Mónica se me adelantó a la hora de la salida, ya que su padre pasó temprano por ella. Entonces, me dirigía al estacionamiento para esperar a mi papá cuando, a lo lejos, vi a Adrián sentado en una banca, con árboles a los lados y detrás, haciendo sombra del horrible sol que hay en Monterrey. Por lo visto, él también me vio, pues me saludó con la mano e hizo una seña para que me acercara.
Y ahí están, las mariposas revoloteando en mi estómago. Debo controlarlas si no quiero salir volando y que toda la escuela me vea. Me tomo un segundo para respirar, y todo el ajetreo a mi alrededor —los alumnos saliendo de clases— se calla. Las mariposas se tranquilizan.
Camino lentamente hacia él. Ahora que estoy más cerca, puedo ver cómo algunos rayos de sol se filtran entre las hojas de los árboles y chocan contra su cara, haciéndolo ver más angelical. Adrián me mira fijamente mientras camino, lo cual me pone extremadamente nervioso, y siento que me arden los cachetes. Por no prestar atención al camino, termino tropezándome con una raíz y caigo frente a sus pies.
—¿Estás bien? —dijo entre risas mientras extendía su mano para ayudarme a levantar.
—S-sí, estoy bien —tomo su mano y, mientras me levanto, siento un ardor en mis rodillas.
Me siento a su lado en la banca. En este lado de la escuela hay menos ruido y el aire es más fresco; es bastante agradable. Siento pulsaciones en mis rodillas y un poco de ardor en el brazo.
—¿Seguro? —pregunta, señalando mi brazo—. Eso no se ve muy bien.
—No es nada, estoy bien —restándole importancia al hecho de que me acabo de partir la madre frente a él.
—Creo que no. Déjame ayudarte.
—N-no te preocupes...
—Déjamelo a mí, Oliver —mi nombre suena extraño saliendo de su boca, casi tan mágico como yo.
Adrián voltea a su izquierda y comienza a sacar cosas rápidamente de su mochila. De la nada, aparece con algodón y alcohol en las manos.
—Dame tu brazo —me mira a los ojos.
—Que no es nada —insisto inútilmente.
Tira de mi brazo repentinamente.
—¡Auch! —me quejo.
—Tranquilo, no te pasará nada.
Al decir eso, me transmite una inmensa calma. Me empieza a limpiar la herida con algodón y alcohol; un ardor me recorre.
—Listo. Ahora te pondré una gasa.
—¿Siempre cargas con un botiquín?
—Soy deportista, claro que cargo con uno.
Coloca la gasa sobre la herida. Sus manos son veloces y cálidas.
—Ahora levántate el pantalón.
—¡¿Qué?! —eso me toma por sorpresa.
—Vamos, muéstrame tus rodillas. Caíste sobre ellas, deben estar peor que tu brazo.
—No, ya va a llegar mi papá.
—Es rápido, pon tus piernas sobre las mías.
Levanto mi pantalón hasta más arriba de mis rodillas, giro sobre mi lugar y coloco mis piernas sobre las suyas.
Una vibración me saca de mi ensoñación: es un mensaje de mi papá diciendo que vendrá más tarde, ya que le surgió algo en el trabajo.
—¿Ya te vas? —pregunta Adrián.
—No, llegará más tarde.
—Okey, ahora te limpiaré la herida.
Adrián empieza a limpiar la herida con cuidado, pero su tacto firme y cálido me pone más nervioso de lo que ya estoy. Mi respiración se entrecorta por el ardor del alcohol, aunque no sé si es por eso o porque puedo sentir el roce de sus dedos contra mi piel.
Intento distraerme mirando a otro lado, pero eso solo hace que sea más consciente de su cercanía. Estoy demasiado enfocado en no hacer el ridículo cuando noto que su ceño se frunce ligeramente. Parece molesto con algo.
—El problema es que mis amigos, que también son mis compañeros de equipo, en lugar de preocuparse por mí, solo pensaron en que no pude jugar en el partido de hoy —dice de repente.
Levanto la vista. Creo que es lo que quería contarme en la hora del descanso antes de que nos interrumpiera Sara. Pero no lo hizo.
Adrián baja un poco la mirada mientras termina de colocarme la gasa.
—Muchos dijeron que probablemente perderíamos, y algunos incluso me culparon por no haber tenido más cuidado —continúa—. Eso realmente me hace sentir mal, porque siempre me han enseñado a estar ahí para los demás. Siento que les fallé.
Me quedo en silencio. Por cómo lo dice, creo que no es solo el partido lo que le molesta.
—Además —responde el chico de cabello rizado—, siento que solo se juntan conmigo por cómo juego y no por quién soy. Tal vez solo me ven como un "objeto" al que recurren para ganar.
Abro la boca para decir algo, pero en ese momento, una gota fría cae sobre mi mejilla.
Miro al cielo. Se siente el aire más fresco, cargado de humedad. Otra gota cae sobre mi brazo. Y otra. El maldito clima bipolar de Monterrey.
—¿Está lloviendo? —murmuro, justo antes de que la lluvia comience de golpe.
Las gotas caen pesadas, empapándonos en cuestión de segundos. Adrián se apresura a guardar el botiquín en su mochila, y yo me levanto de la banca. Ambos corremos bajo un árbol en un intento de cubrirnos, pero es inútil: ya estamos completamente mojados.
Lo miro y suelto una risa. No sé si es por el nerviosismo, por lo ridículo de la situación o por la forma en la que su cabello se aplasta contra su frente.
—¿De qué te ríes? —pregunta con una sonrisa cansada.
—Nada, solo... no creo que imaginases terminar así hoy.
—Definitivamente no.
La lluvia sigue cayendo con fuerza, y aunque el cielo está nublado, los ojos de Adrián parecen brillar con su propio reflejo.
Por primera vez desde que me senté hoy en esta banca, siento que mi corazón late más rápido por otra razón que no sea la caída.
Nos quedamos en silencio por un momento, solo escuchando la lluvia golpear las hojas de los árboles. Adrián se sacude el cabello y deja escapar un suspiro.
—Supongo que hoy simplemente no es mi día —dice con una pequeña risa, pero su tono vuelve a sonar algo apagado.
Lo miro de reojo. Ahora que ya no estamos sentados y empapados bajo la lluvia, siento que puedo decirle lo que pienso sin que su cercanía me distraiga tanto.
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Editado: 01.03.2025