No soy un niño, tengo dieciséis.
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Ahora que estamos lejos de la ciudad, el ruido de los autos ha desaparecido y el aire se siente más fresco. Los rayos del sol matutino entran por la ventana del auto. Moni está a lado mío, con los audífonos puestos y los ojos cerrados.
Mi chofer personal—mi papá—nos lleva al punto de encuentro acordado con el director. Allí nos estará esperando el maestro Camacho. Pasaremos todo el sábado en el bosque y nuestros padres nos recogerán el domingo por la mañana. Creo que el único punto positivo es que pasare más tiempo con Adrián, el simple hecho de pensar en él me pone raro, las mariposas siguen ahí.
—Oliver— dice mi papá.
—¿Qué pasa?
—Tengan cuidado, ¿sí?
—No pasa nada, ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué un grupo de brujas locas con ojos rojos nos persigan? Nada con lo que no puede lidiar.
—Precisamente por eso lo digo— me fulmina con la mirada a través del espejo retrovisor.
—Oli, no bromees con eso. Son peligrosas. —Dice mi mamá, pero ella si voltea para verme directamente a los ojos.
Es como si estuvieran conectados y supieran lo que el otro va a decir.
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Y por fin llegamos.
—Nos vemos mañana, niños. —se despidió mi papá.
—Adiós chicos—dijo mi mamá.
—Hasta mañana, señora Selene— Moni le sonrío.
—Que no me digas señora.
—Adiós mamá.
—Tengan mucho cuidado, Oli— me miró con cariño—. Te amo.
—Y yo a ti.
Moni y yo bajamos del auto con nuestras mochilas y las casas de acampar en las manos. El sonido del motor alejándose se mezcla con el canto de los pájaros y el crujido de las hojas secas bajo nuestros pies. El punto de encuentro es un claro rodeado de árboles.
—¿Estás listo para un día entero de castigo? —pregunta Moni con sarcasmo, ajustando las correas de su mochila.
—No es como si tuviéramos opción—respondo con una mueca.
A unos metros de nosotros, el maestro Camacho revisa una libreta, supongo que es de apuntes. Su expresión es seria.
—Bien, chicos —dice al vernos.
Ni hemos llegado y ya nos pondrá a trabajar.
—Cuando lleguen los demás vamos a separarnos en dos grupos. Será un día largo, así que más les vale prestar atención.
Intercambio una mirada con Moni, su cara de fastidio es un puto poema y no puedo evitar reírme.
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El segundo en llegar fue Adrián.
Moni y yo estábamos armando las casas de campaña cuando lo vi bajar sus cosas de la cajuela del auto de su padre.
—Deberías ir a ayudarle— propone Moni.
—¿Tú crees?
—Claro que sí. —Ni bien termino de decir esas tres palabras, me dio un empujón en dirección a él.
Tropecé y caí, otra vez.
Me levanté lo más rápido que pude y salí disparado a ayudar a Adrián. Cuando estaba a punto de llegar me percate de que mis rodillas estaban llenas de tierra y hojas secas por mi reciente caída y me apresure a limpiarlas.
—Hola.
Me incorpore rápidamente al oírlo. De inmediato, sus ojos se encontraron con los míos, y sentí cómo el calor subía por mis mejillas.
—Hola-a —balbuceé.
Su mirada pasó de mis ojos a mis rodillas y regresó a mi rostro. Tenía una pregunta clara en la cara, y eso solo me hizo sonrojarme más.
—¿Te caíste?
—Sí.
—¿Estás bien? —preguntó Adrián, su mirada ahora mucho más atenta, examinando mis rodillas cubiertas de tierra. No pude evitar sonrojarme aún más al darme cuenta de lo nervioso que estaba, y mucho menos cuando él se inclinó un poco hacia mí para examinar más de cerca.
—Sí, sí, no fue nada —respondí, tratando de restarle importancia, pero mis palabras salieron entrecortadas, como si no pudiera quitarme la sensación de que él me estaba mirando demasiado.
Adrián asintió, pero no se apartó de inmediato. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo y el leve perfume de su piel mojada por la humedad del aire del bosque. Era una sensación extraña, pero agradable. De esas que te hacen preguntarte si en realidad te has caído o si fue algo más, algo que te sacó del equilibrio habitual.
—¿Estás seguro de que estás bien? —insistió, sus ojos fijos en los míos. Algo en su tono me hizo pensar que realmente le preocupaba.
—Sí, de verdad —respondí, pero lo hice de una manera que no sonó nada convincente, lo supe de inmediato.
Pareció dudar por un segundo. Luego, como si tomara una decisión rápida, se agachó un poco más y me miró por un momento en silencio. La proximidad de su rostro y cómo sus labios se movían al hablar hizo que mi corazón se acelerara. ¿Qué estaba pasando conmigo?
—Lo siento, te hice pensar demasiado, ¿no? —su voz tenía una suavidad que me hizo sentir extraño, y al mismo tiempo, muy consciente de su presencia.
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Editado: 03.05.2025