Todavía estaba de rodillas en el suelo, con el eco del vacío en el pecho, cuando escuché pasos rápidos bajando las escaleras.
—¿Nara? —la voz de Leo sonó primero, ronca, confundida, preocupada.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Laura detrás de él.
Cuando giraron hacia mí y me vieron tirada en el suelo, con los ojos hinchados y temblando, los dos se quedaron congelados.
Leo fue el primero en correr hacia mí.
—Nara, ¿qué tienes? ¿Estás herida? ¿Qué pasó?
Yo abrí la boca, pero no pude hablar.
Entonces la abuela, con la voz rota, respondió por mí:
—Se llevaron a Luna.
El rostro de Leo cambió.
Se puso blanco como la nieve.
Laura apretó los dientes.
—¿Quiénes? —preguntó ella.
—Los cazadores —respondió la abuela—. Vinieron aquí, entraron a la casa… y se llevaron al familiar de Nara frente a sus ojos.
Leo me tocó los hombros con suavidad.
Yo apenas respiraba.
—Nara… —susurró—. Lo siento. Lo siento tanto…
Pero algo dentro de mí explotó.
Una fuerza nueva.
Un fuego.
Me limpié las lágrimas de golpe y me puse de pie.
—Laura. Dime dónde están las guaridas.
Quiero saber dónde se llevan a los que capturan.
Ella abrió los ojos, sorprendida.
—No, Nara. No puedo decirte eso.
No estás preparada.
Es demasiado peligroso.
—¡No me importa! —grité, la rabia quemándome la garganta—. ¡Tienen a Luna! ¡Pueden estar lastimándola!
Mi magia estalló en mis manos como chispas blancas.
Leo retrocedió un paso, impresionado.
Laura cerró los ojos un momento, como evaluando la situación.
—Nara… entiéndelo —dijo con voz firme—. Los cazadores tienen muchas guaridas. No es un solo lugar. No sabemos dónde la llevaron. Y si vamos sin preparación, no solo perderemos a Luna… te perderemos a ti.
Yo di un paso al frente.
—Tú eres cazadora.
Tu familia lo ha sido siempre.
Sabes cómo rastrearlos.
Sabes cómo enfrentarlos.
Se me quebró la voz.
—Por favor, Laura. Es mi luna, mi pequeña luna ..
Ayúdame a traerla de vuelta.
Laura me miró.
Larga, profundamente.
Como si pudiera ver dentro de mí.
Y finalmente asintió.
—Está bien. Te ayudaré.
Leo soltó el aire de golpe.
La abuela murmuró un “gracias” en silencio.
Laura caminó al centro de la sala.
—Haremos un hechizo de rastreo.
Como es tu familiar, tú serás el nexo.
Pero advierto que verás lo que ella siente, no solo dónde está.
Sentí un nudo en el estómago.
Aun así asentí.
Nos sentamos en círculo.
Laura colocó una vela oscura y la encendió.
La llama parpadeó de una manera antinatural.
—Tómame las manos —me ordenó.
Lo hice.
Sentí su energía mezclarse con la mía.
Fría. Precisa. Letal.
La energía de un cazador.
Laura murmuró en un idioma viejo, rasposo.
Mi visión se nubló.
Mi pecho ardió.
Y entonces la vi.
Luna.
Acurrucada en una esquina de piedra.
Un espacio pequeño, húmedo.
Su cola abrazada contra su cuerpo.
Los ojos tristes, pero brillando de rabia.
—Nara… —susurró mi nombre dentro de la visión—. No te rindas…
No llores por mí…
Sentí algo romperse dentro de mí.
Pero no mi corazón.
No esta vez.
Era otra cosa.
Una puerta.
Mi magia estalló de golpe, feroz, brillante.
La vela explotó y el piso tembló.
Leo y la abuela gritaron mi nombre.
Laura no apartó la mirada.
—Muy bien… —susurró ella—. Ahora veo el problema. Tu poder está subiendo más rápido de lo que imaginaba.
Yo respiré con dificultad.
—¿Dónde está? ¿Dónde la tienen?
—No lo sé aún —respondió ella—. La visión solo muestra a Luna. Pero puedo ubicar la zona.
Sin embargo…
Me miró con seriedad.
—No iremos hasta que estés lista.
Necesito que entrenes dos días sin descanso.
Los cazadores que cuidan las celdas son los más peligrosos.
Si vas sin control… morirás antes de cruzar la puerta.
Yo asentí.
—Haré lo que sea necesario.
Leo dio un paso al frente.
—Yo la entrenaré —dijo—. No la dejaré sola ni un segundo.
Laura aprobó con la cabeza.
—Bien. Empezamos ahora.
Los siguientes dos días fueron un infierno.
Y lo necesitaba.
Me levanté antes del amanecer.
Entrené magia con mi abuela hasta que mis manos dolían y mi aura brillaba alrededor de mí como fuego blanco.
Leo me enseñó posiciones de combate, bloqueos, formas de moverme sin perder el equilibrio.
Repetimos los movimientos cientos de veces.
Dormí apenas unas horas.
Soñé con Luna cada vez.
Mi poder aumentó.
Lo sentía.
La chispa se volvió llama.
La llama, un incendio.
Y en cada segundo, repetí lo mismo para mí:
Luna espera.
Luna resiste.
Luna me necesita.
Voy por ella.