La casa entera parecía contener la respiración.
Leo dormía con su madre, agotado por entrenar todo el día.
Mi abuela dormía en su antiguo cuarto.
Y yo estaba recostada en mi cama, mirando el techo, sin poder cerrar los ojos aunque estaba hecha pedazos.
La voz del hombre de la noche anterior seguía repitiéndose en mi cabeza:
“Quiero romperte.
Un corazón roto debilita tu magia.”
Me temblaban las manos.
Luna estaba a mis pies, hecha un ovillo, respirando con suavidad.
Me tranquilizaba su calor.
Su presencia.
Hasta que lo sentí.
Un tirón.
Un mensaje silencioso, como un golpe al pecho.
Me incorporé de inmediato.
—¿Luna…? —susurré.
Ella levantó la cabeza.
Sus orejas se movieron de un lado a otro.
—¿También lo sientes? —preguntó, con la voz baja y tensa.
No tuve tiempo de responder.
Un golpe seco arriba.
En el techo.
Luna se erizó.
—Eso no fue la abuela —murmuró—. Eso tampoco fue un mapache. Eso fue algo grande. Y con pésimas intenciones.
Me levanté de la cama, descalza, el corazón latiendo fuerte.
Un escalofrío recorrió mi columna.
Entonces escuché otro golpe.
Más fuerte.
Más cerca.
Luna saltó a mi hombro.
—Nos están oliendo —susurró—. Estos no vienen a tocar la guitarra, humana.
La casa entera quedó en silencio.
Un silencio tan pesado que dolía.
Y de pronto…
CRACK.
Como si algo rasgara madera.
El sonido venía del pasillo.
Salí de mi cuarto con el corazón en la garganta.
La sala estaba oscura, excepto por la luz de la luna entrando por la ventana.
—Abuela… —dije en un susurro.
No hubo respuesta.
—Leo… ¿estás despierto?
Nada.
Demasiado silencio.
Entonces lo vi.
Una sombra.
No, una figura.
Una mujer encapuchada, de pie en medio de la sala.
Y en sus brazos…
—LUNA —grité.
La cazadora sostenía a mi gata por el cuello, como si fuera un juguete.
Luna se retorcía, arañaba, mordía, pero sus manos no la soltaban.
—Suéltala —dije. Sentí que mi voz temblaba—. Suéltala ahora.
La mujer no me miró primero.
En su lugar, olió el aire.
Como si pudiera oler mi magia.
Luego sonrió.
—Emociones fuertes —dijo—. Dolor fresco.
Perfecto para debilitarlas.
Mi magia brotó de mis manos sin poder controlarla: luz blanca, chispeante.
Luna gritó:
—¡NARA! ¡NARA NO LLORES! ¡ÉSTA ME VA A OÍR RUGIR COMO UNA LEONA ACATARRADA, PERO VOY A SALIR DE ESTA, JODER!
La mujer se rió.
—Qué familiar tan ruidosa.
Intenté lanzar mi magia, pero un segundo cazador apareció detrás de mí como una sombra sólida y me empujó contra la pared.
El golpe me cortó la respiración.
La magia se me escapó de los dedos como chispas caídas.
Estaba débil.
Tan débil como la sombra quería que estuviera.
La cazadora levantó a Luna un poco más alto.
—Tu corazón está muy expuesto, pequeña bruja —dijo—. Y este adorable animalito…
—AUGHHH SUÉLTAME, FRIOLENTA DE FANTASMA—
—…es la llave perfecta para romperte.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no por miedo.
Por rabia.
—Si la tocas… te juro que—
—¿Qué? ¿Nos destruirás? —preguntó la mujer, divertida—. Tal vez, algún día.
Pero hoy, no.
El segundo cazador me tomó de la muñeca.
Su mano quemaba frío.
La magia dentro de mí retrocedió, temblando.
—Nara… —Luna me miró, como si quisiera memorizarme—. No llores, mi niña.
Por favor… no llores.
Entonces lo sentí.
El vínculo entre nosotras.
Estirándose.
Crujiendo.
R O M P I É N D O S E.
Grité.
La cazadora dio un paso hacia atrás.
—La traeremos de vuelta —dijo— cuando ya estés lista para caer.
Y en un movimiento tan rápido que ni mis ojos lo siguieron…
desapareció.
Ambos.
Ella.
El cazador.
Y Luna.
Dejando la casa en un silencio insoportable.
Me arrodillé en el suelo, con las manos temblorosas.
Sentía el pecho vacío.
Como si me hubieran arrancado un pedazo del alma.
—Luna… —susurré apenas—. Luni…
La abuela apareció corriendo desde el pasillo, pálida, con el cabello revuelto.
—¿Qué pasó? ¿Qué han hecho?
Me miró.
Y no hizo falta que respondiera.
Mis lágrimas lo dijeron todo.
Ella se llevó las manos a la boca, horrorizada.
—No… no… Nara, no…
Yo solo pude repetir:
—Se la llevaron…
—Se la llevaron…
—Se la llevaron…
Sentí miedo verdadero.
Porque entendí lo que los cazadores querían.
No mi vida.
No mi poder.
Querían mi corazón.
Y empezaron arrancándome lo que amaba.