Volver a la casa del bosque fue como exhalar después de contener la respiración demasiado tiempo.
El aire olía a pino húmedo.
La casa crujió cuando entramos, como si reconociera nuestra presencia y se relajara también.
Luna iba en mis brazos, débil pero viva.
—Por favor… —murmuró con la voz dramática de una actriz telenovelera— díganme que tenemos una cama con sábanas y no otra celda fría. Mi pelaje está traumatizado.
Leo soltó una risa cansada.
La abuela abrió la puerta del cuarto de huéspedes.
—Aquí podrás descansar, Lunita.
—Excelente —dijo la gata, levantando la barbilla como una reina—. Dejaré que me adoren mañana. Hoy… solo sobreviviré.
Dormimos como si no hubiésemos dormido en semanas.
Al día siguiente, Luna despertó con un maullido ronco.
—Necesito un baño.
Y no uno cualquiera… uno de princesa.
Agua tibia.
Espuma.
Aromas a lujo.
Y un masaje en la base de las orejas… mínimo.
Yo rodé los ojos, pero estaba tan feliz de verla viva que acepté sin protestar.
Preparé una palangana con agua calientita en la cocina.
Luna se subió al borde, mirándome seria.
—Bien, humana. Haz tu magia.
Literalmente.
—Eres increíble —murmuré.
—Lo sé —respondió, entrando en el agua con la delicadeza de una diva entrando a un jacuzzi caro.
Cuando empecé a enjabonarle el pelito, cerró los ojos.
—Ahhh… sí… así…
Más despacio…
Y asegúrate de no olvidarte de mi espalda baja, se tensa por cargar tanta belleza.
Leo se apoyó en la pared, riéndose.
—Nunca imaginé que bañaría a una gata que se cree Cleopatra.
—Por favor, cariño —dijo Luna, sin abrir los ojos— Cleopatra desearía tener mi silueta.
Laura se atragantó con el café.
La abuela negó con la cabeza, intentando no reír.
Cuando terminé de bañarla, la envolví en una toalla suave.
Luna estiró las patitas como una modelo en una sesión fotográfica.
—Ahora… quiero atún.
Y aire.
Me están secando mal.
¡Leo! Échame aire con tu mano.
Más rápido.
No, más suave.
¡No, hombre, no tan suave! ¡Ay, por las escobas sagradas, ustedes no saben secar una reina!
Leo se rió, totalmente rendido.
—Estoy literalmente soplándole a un gato.
—A una dama —corrigió Luna—. Una dama con trauma. Respeta.
Yo lloraba de la risa.
—Luna, ¿por qué no te acuestas un rato mientras termina de secarte el pelito?
—Porque si me acuesto ahora pareceré una esponja mal hecha —dijo—. Necesito quedar presentable antes del descanso. No puedo permitirme perder la dignidad tras un secuestro.
Leo me susurró:
—Es la gata más insoportable y maravillosa del mundo.
—Lo sé —respondí.
Al caer la noche, la casa estaba tranquila.
Luna dormía profundamente en un cojín cerca de la chimenea, con su pelito perfectamente esponjado, como ella exigía.
Yo estaba en la sala con Leo, revisando algunos libros antiguos de la familia.
La abuela preparaba té.
Laura afilaba su daga.
Entonces, un sonido golpeó el vidrio de la ventana.
TAC.
Leo levantó la cabeza.
—¿Escucharon eso?
Otro golpe.
TAC. TAC.
Fui a la ventana.
Un cuervo negro estaba allí, con los ojos fijos en mí.
Su pata tenía una cuerda amarrada, sujetando un papel enrollado.
El cuervo no parpadeaba.
Leo se tensó.
—Nara… no lo toques.
Pero yo sabía perfectamente de dónde venía.
Abrí la ventana.
El cuervo extendió la pata.
Tomé el papel.
En cuanto lo hice, el cuervo alzó vuelo, perdiéndose en la oscuridad.
La abuela se acercó, preocupada.
—¿Qué dice?
Con manos temblorosas, desdoblé la nota.
Solo tenía tres palabras:
“PRONTO IREMOS POR TI.”
Leo me arrebató el papel.
Laura apretó la mandíbula.
Luna, despertando de golpe, maulló:
—¿Qué pasó? ¿Es comida? ¿O drama?
Si es drama, quiero asiento en primera fila.
Yo sentí un escalofrío recorrerme la espalda.
—No —dije—.
Esto es una declaración.
Los cazadores no terminaron con Luna.
Ahora vienen por mí.
Leo dio un paso hacia adelante, poniéndose frente a mí, como si pudiera protegerme del papel.
—Que vengan —dijo con voz firme—.
Esta vez… los estaremos esperando.
Y yo, respirando hondo, sentí algo que no había sentido desde que empezó todo.
No miedo.
No rabia.
Determinación.
La guerra no había terminado.
Recién estaba empezando.