Los días que siguieron fueron silencio y preparación.
Entrenábamos desde que salía el sol hasta que la luna se alzaba.
Mi magia crecía.
No como antes… sino en olas, en oleadas que me recorrían y hacían vibrar el aire a mi alrededor.
A veces sentía que el bosque entero respiraba conmigo.
Leo entrenaba a mi lado, incansable.
Su madre también.
La abuela observaba, corrigiendo, afinando cada movimiento.
Y Luna…
Luna daba órdenes desde su cojín.
—¡Más rápido, humanos! ¡Ese hechizo estuvo tan flojo que podría dormirlo una gallina! —gritaba con voz aguda.
Pero por más que reíamos, el ambiente cambiaba.
El bosque se tensaba.
Los animales desaparecían.
La noche se volvía extrañamente silenciosa.
Hasta que llegó.
La noche del final.
El aire estaba pesado, casi irrespirable.
La luz de la luna parecía enferma.
—Están cerca —susurró Laura, mirando por la ventana.
La abuela colocó un sello en la puerta.
Leo apretó mi mano.
—Pase lo que pase… yo estoy contigo.
Antes de responderle, Luna saltó al centro de la sala.
—¡Es la hora de esconder a la realeza! —declaró con tono dramático.
Me arrodillé frente a ella.
—Luna, vamos a ponerte en el sótano con la protección.
—Lo sé —susurró—. No quiero irme… pero si ellos me encuentran, te romperán, mi niña. Y yo no voy a permitir eso.
La apreté contra mi pecho.
La bajamos al sótano.
La abuela y yo hicimos un círculo de luz alrededor de ella.
Un hechizo protector tan fuerte que incluso Laura se sorprendió.
Cuando la puerta se cerró, sentí el hilo del vínculo tensarse… pero no romperse.
—Te traeré de vuelta cuando todo termine —dije.
—Y yo espero un banquete cuando regrese —gruñó—. Atún, pollo y posiblemente un masaje.
Salimos al bosque.
Y los vimos.
Sombras.
Decenas.
Cazadores avanzando entre los árboles.
Viejos.
Jóvenes.
Algunos con ojos tan antiguos que parecían no pertenecer a este mundo.
Laura tragó saliva.
—Esos son los primeros cazadores… los que estuvieron desde el principio…
Leo apretó su daga.
—Esta es la guerra.
El primer impacto fue brutal.
Magia contra acero.
Luz contra sombra.
Gritos.
Golpes.
Chispas.
Yo lancé una ola de energía blanca que derribó a cuatro cazadores.
Leo bloqueó tres ataques al mismo tiempo.
Laura se movía como un rayo.
La abuela soltaba magia con la precisión de una maestra.
Pero entonces…
ÉL apareció.
El cazador más antiguo.
El líder.
Ojos grises como la muerte.
Presencia aplastante.
La sombra encarnada.
—Bruja —dijo, con voz cavernosa—. Finalmente te encuentro en tu punto más brillante… y más vulnerable.
Me lancé contra él.
El choque nos hizo temblar a ambos.
Su poder era inmenso.
El mío, recién nacido… pero feroz.
Aun así, él me empujó hacia atrás.
Mis piernas cedieron un segundo.
Su hoja rozó mi brazo.
—NARA, ¡CUIDADO! —gritó Leo.
Leo saltó frente a mí.
El cazador lo golpeó en el costado con un arma invisible.
Leo cayó de rodillas, sangrando.
Algo dentro de mí se quebró.
Y al mismo tiempo…
se encendió.
Solté un grito.
Mi magia salió de mi cuerpo como una llamarada blanca, tan brillante que todos los cazadores retrocedieron.
La luz impactó al cazador antiguo, que por primera vez perdió el equilibrio.
Pero mi fuerza se drenó.
El mundo giró.
Mis rodillas cedieron.
El cazador sonrió.
—Demasiado poder para tan poco corazón…
Levantó su mano para rematarme.
—¡NARA! —gritó la abuela.
Ella lanzó su propia luz.
Azul.
Pura.
Hermosa.
Golpeó al cazador y lo hizo tambalear.
—VIEJA LOCA —rugió él—. No puedes detenerme.
Su sombra creció.
Y entonces…
Lo sentí.
Una presencia.
Una energía poderosa.
Familiar.
Caliente.
Una magia que yo creía dormida para siempre.
Giré la cabeza.
Y la vi.
Mi madre.
De pie entre los árboles.
Ojos resplandecientes.
Poder ardiendo alrededor de ella como llamas doradas.
—Aléjate de mi hija —dijo, con una voz tan fuerte que hizo vibrar el aire.
Sin avisar, lanzó una ola de magia que golpeó al cazador antiguo.
Él se agrietó como piedra fracturándose.
La luz lo quemaba.
Lo debilitaba.
Mi abuela se unió.
Yo también.
Tres generaciones.
Tres luces.
Tres corazones.
El cazador gritó mientras se partía en pedazos.
Su sombra se disolvió en polvo.
Y finalmente…
desapareció.
El silencio fue total.
Me giré hacia mi madre.
Ella respiraba agitada.
Su luz bajaba lentamente.
—Mamá… —dije, con la voz rota.
—Mi niña… —susurró ella, temblando—. Sentí… que tu corazón se rompía.
Llamé a tu abuela.
No podía quedarme lejos.
No cuando te estaban lastimando.
Mi magia… simplemente volvió.
Las lágrimas me nublaron los ojos.
La abracé.
Ella me abrazó con fuerza.
Cuando miré alrededor…
La guerra había terminado.
Los cazadores restantes retrocedían.
Muchos tiraron sus armas.
Otros se arrodillaron.
Y entre ellos…
la bruja de mis sueños.
Con vestido negro antiguo.
Cabello ondeante.
Ojos profundos.
—Lo hiciste —me dijo—.
Naciste para liderar.
Para unir.
No para destruir.
La luz en mi pecho volvió a arder.
No fuego.
No poder.
Amor.
Me giré hacia todos ellos.
Cazadores.
Brujas.
Humanos.
Y hablé.
—El amor no es debilidad —dije—.
El amor es fuerza.
Es magia.
Es lo único capaz de romper la oscuridad sin quedarse oscuro.
Esto no tiene por qué seguir.
No tenemos que matarnos.
Podemos elegir curar.
Ayudar.
Cuidar.
Podemos unirnos para proteger a la humanidad…
y para salvar a las brujas que se perdieron en la sombra.