Estaba en el aula a mitad de una clase, cuando empecé a sentir un fuerte dolor de cabeza. Esto es normal, ya que padezco de migrañas constantes, pero esta vez algo se sentía diferente.
—¿Estás bien? —me pregunta mi amiga, con preocupación.
—Sí, estoy bien, Moni, gracias —le respondo, pero mi voz suena distante, como si viniera de otro lugar.
—Tus ojos... —dice, sin dejar de mirarme.
—¿Qué tienen? —le pregunto, algo incrédulo, incapaz de comprender lo que está diciendo.
—Tienen destellos verdes —observa, torciendo ligeramente la cabeza hacia un lado, sin apartar la vista de mis ojos.
—¡¿Verdes?! —grito, sintiendo que el pánico empieza a apoderarse de mí.
El profesor, al escuchar el alboroto, se acerca rápidamente.
—Les voy a pedir que salgan del aula —dice, con un tono que intenta imponer disciplina.
—Ya voy —respondemos al unísono, Moni y yo, sin saber cómo reaccionar.
—Vayan a la oficina del director —añade el profesor, con un tono molesto, sin apartar la vista de la clase, como si ya hubiera tomado la decisión de que no importaba lo que sucediera.
🌑🌒🌓🌔🌕
En cuanto salimos del aula, tomo el remedio para la migraña que prepara mi mamá, con la esperanza de que me ayude a calmar el dolor. Al instante, Moni me toma por los hombros y me recarga en la pared, con una firmeza que me sorprende. La pared está algo fría, y me estremezco un poco, pero no digo nada.
—Déjame verte —dice, acercándose tanto que puedo sentir su aliento sobre mi cara—. Ya no tienes nada. Me equivoque, creo que debo cambiar estos lentes. —Se los quita y comienza a limpiarlos, como si la situación fuera completamente normal.
—¿Es neta, Moni? —digo indignado, sin poder evitar el tono que se escapa de mi voz—. ¡Nos mandaron con el director! Es un poco ridículo. Digo, estamos en prepa y nos mandan con el director como si estuviéramos en primaria.
Moni se ríe, pero se nota que también está un poco tensa, como si no supiera qué pensar realmente de lo que acaba de pasar.
—Lo siento —me responde Moni, con una expresión intrigada—, pero te juro que vi algo.
—Pues ya que —giro los ojos, algo resignado—. No pasa nada, anda, vamos con el director o nos meteremos en más problemas.
—Vamos —me dice, mientras sonríe de una manera tonta, como si nada de esto fuera un gran problema.
🌑🌒🌓🌔🌕
—Lo siento, chicos —dice el director, con una sonrisa amable—. Ya saben cómo es el profesor Camacho, me exigió que llamara a sus padres.
—Pero lo que hicimos no es motivo para eso —alzo un poco la voz, algo frustrado.
Moni me da un codazo.
—Ese tono —me dice, susurrando para que el director no la escuche.
—Perdón —digo rápidamente—. Yo solo pensé que nos daría un sermón sobre por qué está mal gritar a mitad de la clase y esas cosas.
—Igual no tienen nada de qué preocuparse —continúa el director, ignorando lo que acabo de decir—. La razón es un poco tonta. El maestro solo hablará un poco con sus padres.
—Gracias, Dire —dice Moni, mientras me toma del brazo y me saca de la oficina antes de que pueda decir otra cosa—. A veces eres un poco castroso, Oli.
—Pues si no fuera por ti, no estaríamos en esta situación —le digo, en tono de burla.
La secretaria nos mira con una mirada penetrante, como si pudiera perforarnos con los ojos.
—Ya se pueden retirar —nos dice, su voz es tan seria que casi parece que ha estado en ese mismo puesto desde el inicio de los tiempos. Pienso, con una ligera sonrisa.
Moni nota que quiero reír y me tira del brazo nuevamente, esta vez con una fuerza que me sorprende, sacándome de la oficina con rapidez.
—De verdad que eres un poco imprudente —me reclama, con un tono de frustración que ya me es familiar.
—¿Has estado haciendo ejercicio? —le pregunto, notando cómo sus músculos se tensan al tirarme del brazo—. Te noto un poco fuerte.
—Mira, ya es hora del receso —dice Moni, ignorándome por completo mientras sigue caminando, como si mi comentario no hubiera existido.
Estábamos dando vueltas por la prepa durante el receso cuando lo vi. Adrián Valdés, un chico de un año más arriba que nosotros. Tiene el cabello tan rizado que parece un brócoli, ojos grandes y negros con una mirada encantadora. Es alto y tiene una nariz un poco grande. No puedo evitar quedarme mirándolo.
Entonces Moni me da un codazo.
—Espero que esto no se te haga costumbre —le digo, mientras me sobo el brazo.
—Tienes que ser más discreto, Oli —me dice, frunciendo el ceño—. Creo que se dio cuenta.
—Para nada, él es un poco distraído, aunque eso no le quita lo guapo —digo, mientras suelto un suspiro.
—No tengo idea de qué le ves —responde Moni, con una expresión de confusión—. Parece como si un brócoli y un tucán hubieran hecho el amor, y él fuera el resultado.
—¡Ey! —la miro, un poco molesto—. No seas grosera, Moni. Además, a ti ni siquiera te gustan los vatos.
—Exacto, porque la mayoría son unos pendejos. A excepción de ti, Oli. Tú... me caes bien —me dice, con una sonrisa burlona.
🌑🌒🌓🌔🌕
Salimos de la escuela a las 12:30 p.m., como de costumbre. Estaba tan concentrado hablando con Moni que no me di cuenta de a quien tenía enfrente. De repente, choqué contra alguien y caí al suelo.
Cuando levanté la vista, casi se me cae la cara de vergüenza. Había chocado con Adrián. Él se agachó para ayudarme mientras detrás de él Moni estaba llorando de la risa, casi doblándose en dos.
—¿Estás bien? —me pregunta Adrián con un tono preocupado mientras me extiende la mano para ayudarme.
—S-sí, todo b-bien —le respondo, tartamudeando como pendejo.
Detrás de él, Mónica sigue orinándose de risa, como si lo que acaba de pasar fuera el peak de la comedia.
Adrián me ayuda a levantarme, puedo sentir su mano cálida y suave contra la mía. Su olor me envuelve, fresco como la brisa marina, y por un momento todo a mi alrededor se siente en cámara lenta.
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Editado: 03.02.2025