Hechizos de amor.

CAPÍTULO 4: CAFÉ SIN MAGIA

1

La primera cafetera murió con un chispazo dramático y olor a plástico quemado.

Addy la miraba desde la puerta de su cocina a las 6:47 de la mañana del jueves—tercer día oficial sin magia—mientras humo gris se elevaba perezosamente desde el electrodoméstico que había servido fielmente durante tres años. Tres años de café perfecto, preparado con ayuda de hechizo menor que ajustaba temperatura del agua al grado exacto, que medía proporciones precisas incluso cuando Addy tiraba los granos al azar.

Tres años de perfección artificial.

Y ahora, cuando más necesitaba cafeína para enfrentar el día, la cafetera había decidido rendirse.

—No —dijo Addy en voz alta, como si el universo fuera a reconsiderar—. No hoy. Por favor, no hoy.

La cafetera no respondió. Porque era objeto inanimado. Y porque probablemente había estado funcionando más allá de su capacidad durante años gracias a magia de "durabilidad extendida" que Addy había lanzado sin pensar.

Otro recordatorio de cuánto de su vida había estado sostenido por atajos invisibles.

Addy desenchufó la cafetera muerta, la llevó al bote de basura—tuvo un momento de "¿debería intentar arreglarla?" seguido inmediatamente por "no tengo ni idea de cómo funcionan las cafeteras"—y la dejó caer adentro con sonido final de metal contra plástico.

Se quedó parada en medio de su cocina, sin café, sin magia, sintiéndose ridículamente cerca de llorar por electrodoméstico.

Su teléfono vibró en su bolsillo. Mensaje de Agustín:

"Buenos días. ¿Todavía bien para esta tarde? Festival de comida a las 6?"

Jueves. Segunda cita. Había pasado los últimos dos días alternando entre emoción nerviosa y terror absoluto ante la perspectiva.

Respondió: "Sí. Nos vemos ahí."

Luego, porque necesitaba cafeína para sobrevivir las próximas once horas hasta la cita, tomó decisión: iría a comprar café afuera.

Como persona normal.

Que era exactamente lo que estaba tratando de ser.

2

La cafetería más cercana era la misma cadena corporativa donde había comprado café el lunes. Addy había jurado no volver—ocho dólares por café mediocre parecía robo—pero desesperados tiempos, desesperadas medidas.

La fila era larga. Aparentemente todos los miércoles por la mañana eran pesadilla de personas necesitadas de cafeína.

Addy esperó pacientemente, observando el ritual familiar: persona ordenaba bebida complicada, barista la preparaba con eficiencia robótica, persona pagaba cantidad obscena de dinero, persona se iba con vaso que tenía su nombre mal escrito.

Lather, rinse, repeat.

Cuando fue su turno, el barista—chico joven, probablemente estudiante universitario, con ojeras que sugerían que entendía íntimamente la necesidad de cafeína—le sonrió con profesionalismo automático.

—¿Qué te preparo?

—Café. Grande. Negro.

—¿Qué tipo de tostado?

Addy parpadeó. ¿Había tipos?

—¿El... normal?

—Tenemos Colombia, Pike Place, y Dark Roast.

—El... del medio. Pike Place.

—¿Algo más?

—No. Solo café.

—¿Segura? Hoy tenemos especial en—

—Solo. Café.

El barista se encogió de hombros, ingresó la orden. Cuatro dólares y veintisiete centavos. Más razonable que ocho dólares, al menos.

Addy pagó, se hizo a un lado, esperó mientras el barista preparaba su orden increíblemente simple.

Dos minutos después tenía vaso grande de café negro en sus manos.

Tomó sorbo cauteloso.

Estaba... bien. No perfecto. No ajustado mágicamente a sus preferencias exactas de temperatura y fuerza. Pero caliente, con cafeína, funcional.

Suficiente.

Ese parecía ser el tema de su vida últimamente: suficiente.

No perfecto. No ideal. Solo suficiente para seguir adelante.

3

Con café en mano, Addy caminó a la biblioteca. Se estaba convirtiendo en rutina—despertar, intentar funcionar como humano normal, eventualmente rendirse y buscar refugio en edificio lleno de libros y silencio cómodo.

Pero hoy tenía propósito adicional más allá de esconderse de su vida: necesitaba usar las computadoras públicas para buscar trabajo.

Su laptop en casa funcionaba bien, pero algo sobre estar en espacio público la forzaba a ser más productiva. Menos tentación de caer en espirales de auto-recriminación cuando había estudiantes trabajadores alrededor juzgándola silenciosamente por desperdiciar tiempo.

La biblioteca estaba moderadamente llena para miércoles por la mañana. Addy firmó para usar computadora, recibió número—13, por supuesto—y encontró su estación en fila de cubículos diseñados para máxima eficiencia y mínima privacidad.

Abrió navegador. Fue a sitio de empleos más popular. Comenzó a buscar.

Resultados para: "trabajo administrativo, sin experiencia específica, disponibilidad inmediata"

347 resultados encontrados.

Addy scrolleó. Y scrolleó. Y scrolleó.

  • Asistente Administrativo—Firma de Abogados: Requiere 3-5 años experiencia, dominio avanzado Excel, habilidades organizacionales excepcionales.

  • Recepcionista—Clínica Dental: Experiencia previa en dental requerida, certificación en facturación médica preferida.

  • Coordinador de Oficina—Startup Tecnológica: Buscamos rock star que prospera en ambiente de ritmo rápido. Debe ser jugador de equipo con actitud can-do.

"Rock star." "Jugador de equipo." "Actitud can-do."

Lenguaje corporativo que traducido significaba: trabajarás horas extras sin pago, tu jefe será probablemente terrible, y te pagaremos lo menos posible.

Addy continuó scrolleando, sintiendo desesperanza familiar asentándose en su estómago.

¿Qué calificaciones tenía realmente? Había trabajado en municipalidad durante cuatro años, sí, pero había estado profundamente mediocre en ello. Y sin magia sutilmente mejorando sus errores, haciendo que sus jefes recordaran sus contribuciones más favorablemente...




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