglos.
Nara… no lo provoques. No le des lo que quiere.
Mi voz salió temblorosa:
—¿Y qué es lo que quiere?
La abuela me miró con ojos tristes.
—Tu corazón, niña.
Quiere tu corazón.
Porque si lo rompe… rompe tu magia.
Y ahí lo entendí.
Mi fuerza.
Mi magia.
Mi destino.
Todo estaba atado a mi corazón.
Y alguien allá afuera…
quería destruirlo.