Hechizos bajo la Luna

Capítulo 9 - Kintsugi

Es viernes, último día de clases antes de las vacaciones de diciembre. Esta semana se pasó demasiado rápido.

Después de la discusión entre Moni y Sara, las cosas se pusieron un poco tensas. Al día siguiente, Mónica apenas y me habló. Ni siquiera salió al descanso. Yo me lo pasé en la biblioteca, revisando periódicos viejos, buscando incidentes o reportes de cosas fuera de lo común: mujeres de ojos rojos, hombres con alas... No encontré nada.

Al día siguiente hablé con Moni. Me dijo que le había afectado mucho lo que dijo Sara. Que cuando ella nació, su mamá murió en el parto. Y que a veces piensa que, si no hubiera nacido, su mamá seguiría viva y su papá sería más feliz. Me dejó helado. Nunca me había contado eso. Nunca me imaginé que ella se culpara por algo así. Después de eso, no dijimos nada más.

Ayer ya estaba más normal. Volvieron las bromas de siempre, salimos al descanso y Adrián se nos unió. Por gracia divina, Sara no apareció. La pasamos bien.

Hoy es un día raro. Los últimos días de clases siempre me ponen nostálgico. Sé que nos volveremos a ver después de las vacaciones, que aún quedan tres sábados en el súper divertido campamento del maestro Camacho... pero tengo el presentimiento de que, después de estas vacaciones, nada volverá a ser como antes.

☽☾

—Llegas tarde —me dice Moni desde su lugar apenas entro al salón—. Otra vez.

—Buenos días, Moni —me burlo, teatral—. ¿Cómo amaneciste? Yo bien. Gracias por preguntar.

Me río, y ella gira los ojos.

—Sí, sí, Oliver. Qué gracioso —su tono es de fastidio—. ¿Te cogió un payaso en el camino y por eso llegaste tarde?

—¡Cállate, Moni! —chillo, horrorizado—. ¡No digas eso, qué asco!

—Buenos días, jóvenes —dice esa horrible voz—. Saquen sus libros de biología y ábranlos en el capítulo cuatro.

Odio con todo mi ser tener que ver a Camacho todos los días.

☽☾

Suena el timbre para salir.

—Espero que tengan unas bonitas vacaciones, chicos —dice el profesor con una sonrisa en el rostro—. Nos vemos en enero.

Moni puede ser la persona más puntual que conozco, pero siempre tarda siglos en guardar sus cosas.

—Apúrate, Mónica —le digo—. Ya todos se fueron, solo quedamos nosotros y el profe.

—¿Tienes mucha prisa? —pregunta el maestro desde el escritorio.

—No —le lanzo una mirada molesta a Moni—. Solo que ella siempre se tarda mucho.

—Bueno —dice Camacho, levantándose con su mochila vieja—, en lo que termina... ¿me puedes ayudar a llevar mis cosas al laboratorio? Tengo algunas cosas y ya voy tarde, no puedo llevarla conmigo.

Moni ríe.

—Sí, profe. No hay problema.

Maldita sea.

—La puerta está abierta. Solo ábrela y deja esto en alguna silla —me dice, entregándome la mochila.

Huele raro. Hago todo lo posible por no hacer una cara de desagrado.

—Ah —dice el maestro antes de irse—. Gracias por ir al campamento, chicos. Me ayudan mucho.

Y se va.

—Pues no es como que tengamos otra opción...

Pero ya no me escucha.

—Ve a dejar eso, Oli —dice Moni, y ella sí hace cara de asco—. Nos vemos mañana, adiós.

—Sí, hasta mañana —me despido—. Paso por ti a las seis.

—Okey, Oli. Con cuidado.

Salgo del salón, el sol se encuentra en lo más alto del cielo junto con algunas pocas nubes, sorprendentemente es bastante agradable y no quema al contacto con la piel como suele suceder en verano, el viento sopla fresco y hace parecer que los árboles danzan. Hoy es un bonito día.

Me dirijo al edificio en donde se encuentra el laboratorio, no tiene pierde, pues esta justo detrás de la biblioteca. Camino por el pasillo que me conduce a mi destino en silencio, cargando la mochila del profe. Lo bueno es que ya es viernes. Ya casi puedo oler la libertad, aunque la esta cosa huele más fuerte.

Doblo la esquina que lleva al laboratorio y, de pronto, esta frente a mí.

—Oliver— dice como si me hubiera encontrado después de un tiempo de estar buscando.

Me detengo en seco. Adrián está justo frente a mí. Lleva la camiseta del uniforme de futbol y el cabello ligeramente despeinado.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto, tratando de sonar normal, aunque las mariposas ya empezaron a revolotear.

—¿Tienes un minuto? —pregunta—. O bueno... un rato, mejor dicho—ríe—. Necesito hablar con alguien, y creo que eres la persona indicada.

—¿Sobre qué?

—Si quieres te cuento más tarde, parece que estas algo ocupado —dice mientras ve la apestosa mochila sobre mi—. ¿Puedes venir conmigo al parque? Esta cerca de aquí, justo detrás de la escuela.

Se le nota feliz. Algo en su voz lo delata. Probablemente es algo bueno, y eso basta para que quiera escucharlo. Porque es importante para él... y él es importante para mí, aunque todavía no lo sepa.

—Claro —digo, sin pensarlo—. Solo dejo esto y voy contigo.

Él asiente. Me sonríe.

Y que pinche sonrisa tan hermosa.

Se que me estoy sonrojando porque puedo sentir el calor subiendo por mis mejillas, y no sé si se dio cuenta.

—Te espero afuera.

Sigue su camino hasta desaparecer por los pasillos de la prepa.

De pronto me siento más ligero. ¿Qué querrá decirme? ¿Y por qué ahora? ¿Por qué a mí?

La magia empieza a recorrer mi cuerpo, puedo sentirla corriendo por mis venas y cada parte de mi ser, ahora es como un cosquilleo. Me asomo para asegurarme de que no haya nadie, y me dejo de contener. Las mariposas salen.

Estoy flotando por el pasillo, voy dejando destellos verdes detrás de mí. Cierro los ojos por un segundo, sonriendo. Una sensación de alivio me llena.

Escucho voces.

Voces desagradablemente familiares.

Abro los ojos.

Sara.

Pira.

Mierda.

El alivio es reemplazado por un miedo inmenso a ser descubierto.

Caigo de inmediato al suelo por la impresión. El golpe suena seco y fuerte contra el piso. Me preocupa más que me hayan visto a el dolor que estoy sintiendo o el hecho de que puedo tener una costilla rota.




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