Hechizo fallido, romance garantizado.

CAPÍTULO 67 — “Mi amor no me debilita. Me arma.”

La guarida no era una cueva ni una prisión.
Era una fortaleza enterrada en piedra viva.

La entrada estaba marcada por símbolos viejos, arañados en los muros, que parecían moverse como gusanos bajo la superficie.
Leo, Laura, la abuela y yo avanzamos con cuidado, sabiendo que era territorio enemigo.

—Alerta máxima —advirtió Laura—. Aquí es donde guardan lo que quieren romper.

Mi corazón latió fuerte.
Luna.

Leo apretó mi mano un momento antes de soltarla para tomar su daga.

—Si algo pasa… —murmuró él.

—No va a pasar nada —dije—. No voy a dejar que la toquen otra vez.

Entramos.

La guarida era fría.
Olor a metal.
Olor a humedad.
Pasillos estrechos iluminados por antorchas que emitían una luz enfermiza.

Mientras avanzábamos, sombras se movían en las paredes.
Pero no eran sombras.
Eran cazadores.

Leo se adelantó.

—¡Vienen! —gritó.

Los vimos salir de los rincones como si fueran parte de la piedra misma.
Cuatro… siete… doce.

La abuela lanzó un hechizo que trazó un arco de luz azul para empujarlos.
Laura decapitó la sombra más cercana sin dudar.
Leo bloqueó un golpe que habría atravesado mi pecho.

Pero yo no tenía miedo.
Mi magia estaba despierta.
Desatada.

Un cazador saltó hacia mí desde el techo.
Extendí mi mano.

BOOM.

Una esfera de luz lo lanzó contra la pared.
Otro vino por el lado izquierdo.
Lo empujé con un latigazo de energía blanca.

Cada ataque que recibía…
mi magia respondía sola.
Más fuerte.
Más precisa.
Más mía.

Los cazadores empezaron a retroceder.

—Imposible… —murmuró uno— esa luz no debería existir…

Laura habló mientras luchaba:

—¡La Luz Antigua no se ve desde hace siglos!
—¡Pues que la miren bien, porque no piensa apagarse hoy! —respondí.

Seguimos avanzando, hasta que lo sentí.

Un tirón en mi pecho.
Un pequeño brillo cálido adentro de mi alma.

Luna.
Cerca.

—Es aquí —dije.

Corrí por un pasillo.
Leo detrás.
Mi abuela y Laura cubriendo la retaguardia.

Hasta llegar a una gran puerta metálica con marcas mágicas.

Puse mi mano sobre la superficie.

La marca de mi mano brilló.

Y la puerta se abrió sola.

Dentro había una celda fría, húmeda…

Y en una esquina, acurrucada, estaba Luna.

Su pelaje opaco.
Ojos cansados.
Pero viva.

—Luna… —susurré, sintiendo que el corazón se me deshacía.

Ella levantó la cabeza.

—Sobreviví… pero definitivamente necesito un spa después de esto…

Me reí entre lágrimas.

Di un paso hacia ella…

Pero una figura se interpuso.

Un cazador salió de la sombra como si siempre hubiese estado ahí.
Alto.
Fuerte.
Ojos grises como acero helado.

—Te dije que volverías —dijo—.
Las brujas siempre regresan por lo que aman.
Por eso siempre pierden.

Antes de que pudiera reaccionar, arremetió contra mí.

Leo gritó mi nombre.

Pero no hubo tiempo.

La hoja del cazador rozó mi abdomen.
Una línea de dolor ardió en mi piel.
Caí al suelo, con la mano sobre la herida.
La sangre caliente se escurrió entre mis dedos.

El cazador rió.

—¿Ves?
El amor te hace débil.
Siempre ha sido así.
Amor, vínculo, dolor…
Son la misma cadena.

Me dio la espalda para alejarse, creyendo que ya había terminado conmigo.

Error.

Respiré hondo.
El dolor desapareció bajo una ola de furia.
Furia limpia.
Furia justa.

Me puse de pie.

—Mírame.

El cazador se detuvo.

Giró lentamente.

Cuando me vio de pie, con la herida sangrando pero mi magia más viva que nunca, abrió los ojos.

Mi aura brilló intensa, blanca, pura.

—¿Qué… qué eres? —preguntó, retrocediendo.

—Mi amor no es mi debilidad —dije, avanzando un paso—.
Es mi fortaleza.

Levanté la daga de Arcanium que Leo me había dado.

—Y ahora vas a llevarles un mensaje.

El cazador intentó atacar primero.

Pero esta vez yo fui más rápida.

CLASH.

La daga atravesó su armadura como mantequilla.
Un golpe limpio.
Directo.
Preciso.

El cazador cayó de rodillas, sorprendido.

—Ve con los tuyos —dije con voz firme—.
Diles que vengo.
Diles que la bruja destinada ya despertó.
Diles… que la guerra ha comenzado.

El cazador, herido y temblando, retrocedió arrastrándose…
y se desvaneció entre sombras.

Yo respiré hondo.
Mi herida ardía, pero mi magia la selló un poco.

Me giré hacia la celda.

—Luna…

Corrí hacia ella.

Abrí la jaula con mi mano, que brilló al contacto con el metal.
Luna salió tambaleándose.

Se subió a mis brazos con un quejido suave.

—Tengo hambre… trauma… y mírame el pelo, ¡está horrible! —se quejó— ¿¡Tu viste lo que me hicieron!? ¡Esto no se me acomoda con un simple cepillo, Nara!

Reí con lágrimas en los ojos.

—Estás viva… eso es lo que importa.

—¡Y hermosa! Bueno… hermosa de espíritu, porque físicamente estoy para llorar.

Leo llegó corriendo.

—¡Nara! ¿Estás bien? ¿Qué pasó?

Yo lo miré con Luna en brazos.

Mi herida seguía sangrando.

Mi magia seguía brillando.

Mi corazón… fuerte.

—Leo… —susurré— encontré a Luna.




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