Hechizo fallido, romance garantizado.

CAPÍTULO 66 — “La bruja que despertó”.

El bosque cambió cuando cruzamos el límite que Laura señaló.
No fue un sonido.
No fue un grito.
Fue como si el aire se contrajera de golpe, caliente y frío a la vez, empapado de magia oscura.

Leo tensó su postura.
Laura puso una mano sobre su daga.
Mi abuela murmuró un conjuro de protección.

Y yo…

Yo sentí algo que no había sentido jamás.
Un pulso.
Un latido que no era el mío.
Como si el bosque respondiera a mi presencia.

—Nara… —susurró Leo, observándome de reojo— estás… brillando.

Miré mis manos.
La luz blanca de mi magia se filtraba entre mis dedos en forma de líneas fluidas, como pequeñas llamaradas vivas.

—No es peligroso —dijo la abuela, sorprendida—.
No para ella.
Es su magia… reclamando territorio.

Laura nos hizo seguir avanzando lentamente.

—Los cazadores ya lo sintieron —dijo con voz baja—. Prepárense.

Y ahí estaban.

Las sombras.

No una.
Ni dos.

Diez.

Rodeándonos a la distancia, ocultándose entre los árboles, moviéndose entre los troncos como depredadores midiendo a la presa.

Solo que esta vez…

yo no era la presa.

Un cazador salió primero.
Encapuchado.
Alto.
Armadura ligera.
Ojos grises brillando como metal afilado.

—Así que viniste —dijo—.
La pequeña luz que no sabe cuándo apagar su brillo.

Sentí la rabia arder en mi pecho.

—Déjame pasar —respondí—.
No vine a pelear contigo.

—¿Y qué viniste a hacer?
¿A recuperar a esa criatura que tanto amas?

Mi magia rugió dentro de mí.

Leo dio un paso al frente, furioso.

—Si la tocan otra vez—

Pero el cazador lo ignoró.

Solo me miraba a mí.

—Tu dolor huele a kilómetros —continuó—.
Nunca entendí por qué el corazón de ustedes, las brujas, era la fuente de su poder…
hasta que te vi en persona.

Llené mis pulmones de aire.

La magia empezó a rodear mis brazos como espirales de luz.

—Última vez que te lo digo —le advertí—. Déjame pasar.

El cazador sonrió.

—Hazme pasar tú.

Me lanzó una cadena oscura, hecha de energía viva.

Pero mi cuerpo se movió antes de que mi mente pudiera ordenarlo.

Mi mano subió.
Mi magia explotó.

La cadena se desintegró en el aire.

El cazador se quedó inmóvil.
Leo también.
Incluso Laura abrió los ojos con sorpresa.

—¿Qué… demonios…? —susurró Laura.

Yo sentí… claridad.
Como si algo se hubiera alineado dentro de mí.

—No soy la misma bruja que tocaste antes —dije—.
Entrené.
Sufrí.
Me rompí.
Y ahora estoy de pie.

El cazador chasqueó la lengua.

—Una bruja que se eleva rápido… siempre cae más fuerte.

Se lanzó hacia mí.

Pero mi cuerpo ya no respondía con miedo.

Mi magia salió de mi palma como un latigazo blanco, directo al pecho del cazador.
Lo arrojé hacia atrás como si fuera un muñeco.

Tres cazadores más saltaron de los árboles.

Leo se interpuso entre uno y yo, bloqueando su ataque con su daga de Arcanium, que brilló al absorber la magia enemiga.

—¡Nara, detrás de mí! —gritó él.

—No —respondí—. Estoy contigo.

Mi abuela lanzó un hechizo que empujó a uno de los cazadores lejos.

Laura derribó a otro con una velocidad inhumana.

Pero el resto se levantó.
Más cazadores se acercaban.
Al menos veinte ahora, formando un círculo alrededor.

Leo murmuró:

—Nara… no vamos a poder con todos.

Y entonces ocurrió.

Mi pecho ardió.
Mi visión se llenó de luz.
La voz de Luna resonó, no desde una visión, sino desde mi vínculo con ella, débil pero viva:

“Nara… aguanta…”

Mi magia se encendió.
El suelo vibró.
Los cazadores dieron un paso atrás.

Laura soltó un susurro aterrado:

—Santo Dios…
Es la Luz Antigua…

La abuela me agarró del brazo, temblando.

—Nara… controla tu respiración…
Si dejas salir todo ese poder… destruirás el bosque entero…

Yo apreté los puños.
La luz se reunió alrededor de mí, formando una especie de armadura brillante, etérea, casi transparente.

El cazador principal retrocedió un paso.

—Eres… más fuerte de lo que dijeron.

—Y todavía estoy conteniéndome —contesté.

Él mostró los dientes.

—Muéstrame entonces.
Muéstrame lo que te convierte en la bruja que debemos destruir.

Yo levanté la mano.

La magia respondió como si hubiera estado esperando esa orden desde siempre.

Luz blanca estalló en una onda expansiva.

Los cazadores salieron volando hacia los árboles.
Algunos chocaron contra troncos.
Otros cayeron de rodillas.
Algunos huyeron.

Leo me miró como si viera un milagro.

—Nara… —susurró, sin respiración— eres… increíble.

Laura apretó su daga.

—Ni siquiera las brujas antiguas podían hacer eso sin entrenamiento…
Esta chica… es un problema para ellos.

La abuela se limpió una lágrima de orgullo.

Yo respiré, dejando que la luz bajara, absorbiéndose lentamente en mi piel.

—No vine a mostrar poder —dije—.
Vine por Luna.

El cazador principal, herido, se puso de pie tambaleante.

—Bruja…
si sigues caminando por este camino…
no volverás a salir igual…

Yo lo miré, firme.

—Entonces empiecen a temblar.
Porque no pienso detenerme.

Di un paso adelante.

El bosque pareció inclinarse conmigo.

—Luna, ya voy.




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